–No que yo sepa… pero… no…
–¿No quieres que lo encuentren? –adivinó.
–¡No! –Wendy sacudió la cabeza–. No es eso. Si sabe algo, entonces por supuesto que quiero que la policía lo localice para que puedan encontrar a mis hermanos. –Le estaba costando mirar los ojos perspicaces de Jordan–. Esta es la primera vez en cinco años que tenemos algún tipo de información nueva, una esperanza de encontrarlos –siguió–. Pero, es… sigue siendo…
–Aterrador –terminó Jordan en voz baja y Wendy asintió.
Jordan miró detrás de Wendy y le frunció el ceño a la pared. Jordan había estado allí para ella antes, durante y después de las desapariciones. Cuando finalmente le permitieron a Wendy regresar a casa, Jordan fue la única persona de la escuela que fue a visitarla. Actuó como si nada hubiera pasado y, si bien se negaron a pisar el jardín trasero por varios años, jugaban juegos de mesa y hacían rompecabezas juntas en la sala de estar.
A veces, el señor Arroyo hasta las dejaba jugar con un balón adentro de la casa siempre y cuando fuera pequeño y no pudiera causar demasiado daño.
Un par de veces, cuando Wendy estaba en el hospital, el señor Arroyo y Jordan intentaron visitarla, pero los doctores siempre les explicaban el estado “delicado” en el que se encontraba y que no podía ver a nadie que pudiera detonar estrés emocional.
Desde entonces, Wendy sintió una gratitud abrumadora hacia Jordan y su padre. Se sentía muy afortunada de tenerlos y en deuda por su amistad. Pero también significaba que temía perderlos.
–No puedo hacer esto otra vez –soltó y Jordan estrujó su brazo.
–No lo harás.
–¿Y si…?
–No puedes pensar en eso, Wendy.
–Pero…
–No sucederá –su voz era firme. No tenía el tono desestabilizante de su padre, pero sí era sólido como la piedra. Sus manos estabilizaron a Wendy–. Nadie te llevará a ningún sitio. Todo estará bien. Nada…
–¿Cambió? –arriesgó enojada, pero no tenía con qué desquitarse–. ¿Cómo harán las cosas para no cambiar después de todo esto? ¿Cómo se supone que siga adelante? Solo… –Apretó los puños–. Solo quiero huir. ¡Quiero salir de aquí!
–Lo sé –Jordan permaneció tranquila y luego bromeó con gentiliza–. Destino: el país de Nunca Jamás, ¿verdad?
Wendy soltó una risa exasperada. Jordan no tenía idea.
–La buena noticia es que podrás huir. Las dos podremos –siguió Jordan y golpeó sus muslos–. ¡A la universidad! No es una isla mágica entre las estrellas, pero tiene la comida asquerosa de los dormitorios, piscinas olímpicas y muchos chicos universitarios sexis –sonrió, pero Wendy solo logró estirar levemente sus labios–. Podremos decorar nuestras habitaciones, quedarnos despiertas hasta tarde y beber litros de café mientras nos preparamos para estudiar Medicina…
–Enfermería –la corrigió. Jordan había estado intentando convencerla de que estudiara Medicina durante los últimos dos años, pero Wendy quería ser enfermera. Quería ayudar a la gente, pero la idea de ser doctora y salvar vidas era más de lo que podía manejar.
–El punto es que podremos hacer lo que queramos –Jordan ignoró la réplica–. Podemos empezar de nuevo. Solo necesitamos sobrevivir un par de meses –estrujó el brazo de Wendy con fuerza–. ¿Está bien?
La universidad. Wendy se seguía recordando que era el faro, la luz al final del túnel. Solo necesitaba seguir adelante, sobrevivir esto y podría ser libre de todo. Pero ¿y ahora?
–Nada de lo que está sucediendo ahora cambiará eso –le aseguró Jordan como si estuviera leyendo su mente.
