—No, pero era obvio. Yo supuse lo mismo.
Mierda .
Gomez se acerca más. El labial marrón le mancha los dientes y su aliento huele a café.
—¿Y por qué?
Respira .
La sala no está caliente. Estás nerviosa.
—Porque no estábamos haciendo nada —le respondo—. Khalil no corría por encima del límite de velocidad ni conducía con imprudencia. No parecía que hubiera razón para detenernos.
—Ya veo. ¿Y luego que ocurrió?
—El oficial obligó a Khalil a salir del auto.
—¿Lo obligó? —dice.
—Sí, señora. Lo jaló para que saliera.
—Porque Khalil estaba renuente a salir, ¿correcto?
Mamá hace un sonido gutural, como si estuviera a punto de decir algo pero se hubiera obligado a no hacerlo. Hace un puchero con los labios y me frota la espalda en círculos.
Recuerdo lo que dijo papá: No dejes que hablen por ti.
—No, señora —le digo a Gomez—. Estaba saliendo solo, y el oficial lo jaló el resto del camino.
Dice, Ya veo de nuevo, pero como no lo vio, probablemente no lo cree.
—¿Qué sucedió después? —pregunta.
—El oficial registró a Khalil tres veces.
—¿Tres?
Sí. Las conté.
—Sí, señora. No encontró nada. Luego le dijo a Khalil que no se moviera mientras pasaba su licencia y tarjeta de circulación por el sistema.
—Pero Khalil no se quedó quieto, ¿cierto? —dice.
—Tampoco jaló el gatillo contra sí mismo.
Mierda. Tu jodida bocota.
Los detectives se miran el uno al otro. Un momento de conversación en silencio.
Las paredes parecen cerrarse. Vuelve la presión alrededor de mis pulmones. Me jalo la camisa del cuello.
—Creo que ya fue suficiente por hoy —dice mamá, tomando mi mano mientras empieza a levantarse.
—Pero señora Carter, no hemos terminado.
—No importa…
—Mamá —digo, y ella me mira—. Está bien. Puedo hacerlo. Les lanza una mirada fulminante parecida a la que nos dedica a mis hermanos y a mí cuando la llevamos hasta el límite. Se sienta, pero toma mi mano.
—Está bien —dice Gomez—. Entonces registró a Khalil y le dijo que iba a revisar su licencia y tarjeta de circulación. ¿Qué pasó después?
—Khalil abrió la puerta del conductor y…
¡Pum!
¡Pum!
¡Pum!
Sangre.
Me empiezan a bajar las lágrimas por las mejillas. Me las enjugo con el brazo.
—… el oficial le disparó.
—¿Sabes…? —comienza Gomez, pero mamá le levanta el dedo.
—Podría, por favor , darle un segundo —dice. Suena más a orden que a pregunta.
Gomez no responde. Wilkes garabatea un poco más.
Mamá me seca algunas de las lágrimas.
—Cuando estés lista —dice.
Me trago el nudo en la garganta y asiento.
—Está bien —dice Gomez, y respira profundamente—. ¿Sabes por qué se acercó Khalil a la puerta, Starr?
—Creo que quería preguntarme si yo estaba bien.
—¿Crees?
No soy adivina.
—Sí, señora. Empezó a preguntármelo pero no acabó porque el oficial le disparó en la espalda.
Me caen más lágrimas saladas sobre los labios.
Gomez se inclina sobre la mesa.
—Todos queremos llegar al fondo de esto, Starr. Apreciamos tu cooperación. Entiendo que esto es difícil ahora.
Me vuelvo a limpiar el rostro con el brazo.
—Sí.
—Sí —ella sonríe y dice con ese mismo tono azucarado y empático—: entonces, ¿sabes si Khalil vendía estupefacientes?
Pausa.
¿Qué carajos?
Dejo de llorar. En verdad, se me secan los ojos instantáneamente. Antes de que yo pueda decir nada, mamá dice:
—¿Qué tiene que ver eso con lo ocurrido?
—Sólo es una pregunta —dice Gomez—. ¿Lo sabes, Starr?
Toda la simpatía, las sonrisas, la comprensión. Esta mujer quiere hacerme morder el anzuelo.
¿Investigación o justificación?
Yo sé la respuesta a su pregunta. Lo supe cuando vi a Khalil en la fiesta. Nunca llevaba zapatos nuevos. ¿Y joyas? Esas cadenitas de noventa y nueve centavos que compraba en la tienda de artículos de belleza no contaban. La señorita Rosalie lo acababa de confirmar.
¿Pero qué demonios tiene que ver eso con que lo asesinaran? ¿Se supone que si es así, todo está justificado?
Gomez inclina la cabeza.
—¿Starr? ¿Puedes responder la pregunta, por favor?
Me rehúso a hacerlos sentir mejor sobre matar a mi amigo.
Me enderezo, miro a Gomez directamente a los ojos, y digo:
—Nunca lo vi ni vender drogas ni tomar drogas.
—¿Pero sabes si las vendía? —pregunta.
—Nunca me dijo que lo hiciera —respondo, cosa que es cierta. Khalil nunca lo admitió directamente.
—¿Tienes algún conocimiento de que las vendiera?
—Oí cosas —también es cierto.
Ella suspira.
—Ya veo. ¿Sabes si estaba involucrado con los King Lords?
—No.
—¿Los Discípulos del Jardín?
—No.
—¿Consumiste alcohol en la fiesta? —pregunta.
Conozco esa movida por La ley y el orden . Está tratando de desacreditarme.
—No. No bebo alcohol.
—¿Y Khalil?
—¡Eh!, espere un segundo —dice mamá—. ¿Están poniendo en juicio a Khalil y a Starr, o al policía que lo mató?
Wilkes levanta la mirada de sus apuntes.
—No… no entiendo, señora Carter —balbucea Gomez.
—Todavía no le ha preguntado a mi hija sobre ese policía —dice mamá—. Se la pasa preguntándole sobre Khalil, como si él mismo fuera la razón por la que está muerto. Pero ya les dijo, él no jaló el gatillo contra sí mismo.
—Sólo queremos tener la información completa, señora Carter. Eso es todo.
—Ciento Quince lo mató —le digo—. Y no estaba haciendo nada malo. ¿Qué más necesitan para tener la información completa?
Quince minutos después, salgo de la estación de policía con mamá. Las dos sabemos lo mismo:
Todo esto va a ser una mierda.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.