Volviendo a las partículas que fueron el germen de esta historia, las anécdotas se han ido precipitando y acumulando en el tiempo con la misma dinámica y con la misma inconsciencia que se han juntado los años. Mi padre me contaba muchas historias, suyas, de sus familiares y de sus amigos. Yo lo escuchaba con mucha atención, y con mucho asombro por la cantidad. Siempre tenía alguna para contar. En una ocasión le hablé de mi asombro por ello y él me respondió que yo mismo tendría muchas cosas para contar, que lo presumía por mi manera de ser, y que iba a ocurrir ni bien juntara apropiadamente los años necesarios.
Ahora se me ocurre que ya no es el momento de recopilar anécdotas. Viendo todo desde aquí y hacia atrás advierto con claridad el hilo conductor y me imagino la historia armada. Pondré todo el empeño para mantener el orden cronológico y ser gradual al momento de volcar las emociones. Pero no puedo garantizarlo.
Afortunadamente he viajado en el tiempo conectando el sufrimiento de aprender con el momento de aplicar lo experimentado. De manera que, ante todo, el testimonio me lo estaré dando a mí mismo.
Se me ocurre graficar la vida del inmigrante y tal vez en mayor medida el que ha inmigrado a la Argentina como una vida partida al medio. Al momento de emigrar llena su corazón con la alegría de sostener una esperanza, pero la nostalgia tampoco le da tregua. Y entre ambas cosas ha de debatirse todo el resto de su vida. Es una historia de viajes circulares. Mi inmigración (o mi emigración, según de cuál lado del océano lo estén leyendo), como la de tantos otros, se ha visto continuada con la emigración de algunos de sus hijos. Pero aun si eso no ocurriera, la vida del inmigrante está partida en dos. Aun cuando, como en mi caso, se produzca a corta edad. Un pedazo de la vida queda del otro lado del océano, preguntándose qué hubiese ocurrido de no haber ocurrido ese destierro, esperando el momento de los reencuentros, preguntándose, como seguramente lo ha hecho mi padre, si la decisión fue la correcta o, como ha afirmado mi madre, sin temor a equivocarse, que definitivamente no lo era. Si allá o aquí hubiese sido más fácil o más difícil.
En definitiva, la vida ha sido y continúa siendo redonda. Accidentada por crecer y perder, recuperarse y volver a perder, tomar aire y continuar y sufrir una fatiga interminable, decaer, no deprimirse, llorar lo suficiente como para aprender, reír lo necesario como para continuar y ser optimista por naturaleza aceptando el sinsabor con naturalidad, como una circunstancia irremediable.
En esta aventura interminable por ahora, he quedado a la vista de todos, por insufribles que hayan sido las consecuencias, nunca me he escondido, ni para reír ni para llorar cuestiones que se han producido casi por igual.
En esas vueltas de la vida hay muchos espectadores. Amigos fieles y otros que desconfían y otros que subestiman, unos que se alegran por el resurgir y otros que esperan la nueva caída y dejan de ser espectadores para estar expectantes, algunos para volver a ayudar y otros para disfrutar del infortunio.
Hacer es muy difícil. Proponerse los objetivos, manteniendo un cierto orden y acotando las metas es bastante sencillo, pero a poco de comenzar los obstáculos crecen con una naturalidad que terminan pareciendo una burla del destino. En el plano más terrenal y un poco más mezquino, la política económica siempre mete sus pezuñas y la política en general hace unos estragos cuyas consecuencias sufrimos día por día en tanto nuestra participación, la de la gente común no se haga cada vez más masiva, natural y efectiva. Ese también es parte de mi testimonio. La participación indispensable para cambiar nuestro destino y culminar siendo lo que realmente nos merecemos. Si otras gentes en otras latitudes lo logran, por qué no lo hemos de lograr nosotros. En aquellas latitudes, con otros climas, otros suelos y otras suertes existen seres iguales que nosotros, con la misma sangre, con el mismo sudor, las mismas lágrimas, que se superan cotidianamente, naturalmente, sin gritos y sin estridencias y generalmente lo logran. ¿Lo lograremos nosotros? Cada uno se responderá en su momento, en la intimidad de su alma, desde su lugar, pero lo que no deberá dejar de ser es sincero consigo mismo. Desde mi lugar no podré obligar a nadie a pensar lo que no quiera. Lo único que puedo hacer es poner en palabras mi experiencia y lo que he aprendido de ella.
