CAPÍTULO 5
El lunes, el día en que se supone debo hablar con los detectives, de repente comienzo a llorar, encorvada sobre mi cama, mientras la plancha que sostengo en mi mano escupe vapor. Mamá la toma antes de que queme el escudo de Williamson en mi camiseta polo.
Me acaricia el hombro.
—Déjalo salir, Munch.
Desayunamos en silencio a la mesa de la cocina, sin Seven. Pasó la noche en casa de su mamá. Mordisqueo mis waffles . Sólo de pensar en ir a la estación con todos esos policías siento náuseas. La comida podría empeorarlo.
Después de desayunar, unimos las manos en la sala como lo hacemos siempre, bajo el póster enmarcado del Programa de los Diez Puntos, y papá nos guía en oración.
—Jesús Negro, cuida a mis niños hoy —dice—. Mantenlos a salvo, aléjalos del mal y ayúdalos a diferenciar entre las serpientes y los amigos. Dales la sabiduría que necesitan para ser fieles a sí mismos.
”Ayuda a Seven con la difícil situación en casa de su mamá, y hazle saber que siempre puede venir a casa. Gracias por la curación milagrosa y repentina de Sekani que, por casualidad, ocurrió después de que supo que iban a comer pizza hoy en la escuela —abro los ojos para ver a Sekani, cuyos ojos y boca están muy abiertos. Suelto una sonrisita burlona y cierro los ojos—. Acompaña a Lisa en la clínica mientras ayuda a tu gente. Ayuda a mi niña a prevalecer en su situación, Señor. Dale tranquilidad, y ayúdale a hablar con la verdad esta tarde. Y finalmente, da fuerza a la señorita Rosalie, a Cameron, a Tammy y a Brenda mientras pasan por estos momentos difíciles. Rezo en tu nombre glorioso, amén.
—Amén —decimos los demás.
—Papá, ¿por qué me pones en evidencia así frente a Jesús Negro? —se queja Sekani.
—Él sabe la verdad —le dice papá. Le limpia las legañas de los ojos y le endereza el cuello de la camiseta polo—. Estoy tratando de echarte una mano, de conseguir que recibas un poco de misericordia o algo, chico.
Papá me envuelve en un abrazo.
—¿Estarás bien?
Asiento contra su pecho.
—Sí.
Podría quedarme así todo el día; es uno de los pocos lugares donde no existe Ciento Quince y puedo olvidarme de hablar con los detectives, pero mamá dice que tenemos que salir antes de la hora pico.
No se equivoquen, sé conducir. Saqué mi permiso una semana después de cumplir dieciséis años. Pero no puedo tener mi propio auto a menos que lo pague yo misma. Les dije a mis padres que no tengo tiempo para un trabajo además de la escuela y el basquetbol. Me dijeron que entonces tampoco tengo tiempo para salir con un coche. Qué lío.
En un día bueno tardamos cuarenta y cinco minutos en llegar a la escuela, y cuando hay mucho tránsito, una hora. Sekani no tiene que ponerse los audífonos porque mamá no le grita maldiciones a nadie en la autopista. Tararea las canciones gospel del radio, y dice: Dame fuerza, Señor. Dame fuerza .
Salimos de la autopista para entrar a Riverton Hills y pasar por todos esos fraccionamientos privados. El tío Carlos vive en uno así. A mí me parece extraño tener una barda alrededor de un fraccionamiento. En serio, ¿quieren mantener a la gente fuera o dentro? Si alguien pusiera una barda alrededor de Garden Heights, sería un poco ambas cosas.
También nuestra escuela está rodeada por una barda, y el campus tiene edificios nuevos y modernos con muchas ventanas y caléndulas que florecen junto a los senderos.
Mamá se une a la fila de autos para la escuela primaria.
—Sekani, ¿trajiste tu iPad?
—Sí, señora.
—¿La credencial para el almuerzo?
—Sí, señora.
—¿Los shorts de deportes? Más vale que hayas tomado los que están limpios.
—Sí, mamá. Ya tengo casi nueve años. ¿No puedes confiar un poco en mí?
Ella sonríe.
