1 ...8 9 10 12 13 14 ...19 —Sí. Iré.
—Entonces, más vale que primero le busquemos un abogado —dice papá.
—Maverick —suspira mamá—. Si Carlos no cree que sea necesario todavía, confío en su juicio. Además, estaré con ella todo el tiempo.
—Qué bueno que alguien confía en su buen juicio —dice papá—. ¿Y en verdad has estado pensando en que nos mudemos? Eso ya lo hablaremos.
—Maverick, no pienso discutir eso esta noche.
—¿Cómo vamos a cambiar las cosas por aquí si…?
—¡Ma-ve-rick! —dice ella con los dientes apretados. Cada vez que mamá pronuncia un nombre así, separándolo en sílabas, más vale cruzar los dedos para que no sea el tuyo—. Te dije que no voy a discutir eso contigo esta noche —ella lo mira de reojo, en espera de respuesta, pero no hay ninguna—. Trata de dormir un poco, nena —me dice, y me besa la mejilla antes de ir a su habitación.
Papá coloca todas las tazas en el lavabo y abre el refrigerador.
—¿Quieres uvas?
—Sí. ¿Por qué pelean tú y el tío Carlos todo el tiempo?
—Porque no hace más que entrometerse —pone en la mesa un plato con uvas blancas—. Ya en serio, nunca le agradé. Pensaba que era una mala influencia para tu mamá. Pero Lisa estaba desatada cuando la conocí, como toda chica que viene de una escuela católica.
—Apuesto a que era más protector con mamá de lo que lo es Seven conmigo.
—Así es —dice—. Carlos se comportaba como si fuera su padre. Cuando estuve preso, se los llevó a todos a vivir con él y me bloqueó las llamadas. Hasta la llevó a ver a un abogado experto en divorcios —me sonríe—. Pero no pudo deshacerse de mí.
Yo tenía tres años cuando papá fue a la cárcel, seis cuando salió. Muchos de mis recuerdos lo incluyen, pero otros no: el primer día de clases, la primera vez que se me cayó un diente, la primera vez que anduve en bicicleta. En esos recuerdos, el rostro del tío Carlos está donde debería estar el de papá. Creo que ésa es la verdadera razón por la que siempre pelean.
Papá tamborilea sobre la superficie de caoba de la mesa del comedor, marcando el ritmo, tun-tun-tun.
—Las pesadillas desaparecerán después de un tiempo —dice—. Siempre son peores justo después.
Así fue con Natasha.
—¿A cuánta gente has visto morir?
—La suficiente. Lo peor fue cuando mataron a mi primo André —sus dedos parecen rastrear por instinto el tatuaje que tiene en el antebrazo, una A con una corona encima—. Una venta de drogas se convirtió en robo y le dispararon dos veces en la cabeza. Justo frente a mí. Unos cuantos meses antes de que nacieras tú, de hecho. Por eso te puse de nombre Starr, estrella —me dirige una pequeña sonrisa—. Mi luz durante toda esa oscuridad.
Se come unas uvas.
—Que no te asuste lo del lunes. Di la verdad a la policía, y no dejes que hablen por ti. Dios te dio un cerebro. No necesitas el suyo. Y recuerda que no hiciste nada malo… el puerco lo hizo. No dejes que te hagan pensar lo contrario.
Algo me está molestando. Se lo quería preguntar al tío Carlos, pero no pude. Con papá es distinto. Mientras que el tío Carlos, de alguna manera, cumple las promesas imposibles, papá siempre es sincero conmigo.
—¿Crees que la policía quiere que haya justicia para Khalil? —le pregunto.
Tun-tun-tun. Tun… tun… tun. La verdad prodiga sombras sobre la cocina; la gente como nosotros en situaciones como ésta se convierte en un hashtag, pero rara vez obtiene justicia. Sin embargo, creo que todos esperamos esa única vez, esa única vez en la que todo termine bien.
Quizás ésta pueda serlo.
—No lo sé —dice papá—. Supongo que lo descubriremos.
La mañana del domingo nos estacionamos frente a una pequeña casa amarilla. Hay flores de brillantes colores que brotan bajo el cobertizo del frente. Solía sentarme con Khalil en esa entrada.