Espero poder dejarlo lo más claro posible.
I
Montaquilla, el pueblo natal
Casi setenta años después sigo repitiendo la misma frase para ubicar mi origen: “Entre Nápoles y Roma, entre el Adriático y el Mediterráneo”. De esa forma ubico en el mundo y en Italia a Montaquilla.
Montaquilla es una ciudad de la Provincia de Isernia, en la región del Molisse, distante a veintiún kilómetros de la capital de la provincia y a 464 metros por encima del nivel del mar, al oriente de la cadena montañosa del Mainardi y al sur del monte de la Meta. Debe existir desde que sopla el viento, pero el primer registro de la intervención del hombre se encuentra en algunos documentos allá por el año 778. Allí se pueden leer algunas primeras aproximaciones a su nombre Montem Aquilam, Montis Aquili en 1150, o Mons Aquilus en 1168. Algunos lo traducen como Monte dell’Aquilone, haciendo referencia al viento del norte. Por otra parte terminaron dándose por válidas algunas constancias que indican que estas tierras formaban parte del vasto Monasterio de San Vincenzo de Volturno. Luego, por obra de distintas ventas y otras tantas donaciones las tierras han ido cambiando de dueños y de herederos. Entre ellos Andrea d’Isernia, Giovanni Caracciolo y sus hermanos y Ugo di Rocca y los hermanos de éste. Se supone que hacia el año 1305 Andrea d’Isernia logra comprar todos los territorios de Montaquilla unificando la propiedad que luego heredara Landolfo, el menor de sus hijos que logra ser el último titular entre los años 1316 y 1325, año en el que muere. La descendencia de Landolfo es incierta, pero tiende a suponerse que en la segunda mitad del siglo XIV Montaquilla era un feudo de una familia que termina adoptando este apellido para sí. Se estima que podría ser la misma familia d’Isernia y que asumiera ese nombre tanto como para adoptar el título nobiliario como para diferenciarse de ramas genealógicas colaterales de la familia d’Isernia.
Las primeras anotaciones de censos de población datan del año 1561, donde se contaban “ fuochi ”, hogares a leña y no personas y eran 53 en aquel año, 50 en el 1608, 55 en el 1669. En el año 1795 se cuentan 590 habitantes, 790 en 1848, 1271 en 1861, 1706 en 1907, 1857 en 1911, siendo la población actual de 2600 habitantes, más o menos la misma cantidad que cuando Dios me trajo al mundo el 5 de febrero de 1948.
Como era natural en aquel tiempo nací en la propia casa de mis padres, que era la que mi madre había heredado de su familia. Fui el último de los hijos que Giovanni Bornaschella y Filomena Ricci habían decidido traer a este mundo. Aunque según mi madre me contó ya en mi plena adultez y con la naturalidad que siempre la caracterizó, sin ponerle a la frase ningún agregado innecesario, mi llegada no había estado, por decirlo de alguna manera, exactamente planificada. Pero bueno, una vez aquí presente en este mundo, ya estaban mis tres hermanos, Ángel de once años, Livia de seis y Josefa de tres.
Nuestra casa estaba y está más firme que nunca más de setenta años después en Vía Piano 4 en el pueblo que se ha ido construyendo en torno a la montaña. Se deduce que ha sido una planificación bien estratégica. Apuntaba a la defensa de los habitantes ya que desde lo alto se tenía la visión de los que desde abajo pretendían invadir en tiempos remotos. Más aún, el pueblo tenía un portón enorme, que guardaba dentro a todos sus hijos cuando se cerraba por la noche, y ya nadie entraba ni salía, hasta que en la mañana siguiente comenzaban lo que eran las tareas habituales, básicamente cultivar la tierra y criar a los animales.
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