Si estas adhesiones representan la primera clave de análisis, la segunda concierne a una temática de alcance más amplio que impacta en numerosos dominios de la sociedad. Nos referimos al problema de la clasificación y la inclasificación, que recorre los diversos órdenes de producción cultural. Hacia fines de la década 1980, los debates 1–de los estudios culturales y la teoría sociológica– en torno a las transformaciones de la primera modernidad convergían en dos conclusiones importantes para nuestro estudio. La primera consiste en la erosión de los límites entre expertos y legos, es decir, el debilitamiento de la distinción tajante entre, por un lado, un cuerpo de especialistas que sistematiza –y, en parte, expropia– un conjunto de saberes, técnicas, pautas expresivas a través de las cuales se produce un lenguaje y una performance autorizada y, por otro, los practicantes convencionales que participan de la misma definición de la realidad sin dominar sus secretos. Esta lógica de autonomización y funcionamiento de diversos espacios de producción de bienes simbólicos, propia del arte, la ciencia, la industria cultural o la religión, tiende a redefinirse. Y aquí las estructuras económicas del capitalismo tardío ocupan un lugar destacado en los procesos concomitantes de mercantilización y democratización de la cultura. En un sentido análogo, Pierre Bourdieu (2000: 103) señala, a principio de los años 80, el peligro de una universalización inconsciente del esquema experto-lego, el cual expresa un estado histórico del campo, opacando el surgimiento de nuevos clérigos, nuevas dinámicas de competencia en la cura de almas y la definición del buen vivir. La tesis sobre la “disolución de lo religioso”, constatada regionalmente durante la misma época o incluso antes, pone en jaque las formas establecidas de producción de bienes sagrados. Los reavivamientos espirituales, la religiosidad popular, los comunitarismos o las terapéuticas alternativas, comprenden modelos complejos de autoridad y participación que ocupan la escena latinoamericana. La segunda conclusión, complementaria de la primera, refiere al impulso descategorizante que impacta en los sistemas de clasificaciones vigentes en distintos órdenes de la cultura. La redefinición de las zonas de fronteras, los límites que separan a expertos y legos, no culmina con el cuestionamiento de los portavoces, los lugares de enunciación y los bienes simbólicos que fabrican. Los esfuerzos críticos se focalizan asimismo en los sistemas simbólicos, es decir, en las taxonomías y etiquetas que procuran nominar el mundo, ordenarlo, dotarlo de divisiones y sentidos. Es una rebelión contra las categorías dominantes, los agrupamientos y las lógicas que encierran, dado que el lenguaje prefigura cognitivamente maneras de entender y percibir la realidad. Los productos culturales también son objeto de revisión en su estructura interna, complejizando la segmentación formal de narrativas y géneros (literarios, musicales, cinematográficos, etc.). En la actualidad, el problema de la construcción de codificaciones tiende hacia lo que vamos a denominar a lo largo del libro “el elogio de lo inclasificable”.
Es posible plantear, a modo de ejercicio teórico, una hipótesis preliminar respecto de los impulsos destacados de clasificación-inclasificación que organizaron los mundos religiosos de la Argentina en distintos momentos. Nos interesa señalar tres de ellos: el primero, a fines del siglo XIX y mediados del siglo XX, contempla las acciones del Estado nacional en la creación y el reforzamiento de nomenclaturas que segmentan las creencias, sus organizaciones y representantes, en compartimentos más o menos estancos y jerarquizados de acuerdo con el universal católico. La modernidad argentina construye sus propios mitos y procesos singulares de secularización (Mallimaci, 2015). El segundo, durante el último cuarto del siglo XX, consolida un proceso emergente de apertura cultural que acompaña la revisión de las clasificaciones reguladoras por parte de los mismos grupos religiosos, contraponiendo una simbólica de la diferencia y del pluralismo en el marco de una sociedad reencantada (Frigerio, 2007; Frigerio y Wynarczyk, 2008). Y, por último, el tercero corresponde a los inicios del siglo XXI y puede describirse como un impulso descategorizante cuya crítica incluye al acto mismo de clasificar y producir rotulaciones para cada tipo de experiencia, todo esto en un contexto de crisis, también reinvención, de las instituciones de la primera modernidad. El desapego con la cultura de expertos y las categorías totalizadoras no parte de los agentes públicos, ni de los especialistas religiosos, como en el primer y el segundo caso, sino de la afirmación del punto de vista creyente. Algunas acepciones del discurso de la espiritualidad expresan la celebración de lo sagrado-inclasificable en diversas tradiciones, es decir, el esfuerzo por sostener la distancia respecto de las identidades y los ritos preestablecidos.
