Aiden Thomas - Perdidos en Nunca Jamás

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Hace cinco años, Wendy apareció en el bosque. Sus hermanos, John y Michael, no aparecieron nunca. Jamás.
Ahora niños han empezado a desaparecer sin dejar rastro por toda Astoria y el caso de los Darling vuelve a estar en el foco de todas las miradas, ¿acaso están relacionados?
Wendy no quiere abrir esa herida. No quiere más interrogatorios policiales. No quiere sentir esperanza. Pero, entonces, un chico inconsciente cae del cielo directo hacia ella.
Un chico imposible. Uno que no debería existir fuera de las historias que Wendy les contaba a sus hermanos antes de dormir. Uno que le dice que, si no actúan pronto, los niños perdidos correrán la misma suerte que John y Michael.
¿Acaso él sabe dónde están sus hermanos? ¿Es posible que ese chico sea realmente Peter Pan?

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Se quedó callada un momento antes de levantar la mirada y concentrarse en su hija. Esos agudos ojos castaños penetraron a Wendy con una intensidad inquisitiva.

–También siguió preguntando por ti.

–Eso no tiene sentido –dijo y era verdad. Wendy cruzó los brazos, los desenlazó y volvió a cruzarlos otra vez.

La señora Darling se acarició el labio inferior mientras observaba a Wendy en silencio por un momento.

–¿Lo conoces? –preguntó al fin.

–No, ¡por supuesto que no! –respondió un poco demasiado enfática. La frustración comenzó a gatear debajo de su piel. El chico misterioso estaba dando la impresión de que se conocían cuando no era así , pero lo peor era que la estaba haciendo lucir como una mentirosa. Ahora hasta se sentía como una mentirosa, como si estuviera escondiendo algo, pero ¿cómo podría esconder algo si nunca lo había visto?

Y no, ¡cómo podía lucir un chico inventado en su imaginación no contaba!

–Es un joven cualquiera que salió del bosque, ¿cómo podría conocerlo? –insistió Wendy, la desesperación comenzó a rasguñar su garganta. No necesitaba que su madre, de todas las personas, también dudara de ella.

–¿Cómo…?

Toc. Toc.

Wendy se sobresaltó y ambas giraron hacia la puerta principal.

La señora Darling frunció el ceño, pero se puso de pie y abrió la puerta. En el porche había un hombre y una mujer vestidos de traje y con corbata.

–¿Mary Darling? –El hombre habló primero mientras buscaba algo en el bolsillo de su chaqueta. Era alto y de espalda ancha.

Los dedos de la señora Darling se flexionaron contra la manija. Wendy se dejó caer en un asiento y se inclinó para ver más allá de su madre.

–Les dije a los oficiales que iríamos a la estación de policía más tarde. Tengo que…

–Soy el detective James y ella es mi compañera, la detective Rowan –dijo el hombre y Wendy se tensó. El desconocido extendió una identificación al igual que la mujer detrás de él; su cabello negro estaba rasurado casi por completo y revelaba cada centímetro de su rostro angular: pómulos marcados, ojos y tez oscura. Miró detrás de la señora Darling hacia Wendy sin modificar su expresión.

–¿Detective? –repitió la señora Darling, sonaba confundida.

–Sí, señora. Trabajamos para la oficina del sheriff del condado de Clatsop. ¿Nos dejaría entrar? –Sus ojos avellana se posaron en Wendy–. Tenemos algunas preguntas para su hija.

Mentalmente Wendy le rogó a su madre que dijera que no y rechazara su pedido. Podía darse cuenta de que la mujer no quería dejarlos pasar, pero ¿qué otra opción tienes cuando se trata de detectives?

Para el horror de Wendy, su madre dio un paso al costado y los dejó entrar. La señora Darling caminó hasta su hija y se detuvo junto a ella con los brazos cruzados sobre el pecho.

–¿Wendy? –preguntó el detective James.

No sabía por qué estaba preguntando cuando obviamente ya lo sabía.

–Sí. –Sentada allí, de repente, Wendy se sintió muy pequeña. La detective Rowan se quedó de pie con las manos entrelazadas por delante mientras que el detective James volvió a meter la mano en su bolsillo y tomó un anotador y una pluma.

–Solo tenemos algunas preguntas y luego nos marcharemos –le sonrió, pero era una sonrisa falsa porque la piel alrededor de sus ojos no se arrugó. Su cabello era oscuro, tenía una barba incipiente y una cicatriz sobre su ceja izquierda. Wendy se preguntó cómo se la había hecho.