–La gente como yo no puede vivir una vida normal, Jordan. –Era un mantra que se repetía en su cabeza todo el tiempo, una y otra vez. Pero era la primera vez que, de hecho, lo decía en voz alta. Sabía que era una generalización y que no estaba siendo justa, pero ese pueblo le hacía sentir que había algo malo en ella. Y, lo que fuera que sea, era contagioso.
Wendy desvió la mirada cuando la lástima amenazó con dominar la expresión de su amiga. Jordan solía esconderla bien.
–Todo estará bien.
Estaba tan segura de lo que decía.
Wendy encogió los hombros. No lo creía, pero se sentía bien por primera vez desde que detuvo su camioneta en la carretera la noche anterior.
–¿Tienes hambre? Hay un pan tostado frío y a medio terminar que estaría dispuesta a compartir contigo –Jordan ofreció con falsa sinceridad.
Wendy puso los ojos en blanco e intentó reírse, aunque sentía un peso sobre ella. Sonreír requería demasiada energía.
–Eres un asco –replicó y empujó el hombro de Jordan.
Su amiga se rio y jaló con cariño de un mechón de pelo de Wendy.
–El cielo es el límite para ti, Wendy, ¿sí?
–Sí.
Capítulo 6
Pasaron la mayor parte del día en la casa de Jordan. Su amiga era buena llenando espacios vacíos y ofreciendo distracciones. Hablaron de la universidad y de sus planes para el verano. Cuando Wendy se quedaba callada y atascada en su propia cabeza, Jordan la obligaba a regresar. Hasta hornearon muffins con moras frescas del jardín de los Arroyo. Más tarde, su amiga llevó a Wendy al hospital, después de pedirle permiso a su padre, ya que Wendy necesitaba recuperar su camioneta. Ya en casa, Wendy dejó sus sandalias en la puerta. La alfombra café deshilachada era decepcionante en comparación con la alfombra beige mullida de la casa de Jordan.
Su padre estaba sentado en la mesa del comedor, de espaldas a ella. En la televisión de la sala de estar estaba el noticiero. Un periodista hablaba en un costado, pero el volumen era demasiado bajo como para que Wendy pudiera distinguir qué decía.
Los rostros de Ashley Ford y Benjamin Lane estaban en el centro. Wendy sintió nauseas al ver sus imágenes sonrientes. Recordaba vívidamente las fotos escolares que habían usado para sus hermanos y ella cuando desaparecieron. Wendy tenía una blusa blanca con flores azules. John tenía una camisa blanca y su cabello estaba perfectamente peinado hacia un costado, sus gafas hacían que sus ojos lucieran enormes. Michael, al contrario, era un desastre. Su camisa no estaba metida dentro del pantalón y le faltaba un botón.
Incluso después de que la encontraran, seguían publicando su foto junto a las de John y Michael cuando explicaban los detalles del caso y lo que sabían y desconocían. A los trece años, no había podido lidiar con ver a sus hermanos de esa manera. Después de las primeras veces en las que se desarmó en lágrimas incontrolables, sus padres prohibieron las noticias. Pero, a veces, su madre no escuchaba que Wendy había bajado las escaleras y llegaba a ver un relámpago antes de que cambiara de canal rápidamente.
Wendy arrancó los ojos de la pantalla.
Giró hacia su padre y suspiró por dentro. De verdad no quería que le gritaran o la regañaran o lo que fuera que anticipara la rigidez en los hombros de su padre. Bueno, cuánto antes terminara con esto, más rápido podría ir a su habitación. Se preparó y camino hacia él.
El señor Darling estaba sosteniendo una taza. Tenía un logo azul descolorido de su banco y estaba a medio llenar con café negro.
–¿En dónde está mamá? –se aventuró Wendy.
–Se fue a dormir. –No levantó la mirada, pero Wendy asintió de todos modos. Su madre necesitaba dormir, especialmente después de anoche y de esta mañana. A ella misma le vendría bien el equivalente a unos cinco años de buenas noches de descanso.
–¿Conoces a ese chico? –Los ojos filosos de su padre se posaron en ella. La pregunta sobresaltó a Wendy, pero, por supuesto, la había previsto.
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