Jean-Paul Sartre - La Náusea
Здесь есть возможность читать онлайн «Jean-Paul Sartre - La Náusea» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Философия, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Náusea
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Náusea: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Náusea»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Náusea — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Náusea», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
¿Soñé aquella enorme presencia? Estaba allí, posada en el jardín, volcada en los árboles, toda blanda, embadurnándolo todo, espesa como una confitura. ¿Y yo estaba adentro, con todo el jardín? Tenía miedo, pero sobre todo cólera; aquello me parecía tan estúpido, tan fuera de lugar; odiaba esa mermelada innoble. ¡Sí, sí! Aquello subía hasta el cielo, andaba por todas partes, lo llenaba todo con su caída gelatinosa y yo le veía profundidades y profundidades, mucho más lejos que los límites del jardín y las casas y Bouville; ya no estaba en Bouville ni en ninguna parte, flotaba. No me sorprendía, sabía que era el Mundo, el Mundo completamente desnudo el que se mostraba de golpe, y me ahogaba de cólera contra ese ser gordo y absurdo. Ni siquiera podía uno preguntarse de dónde salía aquello, todo aquello, ni cómo era que existía un mundo más bien que nada. Aquello no tenía sentido, el mundo estaba presente, en todas partes presente, adelante, atrás. No había habido nada antes de él. Nada. No había habido momento en que hubiera podido no existir. Eso era lo que me irritaba: claro que no había ninguna razón para que existiera esa larva resbaladiza. Pero no era posible que no existiera. Era impensable: para imaginar la nada, era menester encontrarse allí, en pleno mundo, con los ojos bien abiertos, y viviente; la nada sólo era una idea en mi cabeza, una idea existente que flotaba en esa inmensidad; esa nada no había venido antes de la existencia, era una existencia como cualquier otra, y aparecida después de muchas otras. Yo gritaba “¡qué porquería, qué porquería!” y me sacudía para desembarazarme de esa porquería pegajosa, pero ella resistía y había tanto, toneladas y toneladas de existencia, indefinidamente; me ahogaba en el fondo de ese inmenso asco. Y entonces, de golpe, el jardín se vació como por un gran agujero, el mundo desapareció de la misma manera que había venido, o bien me desperté; en todo caso, no lo vi más; a mi alrededor quedaba tierra amarilla, de donde brotaban ramas secas, erguidas en el aire.
Me levanté, salí. Al llegar a la verja, me volví. Entonces el jardín me sonrió. Me apoyé en la verja y miré largo rato. La sonrisa de los árboles, del macizo de laurel quería decir algo; aquél era el verdadero secreto de la existencia. Recordé que un domingo, no hace más de tres semanas, había captado en las cosas una especie de aire de complicidad. ¿Se dirigía a mí? Sentí, fastidiado, que no contaba con ningún medio para comprender. Ningún medio. Sin embargo estaba allí, a la espera, semejante a una mirada. Estaba allí, en el tronco del castaño… era el castaño. Parecía como si las cosas fueran pensamientos que se detenían en el camino, que se olvidaban, que olvidaban lo que habían querido pensar, y permanecían así, saltando, con un sentido pequeño y ridículo que las excedía. Ese pequeño sentido me irritaba; no podía comprenderlo aunque me quedara setecientos años apoyado en la verja; había conocido Codo lo que podía saber de la existencia. Me fui, y de vuelta en el hotel, escribí esto.
A la noche.
He tomado una decisión: ya no tengo motivo para quedarme en Bouville si no escribo el libro; iré a vivir a París. El viernes tornaré el tren de las cinco, el sábado veré a Anny; pienso que pasaremos unos días juntos. Después regresaré para arreglar algunos asuntos y hacer las valijas. El primero de marzo a más tardar estaré definitivamente instalado en París.
Viernes.
Au Rendez-vous des Cheminots. El tren parte dentro de veinte minutos. El fonógrafo. Fuerte impresión de aventura.
Sábado.
Anny viene a abrirme con un largo vestido negro. Naturalmente, no me tiende la mano, no me saluda. Yo mantuve mi mano derecha en el bolsillo del sobretodo. Anny dice en tono disgustado y muy rápido, para librarse de las formalidades:
– Entra y siéntate donde quieras, salvo en el sillón junto a la ventana.
