Había una pequeña arruga entre sus cejas. Wendy se inclinó hacia él. Estaba frunciendo el ceño mientras dormía, como si estuviera teniendo una pesadilla.
Wendy pasó su pulgar sobre la arruga, una y otra vez, hasta que la frente del chico se relajó y su rostro se transformó en suaves pendientes y llanos.
Bajó la mirada hacia su muñeca esposada otra vez, sus ojos siguieron por la palma de su mano hacia sus largos y finos dedos. Tenía las uñas mordidas casi por completo y las lúnulas estaban cubiertas de tierra.
La invadió la imagen de sus propias uñas el día que la encontraron: sucias, quebradas, con rastros rojos.
Wendy se tambaleó hacia atrás, un temblor avanzó por su columna. Colocó sanitizante en la palma de su mano del dispensador de la pared y lo frotó vigorosamente entre sus manos. El olor punzante y ácido ardió en su nariz.
–Wendy.
Se sobresaltó, giró y vio a su madre en la otra punta del pasillo haciéndole gestos para que se acercara.
–Vamos a casa –le dijo, sus manos se aferraban con fuerza a su bolsa. Wendy pensó que, de repente, su madre lucía mucho mayor. Como si algo estuviera presionando sus hombros, arqueando su cabeza y curvando su espalda.
Wendy limpió el dorso de su mano sobre su frente sudorosa.
–¿Y mi camioneta?
–Puedes recogerla mañana –respondió buscando sus llaves en su bolsa.
–Está bien –asintió Wendy.
La señora Darling se alejó a paso ligero y Wendy la siguió. Cuando atravesaron las puertas corredizas de vidrio, entraron dos personas en traje.
Cuando las puertas se cerraron, Wendy pensó en Peter acostado en la cama y en esa sonrisa estampada en sus labios.
Capítulo 3
En el camino de vuelta a casa, Wendy se sentó detrás de su madre. Se acurrucó contra la puerta y presionó su frente contra el vidrio frío, de espaldas al bosque. En un intento de evitar que su mente divagara, cerró los ojos y repitió la letra de su canción preferida una y otra vez en su cabeza. El sonido de gravilla debajo de las ruedas anunció que habían llegado a casa. Wendy se irguió y abrió la puerta con cuidado para no golpear el coche de su padre.
–Tengo que regresar para terminar mi turno –dijo su madre.
–Okey.
–Hablaremos por la mañana.
–Está bien –Wendy vaciló. Algo como curiosidad, o tal vez solo culpa, la mantuvo en el auto–. Mamá, ¿estás bien?
La señora Darling suspiró, Wendy intentó ver sus ojos por el espejo retrovisor, pero la mujer tenía la vista clavada en el volante.
–Estoy bien. Todo está bien.
Wendy no pudo distinguir a quién intentaba convencer.
Su madre se marchó antes de que Wendy pudiera encontrar sus llaves. Su padre había olvidado encender la luz del porche otra vez. Luchó por un momento hasta que pudo destrabar la puerta principal.
La sala de estar estaba oscura salvo por la línea de luz que se asomaba por debajo de la puerta del estudio de su padre. Se acercó y presionó la oreja contra la puerta. Todo estaba en silencio salvo por el sonido del sueño profundo de su padre; largos ronquidos.
Bien. Por lo menos no tendría que lidiar con ser interrogada por él. Por ahora.
La mente y el cuerpo de Wendy vibraban con energía ansiosa. Necesitaba distraerse con algo y poner sus manos inquietas a trabajar así que ordenó la cocina. Vació el lavavajillas, que había cargado la noche anterior. Aplastó una pequeña pila de latas de cerveza y las apiló con el resto de los reciclables. En el fregadero, volvió a limpiar sus manos; tenía la piel roja y quebrada por el hábito compulsivo.
