Por último, quisiera referirme a la función que desempeña la electrónica aplicada a los aparatos de telefonía o Internet en la creación y transmisión de valores, mensajes e información, en una época en que se está produciendo un debilitamiento de la presencia y/o legitimidad de los valores e ideales tradicionales o que forman parte de la cultura ancestral que hemos heredado. Época esta en la que muchos pensadores rechazan su arraigo y niegan que esos valores tradicionales puedan guiar la educación y la cultura en este comienzo del siglo XXI. Paradójicamente, tanto en Occidente como en Oriente se ha completado una evolución que consistió en degradar las convicciones o creencias metafísicas o religiosas y reemplazarlas por el uso de la razón o la experimentación científica que consolidaron su presencia en las sociedades actuales. Dije “paradójicamente” porque la nueva revolución tecnológica utiliza instrumentos cargados de energía “totémica”, es decir que hemos vuelto a revalorizar el mundo mágico o mítico. Los santos religiosos o héroes de la historia han sido reemplazados por personajes de ficción, algunos de los cuales tienen facultades mágicas.
En casi todas las culturas, la religión ha quedado separada de la política o de los valores mundanos, siguiendo lo que enseñaba la tradición cristiana y que se formulaba en el siguiente principio: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Sin embargo, una nueva aureola de infalibilidad, casi sobrenatural, se ha apoderado del respeto subjetivo que experimentan los usuarios del sistema, con un flujo de información y de datos que transmiten los servidores electrónicos. Una “carga mítica” impone un “brillo sobrenatural” al universo de los servicios electrónicos, por los poderes arcanos que muchos les asignan, llegando incluso al extremo de la sacralización.
Jacques Ellul, teólogo y anarquista cristiano francés, ha formulado un concepto importante para calificar esta realidad: “No es la técnica la que nos domina sino lo sagrado transmitido por la técnica”.(17)
Si admitimos esta sumisión hierática que provoca el uso del sistema técnico electrónico actual, podría afirmarse que estamos frente a un sistema o figura “totémica”, que ejerce confianza o fascinación hasta hacer reposar en él muchas decisiones de las sociedades actuales. Los ordenadores son como “tótems”, que despiertan emociones y deseos que fueron bien adaptados por Steve Jobs cuando se ocupó de darles un buen diseño.
Cuán importante será para la cultura del ser humano esta nueva tecnología que nos sitúa frente a un proceso evolutivo que virtualmente no tendrá límites. Si bien la inteligencia humana es infinita, muy desigual es la capacidad de los individuos forzados a vivir las limitaciones del funcionamiento temporal de un organismo biológico frente a un eventual monstruo, atemporal, impalpable, con memoria absoluta y sin fatiga física.
Debemos mantener la condición de la trascendencia humana, pero aquellos que no creen en esa dimensión deben recordar el consejo que Pico della Mirandola, en el siglo XIV, nos legó en su Discurso sobre la dignidad del hombre :
[…] velar por encima de todo a que no se nos acuse de haber ignorado nuestra alta responsabilidad […] que una suerte de ambición sagrada invada nuestro espíritu y nos vuelva insatisfechos con la mediocridad. Nosotros aspiramos a las cimas, trabajando con todas nuestras fuerzas para llegar a ellas.
La confusión de Babel
La comunicación entre seres humanos, únicos seres vivos que tienen la facultad de conciencia, es un hecho extraordinario a nivel moral, pues pueden intercambiar respuestas a los enigmas que plantea la vida, según lo afirma el famoso historiador británico Arnold Toynbee.(18)
Cuéntase en la Biblia, en el Génesis, que luego del diluvio los pueblos que confluyeron hacia la llanura de Senaar, en Babilonia, decidieron construir una torre que llegara hasta el cielo para estar más cerca de Dios y protegerse de las inundaciones. Esta decisión representa un acto de soberbia, arrogancia, cuyos autores –que antes hablaban un solo idioma– fueron castigados por Yahveh, quien según los textos sagrados sentenció: “Confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan con los otros”. Este hecho –que también está contado en el Libro de los Jubileos, el Libro III de Baruc o Apocalipsis del Juicio de Baruc, y en otros textos antiguos– dejó incomunicados a numerosos pueblos. El mito de la torre de Babel, cuyo nombre viene del asirio bab-ilu , que significa “puerta de Dios” o “de Balal”, en lengua hebrea, significa que aquellos fueron condenados a la “confusión”. No se entendieron, por lo que fue imposible la comunicación.
A partir del siglo XXI y desde las últimas décadas del anterior, grandes grupos humanos que se desempeñan en diversas actividades parecen haber sufrido una extraña disrupción en la percepción de la realidad, lo cual les impide coincidir en la evaluación de las condiciones políticas, sociales o culturales que imperan en el mundo. A una débil práctica de virtudes morales, en muchos dirigentes y actores sociales, se agrega la falta de compromiso con la verdad como valor axiomático de los juicios, o valores para definir o evaluar la realidad que los circunda. Se ha extendido un pragmatismo, que asume una actitud de “realismo” para encubrir intereses económicos o ambiciones de poder, que conspira contra cualquier lealtad que no sea de tipo material o basada en el cálculo de oportunidad.
De esta manera se fue creando un clima propicio para el multiculturalismo, que al mismo tiempo estimula una ausencia de principios morales vinculados a alguna verdad o convicción, relativizándolo todo.
En este contexto todo vale y la comunicación es un vehículo para transmitir cualquier contenido. Sin valores, la verdad es una sombra rodeada por una nube.
Se cayeron los megarrelatos que sirvieron de pilares de los mitos nacionales. La realidad se ha descompuesto en hechos que a veces son meras opiniones, y se presenta con acontecimientos inventados, fábulas o fantasías.
Hay en los últimos tiempos verdaderas olas de fake news (noticias falsas) como nunca ha ocurrido en la historia de la información pública. En un artículo titulado la “Guerra contra la verdad” el ensayista venezolano Moisés Naim sostiene que la información “potenciada por la revolución digital será el motor más importante de la economía, la política y la ciencia del siglo XXI”. Naim considera también que la información será una peligrosa fuente de confusión, fragmentación social y conflictos: es el nuevo petróleo que “después de procesado y refinado, tiene gran valor económico”. Nos alerta contra la desinformación y nos previene contra el fraude y la manipulación que fomenta el conflicto que incentiva aceleradamente.(19)
El director del diario londinense The Guardian , Alan Rusbridger, afirma que una sociedad no puede funcionar de no verificarse un acuerdo sobre lo que diferencia un hecho real de uno falso. No se puede gobernar, ni tener debates, ni trabajar sin diferenciar un hecho real de uno falso; los tribunales, sin establecer cuál es la verdad. Las controversias a veces generan verdaderas batallas verbales.
El expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha exacerbado los conflictos de opiniones adversas a la prensa. Llegó a decir: “Estos animales de la prensa, sí son animales. Son los peores seres humanos que uno puede encontrar”.
Tras el anuncio de que Trump había sido infectado por el COVID-19, aparecieron muchas noticias que pusieron en duda el hecho. Armando Iannucci, periodista y creador de la serie Veep , dijo: “No me sorprende que nadie le crea. Hoy por hoy, nadie cree nada”. Y agregó: “El virus que se está propagando es el que siembra dudas sobre toda información fáctica”.
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