Ese META-INDIVIDUO termina de perder identidad cuando pasa a ser un número parte de un colectivo, como por ejemplo un colectivo de reivindicación de alguna causa social, el que supuestamente atiende el reclamo de una minoría, donde ese meta-individuo cree que está allí por plena elección y libertad pero es eco del eco, de un arquetipo que ni siquiera él mismo diseñó. Es parte ahora del colectivo y cree que está sensibilizado con el otro pero realmente no lo conoce, ya que el otro, como él, está cumpliendo con los estándares de un arquetipo y no mostrando su verdadera esencia, con un pack combo que incluye: vestimenta, discurso preelaborado y hábitos de comportamiento pautados. Todo esto practicado en total “libertad”. Lo que en verdad importa es que el meta-individuo se mantenga conforme creyendo que es sensible al OTRO y que, a través de sus acciones meta-individuales, realmente tiene una influencia en la realidad de ese otro. El colectivo da seguridad y sentido de pertenencia, por eso es tan difícil que el integrante se dé cuenta de cuán fanático se vuelve de la idea que lo impulsa, abrazando sus dogmas hasta convertirlos en su forma de vida. Si bien es cierto que este tipo de colectivo surge en respuesta a algún accionar totalitario y abusivo, es igual de acertado esperar que este se convierta en lo que critica, por el simple hecho que surgió de la reacción a otra cosa primero. Esto supone una lógica y una esencia reactiva que tenderá a responder ante lo diferente de manera excluyente y sesgada por su perspectiva particular.
El meta-individuo no se relaciona con el otro más que superficialmente, ya que tiene desconfianza de la OTREDAD, como meditábamos anteriormente. Está especulando y cuantificando, porque la percibe como muy ajena a sí mismo y no sabe realmente hasta qué punto representa una amenaza. En este estado CoNES, juega un rol necesario a la hora de identificar cualquier potencial amenaza, acentuando de este modo el carácter etiquetario —y a veces hasta estigmático— que llevará a encasillar a la OTREDAD con el fin de comprenderla y así saber en qué situación se encontrará respecto al YO, generando un rechazo por aquellas tipologías que escapen a los estándares predeterminados para la etiquetación, relegándolas la mayoría de las veces a algún rincón psíquico peyorativo que justifique el alejamiento de ese tipo de relaciones. Pero, son precisamente este tipo de personalidades, que cuesta etiquetar o a veces comprender, las que desafían la estructura predeterminada del CoNES, incomodando y sacando de la zona de confort al YO absolutista y esquematizado dentro de los patrones que percibe como “normales”, o más bien seguros. Esto resulta en un rechazo por parte de este YO hacia los sujetos que lo interpelen por su naturaleza “atípica”, como a toda situación que amenace esta zona de confort adquirida. Es así como el meta-individuo se queda solo con sus esquemas preelaborados, siendo susceptible a tomar del exterior todo aquello que le dé seguridad con el propósito de sustentar dichas estructuras y que no suponga un desafío en cuanto a la apertura en la relación con el otro. En esta soledad, existen packs o combos que pretenderán ser un placebo para la consciencia del individuo, haciéndole sentir que está comprometido con una causa mayor, distrayéndolo de enfrentar su propio esquema de relaciones.
Es de esta manera, que será fácil venderle al meta-individuo un arquetipo, con una estructura de pensamiento pre armada y que lo compre con el objetivo de encajar de la manera más cómoda para su personalidad en la sociedad. Por el contrario, veremos cómo personas que se encuentran en grupos donde la percepción del otro no es cuantificable desde la desconfianza, no son susceptibles a seguir las tendencias de las masas ni a comprar estos arquetipos. Más aún aquellos que dentro de estos grupos sean los que se manejen con estándares que involucre CoNES serán quienes a su vez consuman habitualmente las tendencias sociales de moda y generales.
Otra característica del meta-individuo es el exceso de reactividad emocional. Esto es posible gracias a que se confunde intencionalmente la empatía con la hiperemocionalidad, con el objetivo de cubrir la expectativa de conexión requerida en las relaciones con los demás, perpetuando de ese modo la estadía en la zona de confort y la sensación de seguridad, aparentando interés por el otro y empatía. Pero, en realidad, más allá de la apariencia no hay una apertura auténtica y comprometida hacia los demás, por lo que generará una tendencia border a la reactividad emocional permanente, ya que se estará estimulando el centro de las emociones básicas de supervivencia —es decir la amígdala— por el simple hecho de mantener una tensión emocional latente. Lo que impide que estas se transformen en sentimientos más elaborados y beneficia de esta manera un circuito repetitivo y hasta casi adictivo, donde el meta-individuo resuelve la mayoría de sus conflictos con una respuesta emocional. El ejemplo es claro en las redes sociales actuales, donde para juzgar una situación no se perfila la opinión en otra cosa más que en emociones, es decir, al principio era si gusta o no lo que se está viendo; una vez educada la masa para utilizar este método de calificación a través de un símbolo, se sumaron expresiones emocionales que instan al usuario a expresar cómo le afecta emotivamente lo que ve, siendo este el punto de partida para dar una opinión en la que se resume en una imagen la expresión de una idea o más bien qué tipo de emociones dispara la misma.
El método no se queda ahí, o sea en las redes sociales, sino más bien se traslada a la vida cotidiana donde se tenderá a reaccionar emocionalmente en primera instancia a los acontecimientos empíricos, no pudiendo trascender la mayoría de las veces este estado primitivo y perdiendo en muchos casos la capacidad para obrar de manera objetiva por fuera del patrón emocional. De este accionar se desprende un vicio muy común que está vinculado a la comparación numérica especulativa subconsciente CoNES: la apariencia. En la búsqueda por equiparar el YO con los supuestos estándares sociales que muestra la otredad a través de los medios virtuales, se genera una especie de competencia adictiva, ya que, a través de estas vías, se mide de manera cuantitativa los niveles de “aceptación” o “aprobación”, dando lugar a aparentar en pos de la obtención de la mayor CANTIDAD posible de reacciones positivas con las que cree construir su aceptación o estima. Esto crea una máscara que simula felicidad o éxito con la misma frivolidad que se aparenta cierta forma de vida acorde con la tendencia psicosocial que más se ajuste a la personalidad del sujeto. El hecho de sostener una simulación —ya sea consciente o inconsciente— no será gratis, tendrá un costo que calará hondo en la perspectiva psíquica de personalidad a la hora de percibir los logros conseguidos. Dicho en otras palabras, se predispondrá al autoengaño crónico, haciendo casi imposible diferenciar la realidad de la burbuja creada. La máxima cogitativa de pensar y luego existir pasó a ser, especulo cuanto puedo para aparentar existir, es decir, especulo en tanto aparento que existo, siendo por esto precisamente que la humanidad percibe un vacío que intenta llenar con la exteriorización del YO por el OTRO pero sin el otro. Es decir, se construye el yo sobre la base de cómo lo vea y piense el otro en función de agradar, encajar y competir, pero en realidad nunca se vincula profundamente con el otro ya que, mientras le dé lo que necesite en tanto aprobación, reconocimiento o valoración, será suficiente. Mas en el momento en que no sea funcional a la construcción del yo, ese otro será desechado tal como lo fue aquel que no cumplió con las expectativas condescendientes y aduladoras que el débil YO necesitaba, siendo así como se venden más fácil las mentiras funcionales que las verdades incómodas que conducen al autoconocimiento.
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