Mis papás y yo bajamos de la camioneta. Papá lleva una charola de lasaña cubierta de papel aluminio que preparó mamá. Sekani dijo que todavía no se sentía bien, así que se quedó en casa. Seven está con él. Pero yo no creo que esté enfermo : Sekani siempre adquiere algún tipo de virus en cuanto se acerca el final de las vacaciones de Semana Santa.
Al subir por el sendero de la casa de la señorita Rosalie, me lleno de recuerdos. Tengo los brazos y las piernas tatuados de cicatrices por las caídas en este concreto. Una vez iba montada sobre el scooter y Khalil me empujó porque me había saltado su turno. Cuando me levanté, le faltaba piel a casi toda mi rodilla. Nunca había gritado tan fuerte.
Jugábamos y saltábamos la cuerda en este sendero. Al principio, Khalil no quería jugar porque decía que eran juegos de niña. Pero siempre se daba por vencido cuando Natasha y yo decíamos que el ganador se llevaría un raspado de Kool-Aid, o un paquete de caramelos suaves. La señorita Rosalie era la Señora de los Dulces del barrio.
Yo pasaba casi tanto tiempo en su casa como en la mía. Mamá y la hija menor de la señorita Rosalie, Tammy, fueron amigas íntimas en la infancia. Cuando mamá se embarazó de mí, estaba en su último año de bachillerato, y Nana la echó de casa. La señorita Rosalie la acogió hasta que mis padres finalmente consiguieron un departamento propio. Mamá dice que la señorita Rosalie fue una de las personas que más la apoyó, y que hasta lloró en su graduación como si fuera su madre.
Tres años después, la señorita Rosalie nos vio a mamá y a mí en la abarrotería Wyatt's, muchísimo antes de que se convirtiera en nuestra tienda. Le preguntó a mamá cómo le estaba yendo en la universidad. Mamá le contó que papá estaba en la cárcel, que ella no podía pagar la guardería y que Nana no quería cuidarme porque yo no era su bebé, y por lo tanto no era su problema, así que mamá estaba pensando en abandonar la escuela. La señorita Rosalie le dijo que me llevara a su casa al día siguiente y que más le valía no mencionar la palabra pago. Ella me cuidó a mí y luego a Sekani durante todo el tiempo que mamá estuvo en la escuela.
Mamá toca a la puerta, sacudiendo el mosquitero. La señorita Tammy está ahí, con una pañoleta envuelta en la cabeza, camiseta y pantalones deportivos. Le quita los ganchos, mientras grita por encima del hombro:
—Mamá, son Maverick, Lisa y Starr.
La sala tiene exactamente el mismo aspecto que cuando Khalil y yo jugábamos a las escondidas en ella. Todavía hay una funda de plástico en el sofá y en el sillón reclinable. Si te sientas demasiado tiempo ahí durante el verano y usas pantalones cortos, el plástico prácticamente se te adhiere a las piernas.
—Hola, Tammy, nena —dice mamá, y se abrazan largo y tendido—. ¿Cómo va todo?
—Aquí estamos —la señorita Tammy abraza a papá y luego a mí—. Pero odio que ésta sea la razón por la que tengas que venir a casa.
Es tan raro ver a la señorita Tammy. Se ve igual que la mamá de Khalil, la señorita Brenda, si ella no se metiera crack . Es muy parecida a Khalil. Tiene los mismos ojos color avellana y hoyuelos en las mejillas. Una vez Khalil dijo que hubiera preferido que la señorita Tammy fuera su mamá para poder irse a vivir a Nueva York. Yo solía bromear y decirle que ella no tenía tiempo para él. Quisiera no haberle dicho eso jamás.
—¿Dónde quieres que ponga esta lasaña, Tam? —le pregunta papá.
—En el refrigerador, si encuentras espacio —dice, mientras él se dirige a la cocina—. Mamá dice que la gente trajo comida todo el día de ayer. Todavía le seguían trayendo anoche, cuando llegué. Parece como si todo el barrio hubiera pasado a hacer una visita.
—Así es el Jardín —dice mamá—. Si la gente no puede hacer otra cosa, cocina.
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