—¡Está muy caliente! —mastica y sopla a la vez—. Lo calentaste demasiado tiempo, niña. ¡Casi me quemo la boca!
Cuando el señor Lewis se va, papá me guiña el ojo.
Entran los clientes de siempre, como la señora Jackson, que insiste en comprarle verduras a papá y a nadie más. Cuatro chicos de ojos enrojecidos y pantalones holgados compran prácticamente todas las bolsas de frituras que tenemos. Papá les dice que es muy temprano para estar tan fumados, y ellos se ríen con demasiada fuerza. Uno lame su próximo cigarro al salir. Alrededor de las once, la señora Rooks compra unas rosas y botana para su reunión del club de bridge . Tiene los ojos mustios y fundas de oro en los dientes incisivos. También su peluca es de color dorado.
—Tienes que poner unos billetes de lotería aquí, cariño —dice mientras papá le cobra y yo guardo sus cosas en bolsas—. ¡Esta noche el premio llega a trescientos millones!
Papá sonríe.
—¿En serio? ¿Y usted qué haría con todo ese dinero, señora Rooks?
— Miiiierda. Cariño, la pregunta es qué no haría con todo ese dinero. Dios sabe que me montaría en el primer avión que me sacara de aquí.
Papá ríe.
—¿Ah, sí? ¿Y entonces quién nos haría esos pasteles red velvet tan deliciosos?
—Alguien más, porque yo ya no estaría —señala al mostrador con cigarrillos que está detrás de nosotros—. Cariño, pásame una cajetilla de Newport.
Ésos también son los favoritos de Nana. Solían ser los favoritos de papá antes de que yo le rogara que dejara de fumar. Le paso una cajetilla a la señora Rooks.
Ella me mira fijamente momentos después, golpeando la cajetilla contra la palma de su mano, y espero eso . La compasión.
—Cariño, escuché lo que le pasó al nieto de Rosalie —dice—. Lo siento tanto. Ustedes eran amigos, ¿no es así?
El eran me duele, pero sólo contesto:
—Sí, señora.
—¡Mmmm! —niega con la cabeza—. Dios, ten piedad de nosotros. Casi se me rompe el corazón cuando lo supe. Intenté ir a ver a Rosalie anoche, pero ya había demasiada gente en su casa. Pobre. Con todo lo que está viviendo, y ahora esto. Barbara dijo que Rosalie no está segura de cómo pagará el entierro. Estamos viendo si juntamos algo de dinero entre todos. ¿Crees que podrías ayudarnos, Maverick?
—Claro que sí. Díganme qué necesitan, y está hecho.
Irradia una sonrisa con esos dientes de oro.
—Chico, qué gusto ver hasta dónde te trajo el Señor. Tu madre estaría orgullosa.
Papá asiente con pesadumbre. La abuela se fue hace diez años: lo suficiente como para que papá no llore todos los días, pero tan reciente que si alguien la menciona, se deprime.
—Y mira a esta niña —dice la señora Rooks, mirándome—. Es Lisa hasta el último hueso. Maverick, más vale que la cuides. Estos chicos de por acá van a empezar a intentarlo.
—Más vale que se cuiden ellos. Ya sabes que eso no lo voy a tolerar. No puede salir con nadie hasta que cumpla los cuarenta.
Mi mano vaga hacia mi bolsillo, pensando en Chris y sus mensajes. Mierda, dejé mi teléfono en casa. No necesito decir que papá no sabe absolutamente nada de él. Ya llevamos más de un año juntos. Seven lo sabe, porque lo conoció en la escuela, y mamá lo dedujo cuando Chris empezó a visitarme en casa del tío Carlos, diciendo que era mi amigo. Un día entraron el tío Carlos y ella mientras nos besábamos, y dijeron que los amigos no se besan así. Nunca había visto a Chris ponerse tan rojo en mi vida.
Ella y Seven aceptan que yo salga con Chris, aunque, si por Seven fuera, vestiría los hábitos. En fin… No tengo las agallas para decírselo a papá. Y no es sólo porque no quiere que salga con nadie todavía. El asunto principal es que Chris es blanco.
