nuestra cada vez más activa y disconforme.
Nelly Richard, La insubordinación de los signos
El primero de mayo de 1984, miles de personas se reunieron en el Parque O’Higgins para conmemorar el Día Internacional del Trabajo y el aniversario de primer paro nacional realizado en contra de la dictadura1. La masiva concurrencia –entre ochenta y cien mil asistentes, según los medios oficialistas, cerca de doscientas cincuenta mil, según los medios de la oposición– sorprendió incluso a los organizadores del evento, el Comando Nacional de Trabajadores (CNT). Había varias razones para sorprenderse por el éxito de la convocatoria. Así lo sugería María Olivia Mönckeberg en una crónica publicada en Análisis. Según la periodista, además de la intensificación de la violencia y del peligro siempre inminente de la represión en las protestas, la jornada había sido convocada y organizada en brevísimo tiempo: el régimen de Pinochet había autorizado el uso del Parque O’Higgins solo una semana antes de la fecha y el evento caía además en «el flojo último día de un fin de semana largo». A este inconveniente calendario se sumaban problemas de otro orden: «la oposición en general no se advertía de lo más movilizada y animosa [y] la censura y la manipulación informativa creaban dificultades de comunicación»2. Mönckeberg destacaba que, a pesar de estos varios obstáculos, este había sido el primero de mayo más masivo en la historia de las celebraciones realizadas durante esa fecha en Chile, inclusive más masivo que los primero de mayo celebrados durante los años de la Unidad Popular.
Kena Lorenzini también asistió a esta manifestación, en calidad de reportera gráfica de Análisis. Para esta fotógrafa, perteneciente a la AFI (Asociación de Fotógrafos Independientes) y colaboradora activa del colectivo Mujeres por la Vida, era significativo documentar esta conmemoración histórica. Lorenzini realizó varias fotos ese día. Una de ellas fue publicada junto a la crónica de Mönckeberg: una toma general en la que se ven miles de personas con los brazos en alto. Otra de las fotos que Lorenzini tomó ese día (no publicada en Análisis) enfoca a uno de entre miles de manifestantes (ver figura 0.1). No vi esta foto sino hasta muchísimos años después (¡más de dos décadas más tarde!), pero me consta que cientos de peatones sí la vieron a fines de los ochenta, un día en que Lorenzini caminó junto a otros compañeros fotógrafos por el paseo Ahumada, en pleno centro de Santiago, cada uno con una gran reproducción fotográfica colgando de los hombros (de esta exhibición ambulante también me enteré a través de otra foto, que también vi muchísimos años después [ver figura 0.5])3.
He mirado esta foto incontables veces desde que comencé a escribir este libro. No puedo evitar sonreír cada vez que la veo. Me fascina por su humor, me encantan la audacia y la irreverencia del joven fotografiado, sobre todo de su camiseta: Pico. Me gusta pensar que Lorenzini también sonrió ese día en el Parque O’Higgins al encontrarse con este joven, que incluso asintió con la cabeza, en señal de acuerdo. Qué camiseta tan elocuente, tan precisa. Pico: pico con la dictadura, pico con Pinochet. A veces, mirando la foto, intento imaginar qué tan cerca estaba Lorenzini cuando tomó la foto. Otras veces me quedo pensando y admirando la agilidad con que la fotógrafa ajustó la cámara para realizar la toma (en demostraciones y protestas, la amenaza de la represión policial y militar era siempre inminente, el panorama podía cambiar muy rápido de un momento a otro. La fotógrafa usualmente no contaba con mucho tiempo para preparar la cámara y ajustar el lente y el enfoque).
Figura 0.1. Primera demostración, Parque O’Higgins, Santiago de Chile, 1 de mayo 1984.
Crédito: Kena Lorenzini. Blanco y negro. Archivo personal de Kena Lorenzini.
A lo largo de los años he apuntado varias reflexiones y descripciones a propósito de esta foto. Uno de los primeros apuntes que escribí dice: «La foto enfoca a un hombre joven. Ni idea quién es. Tiene la vista erguida, parece mirar hacia arriba. No sé qué o a quién está mirando. Su mirada es desafiante, parece la mirada de alguien que no siente temor ni miedo. Hay otras personas a su alrededor, algunas miran hacia arriba. ¿Qué miran? Imposible saberlo. Algunas personas acarrean pancartas; otras, banderas. Me encanta la camiseta que lleva puesta este tipo y sobre todo que Lorenzini la pone al centro de la foto. Es un gesto chistoso y atrevido, tal como el mensaje de la camiseta: Pico. De una u otra manera, esta breve palabra condensa el sentir y el pensar de las miles de personas que asistieron ese día al Parque O’Higgins. Pico con Pinochet. Pico con la dictadura».