–Está bien. –Sabía que nunca era tan sencillo como eso.

–Ya recibimos el informe de los paramédicos y de la policía –dijo mientras pasaba por lo menos cinco páginas de notas–. Así que no hace falta que volvamos sobre eso. Sin embargo, lo que sí necesitamos saber es si conocías al chico, ¿Peter?

Menos mal que no serían preguntas repetitivas.

–No, no lo conozco.

¿O no lo conocía? ¿Debería hablar de él en pasado o presente?

–¿Estás segura? –insistió con pluma en mano, esperando.

–Sí, estoy segura.

–¿Te pareció familiar? –esta vez habló la detective Rowan.

Wendy parpadeó. Nadie se lo había preguntado de esa manera antes.

–No –dijo con un poco de demora. ¿El chico le resultaba familiar? Sí, pero no podía explicarles por qué. Nadie le creería. Sonaba imposible… era imposible.

–¿No tienes ningún recuerdo de él? ¿No se parecía a alguien que hayas conocido antes? –continuó la detective Rowan lentamente y con tono parejo. Wendy se sintió atrapada bajo su mirada.

–No. –Esta vez lo dijo demasiado rápido–. Yo… –Cerró sus ojos con fuerza por un momento–. No, no sé quién es.

El detective James miró a su compañera. Wendy no podía dilucidar qué estaban pensando, pero ese tipo de comunicación no verbal era el resultado de años de cercanía. Wendy lo comprendía porque ella y Jordan podían intercambiar miradas en un salón de clases y ella sabría exactamente qué estaba pensando su mejor amiga.

El detective James volvió a mirar a Wendy y a su madre. Entrelazó sus manos al frente mientras sostenía el pequeño anotador y la pluma. Ahora los dos detectives eran reflejo del otro. Dos centinelas que la miraban desde arriba.

–Hace cinco años tus hermanos y tú desaparecieron. Wendy, ¿eso es correcto? –preguntó el detective James.

La señora Darling contuvo la respiración. El vello en los brazos de Wendy se erizó. Lo dijo de manera tan despreocupada, como si Wendy no viviera cada día cargando el peso de lo que había sucedido. Como si no fuera una mancha en su infancia, una maldición familiar de la que nunca dijo una palabra.

Como si fuera nada.

–S… sí –graznó Wendy.

–Según los informes policiales originales, tú y tus hermanos, John y Michael, y tu mascota desaparecieron del jardín trasero la noche del veintitrés de diciembre. –El detective James hablaba lentamente mientras la observaba–. Creo que tenías doce años, John diez y ¿Michael tenía siete? –lo dijo como una pregunta, pero era claro que conocía los detalles de memoria. No miró a sus notas ni una sola vez–. Solo la perra regresó del bosque ese día y encontraron sangre en su pelaje.

Sangre de Michael.

El estómago de Wendy se revolvió mareado.

Su madre estaba inmóvil como una estatua, su rostro estaba casi igual de pálido.

–El oficial Smith nos dijo que equipos de búsqueda inspeccionaron las carreteras internas y el bosque, pero no hallaron nada. Hasta seis meses después, cuando te encontró un guardabosques. Dijo que estabas parada debajo de un árbol mirando hacia arriba y que no te movías –Wendy se congeló debajo de su mirada fija–. Intentó que te movieras, pero no respondiste así que te cargó y llamó a la policía. –El detective James finalmente bajó su mirada hacia su anotador.

Wendy sentía como si estuviera mirando una película. Uno de los dramas policiales británicos que a su madre le gustaba ver. ¿Qué tenía que ver con Peter todo esto?

No era lo suficientemente valiente para simplemente preguntar.

–Tenías algunos cortes menores y moretones, pero no sufriste heridas graves –siguió el detective James, sus pulgares recorrían las hojas de sus notas con pereza, no las estaba leyendo de verdad–. Lo más destacable es que no tenías recuerdos de lo que había sucedido durante esos seis meses, que partes de tus prendas habían sido reparadas con parches de un material natural nativo de climas tropicales, pero no en ningún lugar en Oregón –hizo una pausa– y que había rastros de sangre de tus hermanos debajo de tus uñas.

La visión de Wendy se nubló. Apenas registró las lágrimas calientes que caían por sus mejillas.

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