Al principio pensaba que mamá me diría algo al respecto, pero se puso en plan: puede tener más lunares que un dálmata mientras no sea un criminal y te trate bien . Papá, por otro lado, se la pasa despotricando sobre cómo Halle Berry se comporta como si ya no pudiera salir con otros hermanos , y lo mal que está eso. Me refiero a que cada vez que descubre que alguien negro sale con alguien blanco, de repente les ve algo malo. Y no quiero que me mire así.
Por suerte mamá no se lo ha contado. Se rehúsa a ponerse en medio de esa pelea. Es mi novio y es mi responsabilidad contárselo a papá.
La señora Rooks se va. Segundos después, suena la campana. Kenya entra a la tienda pavoneándose. Sus zapatos deportivos están lindos: unos Bazooka Joe Nike Dunk que no he agregado a mi colección. Kenya siempre usa el último modelo.
Se dirige al pasillo, por lo de siempre.
—Hola, Starr. Hola, tío Maverick.
—Hola, Kenya —contesta papá, aunque no es su tío, sino el papá de su hermano—. ¿Todo bien?
Ella vuelve con su típica bolsa jumbo de Hot Cheetos y un Sprite.
—Sí. Mamá quiere saber si mi hermano pasó la noche con ustedes.
Otra vez se refiere a Seven como mi hermano , como si fuera la única que tuviera derecho a serlo. Es molesto como el carajo.
—Dile a tu mamá que la llamará más tarde —responde papá.
— Okay —Kenya paga sus cosas y me mira a los ojos. Ladea un poco la cabeza.
—Voy a barrer los pasillos —le digo a papá.
Kenya me sigue. Tomo la escoba y voy al pasillo de frutas y verduras, al otro lado de la tienda. A esos chicos de ojos rojos se les cayeron unas uvas cuando las probaban, antes de salir. Apenas comienzo a barrer cuando Kenya empieza a hablar.
—Supe lo de Khalil —dice—. Lo siento, Starr. ¿Estás bien?
Me obligo a asentir.
—Yo… es que no lo puedo creer, ¿sabes? Llevaba un tiempo sin verlo, pero…
—Duele —Kenya dice lo que yo no puedo.
—Sí.
Mierda, siento las lágrimas. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar…
—Como que esperaba que estuviera aquí cuando entré —dice con voz suave—. Como solía estar. Metiendo las compras en bolsas, con ese delantal horrendo.
—El verde —mascullo.
—Sí. Hablando de cómo las mujeres aman a los hombres de uniforme.
Me quedo mirando el piso. Si lloro ahora, es posible que no me detenga jamás.
Kenya abre la bolsa de Hot Cheetos y me ofrece. Comida para reconfortar.
Meto la mano y tomo un par.
—Gracias.
—No hay de qué.
Masticamos Cheetos. Se supone que Khalil debería estar aquí con nosotras.
—Entonces —digo, y la voz suena áspera—, ¿tú y Denasia pelearon anoche?
—Chica —su voz suena como si llevara horas esperando para soltar esta historia—. DeVante se acercó justo antes de que todo enloqueciera. Me pidió mi número de teléfono.
—Pensé que era novio de Denasia.
—DeVante no es del tipo que se deje atar. De todos modos, Denasia se acercó para provocar algo, pero comenzaron los disparos. Acabamos corriendo por la misma calle, y le di un golpe en el trasero. ¡Fue genial! ¡Debiste verlo!
Habría preferido eso en lugar de al oficial Ciento Quince. O a Khalil mirando el cielo fijamente. O toda esa sangre. Se me vuelve a revolver el estómago.
Kenya agita la mano frente a mí.
—Hey, ¿estás bien?
Parpadeo para alejar la imagen de Khalil y del policía.
—Sí. Estoy bien.
—¿Segura? Estás muy callada.
—Sí.
Lo deja pasar, y permito que me platique sobre la segunda ronda que tiene planeada para Denasia.
Papá me llama al mostrador. Cuando llego, me pasa un billete de veinte.
—Tráeme unas costillas de res de Reuben’s y una…
—Ensalada de papa y okra frita —completo. Pide lo mismo todos los sábados.
Me besa la mejilla.
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