Al leer estos apuntes hoy, varios años después, me doy cuenta de que apenas reparé entonces en los otros elementos también presentes en el encuadre. Por ejemplo, no escribí nada sobre las otras personas ni sobre las pancartas que algunas de ellas portan. Tal como Lorenzini, enfoqué toda mi atención en el joven centrado en el encuadre, sobre todo en su camiseta. Sin embargo, si reajusto mi mirada, puedo notar fácilmente estos otros elementos, incluso aquellos que aparecen borrosos en el fondo: noto, por ejemplo, a un hombre vestido de terno y corbata que lleva una carpeta con documentos bajo el brazo. Parece apurado. Me intriga la presencia de este hombre. ¿A dónde habrá ido tan apurado? ¿Qué eran esos documentos que llevaba bajo el brazo? ¿Por qué vestía de terno y corbata en un día feriado? Al reajustar mi mirada nuevamente, me percato de la presencia de otro hombre que lleva una cámara colgada al cuello –algún colega de Lorenzini, me imagino, otro fotógrafo que, como ella, también se encontraba trabajando en el Día del Trabajador documentando este importante acto de protesta–. Repito este ejercicio varias veces: miro una vez, miro otra vez. Cada reajuste me permite enfocar distintos elementos: desde la mujer ubicada en el costado izquierdo del encuadre (parece mirarse el brazo con atención) hasta las pancartas y las banderas que aparecen en el fondo. Sonrío al reconocer en una de esas pancartas el retrato de Salvador Allende (la traza de una traza, pienso). Con mi mirada siempre en la foto, me percato de un importante detalle: la mayoría de los elementos que aparecen lejos, en el fondo (hombres, mujeres, banderas, pancartas) tienen contornos difusos. Si bien no puedo distinguirlos claramente y mucho menos describirlos en detalle, me consta que estos elementos están ahí, presentes en el encuadre: estarán borrosos o desenfocados, pero no son invisibles.
Volveré a la foto de Lorenzini más adelante. Por ahora, basta con decir que fue gracias a esta imagen documental que comencé a pensar en la profundidad de campo de una manera más dinámica, a formularla como una herramienta y un concepto crítico para explorar el campo en expansión de la fotografía. En caso de que mis lectores no estén familiarizados con esta noción, valga esta breve explicación: la profundidad de campo es una medida que designa el área de nitidez aceptable de una imagen. El área de nitidez aceptable abarca la distancia entre los objetos enfocados que aparecen en el frente, en el medio y en el fondo de la imagen. O para ponerlo de otro modo: las fotos que poseen una mayor profundidad de campo son aquellas en las que los elementos del frente y del fondo (a la distancia) aparecen con contornos claros y delineados. Si los elementos en el frente o en el fondo aparecen borrosos, esto puede deberse a la reducida profundidad de campo de la imagen4. En este libro, la noción de profundidad de campo se entronca con la idea del campo fotográfico en expansión. Producto de este vínculo, ambas nociones y sus respectivos significados son acarreados –tal como las fotografías– por el juego de la metonimia y de la imaginación. Me explico: si la profundidad de campo se refiere al área de nitidez aceptable de una foto, en estas páginas el término abarca o contempla el área de los objetos disponibles –esto es, de aquellos objetos que son discernibles, inteligibles o visibles– en el campo fotográfico. Al ajustar el foco del lente de una cámara se hacen visibles o se vuelven más nítidos elementos que hasta entonces permanecían indefinidos o borrosos en el encuadre, y viceversa: es este reajuste (entre otros aspectos) lo que determina una mayor o menor profundidad de campo. Del mismo modo, al reajustar la mirada sobre el campo cultural, objetos no disponibles o no considerados previamente se vuelven perceptibles y visibles en tantos objetos: objetos del campo fotográfico en expansión. Este reajuste de enfoque es significativo en tanto me permite apreciar, dilucidar, considerar y analizar una serie de procesos como prácticas fotográficas y, por consiguiente, reformular el campo fotográfico como un campo fotográfico en expansión.
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