—Está bien, gran hombre. ¿Crees que puedas darme algo dulce?
Sekani se inclina sobre el asiento de adelante y le besa la mejilla.
—Te quiero.
—Yo también te quiero. Y no olvides que Seven te llevará a casa hoy.
Él se va corriendo con algunos de sus amigos y se mezcla entre los otros chicos con kakis y camisetas polo. Nos unimos a la fila de mi escuela.
—Está bien, Munch —dice mamá—. Seven te llevará a la clínica después de la escuela, y luego tú y yo iremos a la estación de policía. ¿Estás totalmente segura de que estás lista?
No. Pero el tío Carlos prometió que todo saldría bien.
—Lo haré.
—Está bien. Llámame si crees que no podrás aguantar todo el día en la escuela.
Espera un momento. ¿Podría haberme quedado en casa?
—¿Y entonces para qué me obligaste a venir?
—Porque tienes que salir de casa. Del barrio. Quiero que por lo menos lo intentes, Starr. Esto podrá sonar cruel, pero que Khalil ya no esté vivo no quiere decir que tú tengas que dejar de vivir. ¿Lo entiendes, nena?
—Sí —sé que tiene razón, pero siento como si algo estuviera mal.
Llegamos al frente de la fila.
—Y veamos, no tengo que preguntarte si trajiste unos shorts de deporte geniales, ¿cierto? —dice.
Me río.
—No. Bye , mamá.
— Bye , nena.
Me bajo del auto. No tendré que hablar de Ciento Quince durante al menos siete horas. No tendré que pensar en Khalil. Sólo tengo que ser la Starr de siempre, en el Williamson de siempre, y pasar un día como siempre. Eso significa cambiar el interruptor de mi cerebro para convertirme en la Starr de Williamson. La Starr de Williamson no habla con lenguaje callejero: si un rapero utiliza alguna expresión determinada, ella no lo hace, aunque sus amigos blancos sí. A ellos, usar ese lenguaje los hace cool. A ella, la convierte en una chica del barrio. Cuando la gente la hace enojar, la Starr de Williamson se muerde la lengua para que nadie piense que cumple con el estereotipo de chica negra irascible . La Starr de Williamson es alguien a quien puedes acercarte. Nada de miradas asesinas ni de insinuaciones con la mirada, nada de eso. La Starr de Williamson no es conflictiva. Básicamente, la Starr de Williamson no le da razones a nadie para que digan que es del gueto.
No me soporto por hacerlo, pero lo hago.
Me echo la mochila al hombro. Como siempre, es del color de mis Jordan, unos 11 color azul y negro como los que usaba Jordan en Space Jam . Tuve que trabajar un mes en la tienda para comprármelos. Odio vestirme como todos los demás, pero El príncipe del rap me enseñó algo. Verán, Will siempre usaba la chamarra del uniforme escolar al revés para ser diferente. Yo no puedo ponerme el uniforme al revés, pero puedo asegurarme de que mi calzado sea genial y que mi mochila siempre combine con él.
Entro y me asomo cuidadosamente al patio para ver si están Maya, Hailey o Chris. No los veo, pero noto que la mitad de los chicos están bronceados después de las vacaciones de primavera. Por suerte, yo nací bronceada. Alguien me cubre los ojos.
—Maya, eres tú.
Ella suelta una risita y mueve las manos. No soy nada alta, pero Maya tiene que pararse de puntillas para taparme los ojos. Y la niña quiere jugar como centro en el equipo de basquetbol de la escuela. Se peina con un moño alto porque de seguro cree que eso la hace parecer más alta, pero no hay manera .
—¿Qué pasa, señorita No Puedo Contestar los Mensajes de Nadie ? —pregunta, y nos damos la mano con nuestro saludo especial. No es complicado como el de papá y King, pero nos basta—. Empezaba a preguntarme si te habían raptado unos extraterrestres.
—¿Qué?
Levanta su teléfono. La pantalla tiene una grieta nueva que se extiende de esquina a esquina. Todo el tiempo se le cae.
—Hace dos días que no me envías un mensaje, Starr— dice—. No está nada bien.
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