El trabajo la mantuvo mayormente distraída, hasta que se sentó para hacer la lista de las compras. Clavó la mirada en el pequeño anotador con la punta de la pluma azul en alto, pero no podía concentrarse en qué necesitaban comprar esa semana, una de las tantas tareas que había asumido en la casa. Ahora que estaba quieta, su mente recobraba velocidad. Contempló encender la televisión para ahogar sus pensamientos, pero no quería ver los rostros de Benjamin Lane y Ashley Ford devolviéndole la mirada.
Y no quería despertar a su padre.
Wendy cerró los ojos y se obligó a respirar profundo. Le palpitaba la cabeza. No esperaba con ansias descubrir qué había sucedido esa noche. Diablos, ni siquiera ella estaba segura de qué había sucedido, así que, ¿cómo se suponía que se lo explicaría a otra persona? Lo único que sabía con seguridad era que algo había aterrizado en el capó de su auto y que encontró a un chico acostado en el medio de la carretera. Y que su nombre era Peter.
Pero eso no significaba que fuera su Peter. Wendy sacudió su cabeza levemente.
Necesitaba concentrarse.
Las compras. Podía preparar ziti. Era rápido y fácil de transportar para su mamá y su papá. Wendy bajó la mirada al anotador, lista para escribir “salsa marinera”, pero se detuvo en seco. Se quedó sin aire. Escalofríos recorrieron sus brazos.
Lo había hecho otra vez.
El anotador estaba cubierto de tinta azul. Líneas rasposas formaban el árbol deforme. El tronco era grueso y con picos. Las raíces se retorcían y formaban bucles en la base. El dibujo se había expandido por fuera del papel y ramas con ángulos pronunciados se desparramaban sobre la mesa de madera.
– Mierda –Wendy tomó el limpiador guardado debajo del fregadero y un puñado de servilletas de papel. Frotó la mesa vigorosamente, pero a pesar de que la tinta azul se había desvanecido, había presionado la pluma con tanta fuerza que dejó surcos en la madera suave. Volvió a maldecir y frotó con más fuerza.
De todos modos, las leves marcas de las ramas permanecieron en la mesa. Wendy abrió con fuerza la gaveta en dónde guardaban la mantelería elegante para las fiestas y tomó un juego verde de individuales. Los acomodó en la mesa para cubrir las líneas.
Hundió las palmas de sus manos en sus ojos. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Se estaba volviendo completamente loca? Necesitaba entender la realidad. El chico que había encontrado no era Peter Pan. Los niños perdidos no tenían nada que ver con sus hermanos. Estaba exhausta y solo necesitaba una buena noche de descanso.
Wendy subió por las escaleras y se detuvo un momento.
A la derecha había una puerta que llevaba a la habitación que solía compartir con sus dos hermanos, John y Michael. Ahora solo era una puerta que había permanecido cerrada por los últimos cinco años. Después de lo ocurrido, Wendy se había negado a entrar, así que sus padres la mudaron inmediatamente a la sala de juegos.
Le habían comprado prendas y muebles nuevos. Una tarde de compras como esa debería haber sido una aventura divertida de madre e hija, pero Wendy pasó la mayor parte de las primeras semanas en el hospital siendo evaluada por varios doctores y sin hablar mucho. Así que su madre había realizado la mayoría de las compras sin ella; y por la mezcla de estilos y colores de madera, Wendy asumió que compró lo primero que vio e hizo que lo llevaran a su casa.
Wendy le dio la espalda a la puerta, pasó sus dedos por su cabello corto y caminó hacia la habitación a la izquierda. Solo de ver su cama decorada con almohadas y con una manta azul pálido se sintió exhausta.
La cama estaba centrada con la ventana en la pared opuesta a la puerta. Había un pequeño cesto de basura debajo de la mesita de noche rebosante de más dibujos arrugados de Peter y del árbol deforme.
En su pequeño baño, Wendy salpicó su rostro y nuca con agua. Se aferró al borde del lavabo y miró fijamente a su reflejo en el espejo. Lucía como siempre, solo estaba un poco más pálida. Sus ojos eran demasiado grandes, su cabello estaba cubierto con tantas cenizas que no podía lucir brilloso, y sus hombros eran demasiado anchos gracias a la natación. Sencilla y aburrida, lo que le parecía bien.
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