Las coordenadas conceptuales introducen un punto de partida: los sistemas de clasificaciones no son estáticos, transitan por momentos de categorización, diversificación y descategorización. Si bien estos impulsos operan de manera simultánea, es posible reconocer la dominancia coyuntural de uno u otro en distintos períodos. Por ejemplo, una misma experiencia del poder divino cuadra con la categoría externamente asignada de “protestante”, con la reivindicación denominacional de “pentecostalismo” y con la autoidentificación de “una forma de vida”, “cristiano” o “evangelio”. Depende, en cada caso, de la grilla y la perspectiva adoptada. Sostenemos que, en la actualidad, la inclasificación representa una pauta de prestigio que recorre un paisaje religioso en movimiento con características singulares que es necesario precisar.
Macroescala: la creencia en números
Ahora bien, ¿cuáles son las características de la situación religiosa en la Argentina? Como se desprende de los datos obtenidos en la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas, realizada en 2019 por el programa Sociedad, Cultura y Religión del CEIL-Conicet, la población se distribuye de la siguiente manera: 62,9% se identifica como católico, 18,9% como sin afiliación religiosa (se incluye en esta categoría a 9,7% de encuestados que respondieron no tener ninguna religión, 6% de ateos y 3,2% de agnósticos), 15,3% se identifica como evangélico (desagregado en 13% de pentecostales y 2,3% de “otros evangélicos”), 1,4 % afirma ser testigo de Jehová y mormón y, finalmente, 1,2% de la población ingresa en la categoría “otras religiones”. 2
El catolicismo aparece, entonces, como la adscripción mayoritaria seguida por “sin afiliación” y “evangélicos”. Si comparamos estos datos actuales con la primera encuesta llevada a cabo en 2008 por el mismo equipo de investigación, nos encontramos con tres movimientos o procesos destacados. El primero es el retroceso parcial del catolicismo; en 2008 los católicos alcanzaban el 76,5% de la población. El segundo es el aumento en el valor porcentual de la opción “sin afiliación religiosa”, que en 2008 alcanzaba el 11,3%. Finalmente, asistimos a un aumento de la población evangélica, de 9% en 2008 a 15,3% en la actualidad. En una palabra, el catolicismo disminuyó 13,6 puntos porcentuales, sin perder su mayoría atenuada, mientras que la ausencia de afiliación religiosa aumentó 7,6 puntos porcentuales y, los evangélicos, 6,3 puntos porcentuales.
Siguiendo los datos y análisis que sistematiza el primer informe de la encuesta (Mallimaci et al. , 2019), podemos avanzar hacia una caracterización somera de las principales adscripciones y tendencias. Sin dejar de ser mayoritario en todas las regiones, el catolicismo tiene mayor presencia en el noroeste argentino (NOA). La población católica es sobre todo femenina, se concentra en los adultos mayores (65 años y más) y se distribuye homogéneamente en todos los niveles educativos. Entre sus principales creencias se destacan Jesucristo, Dios, la Virgen, el Espíritu Santo, los santos y la energía, en ese orden preciso. Sus prácticas más recurrentes incluyen rezar u orar –ocho de cada diez creyentes lo hacen– y, a distancia considerable, hablar con los seres queridos difuntos, leer la Biblia u otro libro sagrado, confesarse y comulgar, asistir a peregrinaciones y fiestas religiosas. A excepción de los productos de santerías, el consumo cultural (relativo a programas de radio, televisión, internet, música, revistas, libros o diarios religiosos) ocupa un lugar minoritario. Cabe destacar, por último, dos aspectos: en primer lugar, una proporción alta de creyentes se vincula con Dios por su propia cuenta, sin necesidad de iglesias, grupos o comunidades. En segundo lugar, la elección de un sumo pontífice argentino, el papa Francisco, no suscitó un aumento de la religiosidad católica (nueve de cada diez creyentes sostienen que se mantuvo igual).
Читать дальше