Es ella, muy ella. Deja colgar los brazos; tiene el rostro tristón que antes le daba el aire de una chiquilla en la edad ingrata. Pero ahora ya no parece una chiquilla. Está gorda, su pecho es fuerte.
Cierra la puerta, se dice a sí misma, con aire meditativo:
– No sé si voy a sentarme en la cama…
Finalmente se deja caer en una especie de cajón cubierto con un tapiz. Su andar ya no es el mismo; se desplaza con una pesadez majestuosa, y no sin gracia; parece molesta por su precoz corpulencia. Pero a pesar de todo es muy ella, es Anny.
Anny lanza una carcajada.
– ¿Por qué te ríes?
No responde en seguida, como de costumbre, y adopta un aire camorrista.
– Dime, ¿por qué?
– Por la amplía sonrisa que enarbolas desde que entraste. Pareces un padre que acaba de casar a su hija. Vamos, no te quedes de pie. Deja el abrigo y siéntate. Sí, ahí si quieres.
Sigue un silencio, que Anny no trata de romper. ¡Qué desmantelada está la habitación! En otros tiempos Anny llevaba en todos sus viajes una inmensa valija llena de chales, de turbantes, de mantillas, de máscaras japonesas, de imágenes de Epinal. Apenas paraba en un hotel -aunque tuviera que quedarse una sola noche- su primer cuidado era abrir la valija y sacar todas sus riquezas, que colgaba de las paredes, suspendía en las lámparas, extendía sobre las mesas o en el suelo, según un orden variable y complicado; en menos de media hora el cuarto más vulgar se revestía de una personalidad pesada y sensual, casi intolerable. Tal vez la valija se ha perdido, o quedó en el depósito… Esta habitación fría, con la puerta que se entreabre al cuarto de baño, tiene algo de siniestro. Se asemeja, con más lujo y tristeza, a mi habitación de Bouville.
Anny sigue riendo. Reconozco muy bien esa risita muy alta y un poco gangosa.
– Bueno, tú no has cambiado. ¿Qué buscas con esa cara enloquecida?
Sonríe, pero sus ojos me miran con una curiosidad casi hostil.
– Pensaba solamente que este cuarto no parece habitado por ti.
– ¿Ah sí? -responde con aire vago.
Nuevo silencio. Ahora está sentada sobre la cama, muy pálida en su vestido negro. No se ha cortado el pelo. Sigue mirándome con aire de tranquilidad, levantando un poco las cejas. ¿No tiene nada que decirme? ¿Por qué me ha hecho venir? Este silencio es insoportable.
De improviso digo, lastimosamente:
– Estoy contento de verte.
La última palabra se estrangula en mi garganta; para salir con eso, hubiera hecho mejor callándome. Seguramente va a enfadarse. Yo pensé que el primer cuarto de hora sería penoso. Antes, cuando veía a Anny, aunque fuera después de una ausencia de veinticuatro horas, por la mañana al despertar, nunca sabía encontrar las palabras que ella esperaba, las que convenían a su vestido, al tiempo, a las últimas palabras que habíamos pronunciado la víspera. ¿Pero qué quiere? No puedo adivinarlo.
Levanta los ojos. Anny me mira con una especie de ternura.
– ¿Entonces no has cambiado nada? ¿Siempre eres tan tonto?
Su rostro expresa satisfacción. Pero qué fatigada parece.
– Eres un mojón -dice-, un mojón al borde de un camino. Explicas y explicarás toda tu vida imperturbablemente que Melun está a veintisiete kilómetros y Montargis a cuarenta y dos. Por eso te necesito tanto.
– ¿Me necesitas? ¿Me necesitaste durante estos cuatro años que no te vi? Bueno, has estado muy discreta.
Hablé sonriendo; ella podría creer que le guardo rencor. Siento esta sonrisa muy falsa en mi boca; estoy incómodo.
– ¡Qué tonto eres! Naturalmente, no he necesitado verte, si es esto lo que quieres decir. Ya sabes que no tienes nada particularmente regocijante para los ojos. Necesito que existas y que no cambies. Eres como ese metro de platino que se conserva en alguna parte, en París o en los alrededores. No creo que nadie haya tenido nunca deseos de verlo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Náusea»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Náusea» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Náusea» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.