Jessica Hart - Amar sin reglas

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Amar sin reglas: краткое содержание, описание и аннотация

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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Hasta una mujer de sus características podría experimentar ciertos temores al saber que su amado fingía estar enamorado de otra. Era obvio que Daisy no podía ser considerada como una rival peligrosa.

Su ensalada de langosta con espárragos estaba deliciosa, pero no le supo nada bien hasta que logró recuperarse. No le importaba lo que Seth y Astra opinaran sobre ella. Solamente deseaba encontrar a Tom. Pensó que le resultaría mucho más fácil si consiguiera tener siempre presente que estaba allí para llevar a cabo un trabajo.

Contempló a Seth. A él no parecía importunarle el molesto silencio de Daisy. Era más fácil observarlo cuando se concentraba en la comida que tenía en el plato. Por primera vez, ella notó que unas arrugas se insinuaban en sus ojos y algunas canas que tenía en las sienes.

Daisy estaba estudiando la forma angulosa de las mejillas de Seth y el arrogante perfil de su nariz cuando, de improviso, él levantó la vista y la sorprendió observándolo.

Su corazón le dio un vuelco al cruzar su mirada con los ojos fríos y maliciosos de Seth. Casi quedó sin respiración.

– Yo… supongo que debería saber algo sobre tu vida -tartamudeó ella, sin saber exactamente la causa por la que necesitaba explicarse-. Una verdadera novia debería saber otras cosas, además de que eres norteamericano y muy rico.

– ¿Qué más quieres saber? -preguntó él irónicamente.

– Bueno… algo sobre tu familia por ejemplo -sugirió Daisy-. Dónde vives, a qué te dedicas… esa clase cosas.

– Nunca hablo sobre mi familia -respondió con sequedad-. Nadie va a esperar que sepas algo sobre ellos.

Daisy estaba ansiosa por preguntarle si Astra los conocía, pero el tono cortante de Seth la disuadió de hacerlo.

– ¿Dónde vives? -inquirió ella en cambio-. ¿O eso es también un secreto de estado?

– Tengo varios sitios -le dijo él con indiferencia-. Manhattan, Malibú, Cape Cod, una cabaña en Utah… y Cutlass Cay en el Caribe.

– Pero, ¿cuál de esos sitios es tu verdadero hogar?

Daisy habría jurado que a Seth nunca se le había planteado esa cuestión. Él se mostró sorprendido y luego, se encogió de hombros.

– Mi hogar está en el lugar donde me encuentre.

– ¡Qué triste! -exclamó ella sin pensar lo que decía.

Seth frunció el ceño de manera arrogante.

– La mayoría de la gente no describiría la oportunidad de poder elegir entre cuatro lujosas residencias como una situación particularmente triste, ¿no crees? -manifestó Seth inflexiblemente.

Daisy pensó en la modesta casa de Battersea donde se había criado. Los papeles que cubrían las paredes estaban desteñidos y sus habitaciones, algo deterioradas y caóticas, pero era un hogar acogedor.

– Sólo creo que es triste no tener un lugar al que puedas llamar hogar -señaló Daisy con ojos serios-. Un lugar al que pertenezcas… donde haya gente a la que ames y que te corresponda.

– No creo en el amor -dijo Seth con algo de sarcasmo.

Daisy lo miró con curiosidad.

– Si piensas así, ¿por qué quieres casarte?

Él no le respondió inmediatamente. En cambio, contempló su copa con el ceño fruncido y jugueteó con ella mientras reflexionaba.

– Astra y yo formamos un buen equipo -dijo finalmente-. Es una hermosa mujer con una aguda mentalidad de empresaria. Más que nada, seremos socios. Y nos entendemos bien. Astra no es una persona sentimental, no más que yo. No podemos permitírnoslo.

– Resulta extraño que no puedas hacerlo cuando, en realidad, te puedes permitir absolutamente todo -señaló ella.

Seth la observó con exasperación, pero ella no se dio cuenta. Estaba entretenida en quitar migas a su panecillo. Se preguntaba cómo era posible que un hombre que besaba de la forma apasionada en que Seth lo hacía, aceptara una vida tan desprovista de alegrías.

