Miguel Bornaschella
LA SATISFACCIÓN DE HABERLO LOGRADO
PRIMERA EDICIÓN
NARRATIVA
Muy a riesgo de precipitarme a lugares comunes tengo ciertas gratitudes para manifestar, no por el solo hecho del cumplido o por recordarles lo mucho que ha valido su colaboración, sino para reservarles por siempre un lugar en mi corazón.
En principio a mis queridos hijos. Su constante compañía, su cariño y su comprensión han sido para mí el sostén de mi vida. Así como también mi objetivo constante de velar por su bienestar. Como todo padre debo haber fallado en algunos casos y más allá de que terminen siendo muchas o pocas veces, siempre conservo en mi alma la sensación de tener que hacer algo más. Pero siempre he hecho todo lo que pude aunque prometo seguir haciendo aún más. En todos los hechos cotidianos que puedo intento resarcir todas aquellas cuestiones por las que he dejado algunas heridas y, aunque muchas hayan resultado inevitables, el sentimiento de culpa también lo es.
Seguramente no han sido solo ellos los que en el camino han quedado con alguna herida. Con todos me disculpo con mi más sincero arrepentimiento. Sucede que por elección o por naturaleza, los hechos de la vida han sido tan vertiginosos que a menudo no dejan tiempo para suavizar una por una todas las incomodidades que cada decisión conlleva.
A mis padres no solo les agradezco su presencia constante y su enseñanza ilimitada. Educación a la que nunca le han reservado un lugar fijo, ni un horario determinado, ni la han ejecutado ante una situación especial. Su tarea ha sido tan sin ningún preaviso y con tanta claridad que sus beneficios se han prolongado por siempre al punto que han ocupado muchas de estas páginas. Por eso también les agradezco el hecho de que su legado perdurará en mayor o menor medida en las siguientes generaciones de mi familia y de la de muchos de los que me conocen.
A mis nietos les auguro la misma felicidad que les deseo a mis hijos y que mantengan sus oídos, sus ojos y sus corazones bien abiertos para aprender tanto o más que sus padres.
A Marcela, compañera y amiga. Con ella, para cuando ocurrió la publicación de la primera edición, los sentimientos eran más estrechos, pero a menudo la vida tuerce los ánimos para un lado y para el otro convirtiendo unos sentimientos en otros, luego de los cuales han quedado unos buenos gratos recuerdos. Ha sido testigo de litigios de distinta índole, algunos de los cuales relato en estas páginas. En todos me ha sabido interpretar y comprender y en todos los casos también me ha acompañado con su buen corazón. En particular he de agradecerle su don de buena persona y su calidad humana y, por si fuera poco, la predisposición y entusiasmo que ha puesto en su traducción al inglés de este libro.
A mi hermana Livia no puedo dejarla de corresponder con mi afecto por todas las atenciones que desde siempre ha tenido conmigo y darle las gracias por el reparo que con gran predisposición ha hecho sobre cada uno de los huecos y los saltos en el tiempo que se me produjeron a lo largo de todo el relato.
A Alberto Miramontes mi gratitud por su predisposición para escucharme, para volverme a preguntar sobre cada cosa y para interpretarme con la fidelidad que era necesaria para volcar al papel todo lo que andaba suelto en la memoria.
Por último a todos aquellos que desean un país mejor, desde el fondo de mi alma los convoco a participar con su trabajo constante, exhaustivamente constante, sin pausa y honrado para que nuestro país sea un campo infinito de oportunidades en la que la emigración de nuestros hijos y la de nosotros mismos deje de ser una opción.
Hasta siempre.
Miguel Bornaschella
Palabras del escribiente…
Tiempo después de emprender esta aventura, Miguel me sugirió que reservara un espacio y un tiempo para transcribir mi experiencia. Durante un tiempo me he debatido sobre qué aspecto resaltar. En algún punto me resultaba incómodo acudir a comentar su persona. La cuestión es que me comprenden, como quien dice, “las generales de la ley”. No solo soy quien ha colaborado para expresarse, si no que por el resto de los días soy su empleado. La cuestión es que por una tarea o por la otra no tengo más que agradecerle.
Al emprender la tarea que hoy concluye he tenido la suerte de viajar de su mano por una historia tan nutrida y elocuente que frecuentemente me ha emocionado. Conocí a Miguel hace veinte años y desde siempre ha sido un gran contador de anécdotas. Casi todas están transcriptas aquí. De manera que por aquella vía y ésta, por la necesaria para escribir estas páginas, me he ilustrado sin lugar a dudas de una historia francamente emocionante.
Pero así las cosas, la vida me tenía reservada su confianza para llevar a cabo este relato. No solo eso, sino la oportunidad para repreguntar, el espacio necesario que me ha dado para poder inmiscuirme en sus sentimientos y poder conocer no solo lo necesario sino todo lo que la curiosidad demandaba para completar el panorama. Gracias a unas y otras he podido situar ante mis ojos una historia tan emocionante que no creo que la pluma tenga la habilidad de detallar con la fidelidad necesaria.
Podría ahora mismo llenar de elogios a Miguel, ponderar sus virtudes o también destacar otros aspectos, pero sin ahondar ni en uno ni en otros me gustaría concluir en que es un hombre distinto. Podría destacar logros, podría rememorar fracasos y frustraciones pero, en mi consideración nada lo describe tanto ni con tanta precisión como la frase que ha elegido él para titular este libro.
Por haberme dado la posibilidad de compartir la experiencia de este libro le estoy agradecido. Por todo eso y por estos veinte años en los que me ha honrado con su amistad.
Alberto Miramontes
Miguel y Alberto en la última etapa de la redacción de este libro.
Antes de que los huecos de la memoria se sigan pronunciando y terminen desbaratando la idea inicial, he decidido dar testimonio. Tengo esa intención desde hace algún tiempo, pero la he precipitado por distintas razones y ahora se me ha hecho imperativo responder a ese mandato interno.
Cuando la idea apenas florecía parecían ser apenas una acumulación de vivencias que se perdían y se volvían a encontrar a través del largo camino transitado. Por entonces apenas eran una colección de anécdotas que fui contando cuando me parecía apropiado y cuando ocurría algún suceso que mandaba oportunamente a la superficie la moraleja de la anécdota. Los hechos cotidianos traían los recuerdos de allí para acá de manera que no era ningún esfuerzo volver a contarlas, repetirlas, inclusive alguna vez a las mismas personas –aun cuando me interrumpían para advertírmelo– y así transmitir la moraleja correspondiente, graficar la vivencia a mis hijos, mis nietos, a mis amigos a los que fueron y son mis empleados y también a sus familias. ¿Será jactancioso tratar de enseñar? No es mi propósito. Tampoco creo ser jactancioso cuando he dicho que me gustaría dejar un testimonio.
Mi historia es otra historia más, tan sencilla y delicada como la de cualquier otro inmigrante italiano. Pero con tantas ansias de superación que es lo que termina por diferenciar a unos de otros y con la satisfacción de haberlo logrado. No por el reconocimiento público, ni por la superación al semejante, sino por la superación a sí mismo. Me daré por satisfecho si puedo dejar en claro que me he superado porque así lo siento cada mañana y cada noche y sigo intentando hacerlo día a día.
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