Su rechazo a la familia le resultaba escalofriante. Además, el matrimonio con Astra parecía estar encarado desde un punto de vista profesional. Daisy siempre se había burlado de la gente que declaraba que no deseaba ser rica, pero estaba comenzando a cambiar de opinión.

– ¿Y qué me cuentas sobre ti? -Seth interrumpió sus pensamientos bruscamente.

Su voz era ronca. Daisy lo miró, sorprendida.

– ¿Sobre mí?

– Debería enterarme de cómo era tu vida antes de conocerte -le dijo él, pero sonaba como si fuera una excusa.

– Creo que nadie mostrará interés por mi vida -protestó Daisy.

No podía imaginarse que la gente reparara en ella.

– Nunca se sabe -contestó él lentamente-. Si te vistieras de otra forma, resultarías bastante atractiva.

La posibilidad de resultar bastante atractiva no podía compararse con el ser descrita como hermosa y con aguda mentalidad de empresaria. Daisy se molestó por la observación.

– Hubiera pensado que, en lo que a la gente respecta, lo único interesante de mi vida es el hecho de que saldré contigo -le dijo malhumorada.

– Quizás -aceptó Seth-, pero es mejor que estemos preparados. Entonces, continúa. Cuéntame algo sobre ti.

– Bueno… -dudó Daisy.

Sabía que su vida le iba a parecer tremendamente aburrida, pero estaba decidida a no disculparse por eso. No era ella la que se mostraba insensible al mencionar la familia, después de todo.

– Mi padre murió cuando era pequeña. Mi madre volvió a casarse hace algunos años. Mi padrastro es adorable.

Su voz tembló al pensar en Jim. Él había sido siempre muy cariñoso y las había hecho felices. Tenía que encontrar a Tom.

– Somos una familia muy unida -continuó con voz más firme-, pero no podría afirmar que mi vida ha sido muy excitante.

– ¿Por eso decidiste ser actriz?

– ¿Qué? -de pronto Daisy recordó su papel-. Ah… sí -dijo rápidamente-. Supongo que esperaba… no sé… algo diferente. Amo a mi familia, pero a veces siento la necesidad de algo más de aventura.

Daisy se detuvo. Era consciente de que estaba inventando demasiado, aunque lo que decía era verdad. Le encantaba diseñar bonitos escaparates de flores, pero a veces anhelaba huir de los problemas de la tienda de Battersea.

Por esa razón había roto con Robert. Él era meticuloso y amable pero no podía comprender que Daisy deseara vivir otras experiencias antes de casarse.

Jim había enfermado y, durante un tiempo, ella había olvidado sus deseos de experiencias más excitantes. Y finalmente, allí estaba, cenando con uno de los más codiciados hombres del mundo. Un hombre que la iba a llevar al Caribe a su propia isla.

Seth la observaba con atención.

– Entonces, ¿estás esperando algún papel principal?

Daisy pensó en la hermosa Astra, quien era la estrella principal de esa historia. Ella era solamente una actriz secundaria.

– Algo así -dijo con un suspiro inconsciente.

Siguió un breve instante de silencio, mientras sus miradas se cruzaban.

– Daisy… -comenzó a decir Seth de pronto, pero no terminó de hablar.

Una pareja se les había acercado. El hombre le dio a Seth una palmadita en el hombro.

– ¡Seth Carrington! ¿Qué haces aquí?

Sin saber si sentirse aliviada o decepcionada por dicha interrupción, Daisy miró a la pareja. Abrió los ojos desmesuradamente al reconocer a James Gifford-Gould, uno de los playboys más conocidos de las columnas de cotilleos. Había heredado una inmensa fortuna.

Lo acompañaba una rubia lánguida con sonrisa gatuna. La chica ofreció una de sus mejillas para que Seth la besara al ponerse en pie.

– Ésta es Daisy -señaló Seth.

Acto seguido, presentó a James y la rubia, cuyo nombre era Eva.

– Hola -dijo Daisy.

Esperaba demostrar seguridad en su tono de voz. Eva hizo un ligero gesto de saludo. Había recorrido a Daisy con su mirada y se había detenido en el vestido para luego dejar de prestarle atención. Era evidente que no la consideraba digna de interés.

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