Recordó el beso que le había dado, la sensación de aquellos labios sobre la palma de su mano. El recuerdo la hizo temblar y se movió con incomodidad sobre la silla. Supuso que debería estar pensando en Tom y en Astra, no en lo que había experimentado al sentir su mano entre las de él.
– ¿Quieres algo de postre? -inquirió Seth después de que el camarero hubo retirado los platos.
– No. Gracias.
– ¿Café?
Ella negó con un gesto de la cabeza.
– En ese caso, ¿nos marchamos?
Todo sucedió como Daisy había imaginado. Seth hizo señas al camarero para que le trajeran la cuenta. Después de pagar, se levantaron. Fueron hacia la puerta. Él la tomó por la cintura.
Pero no iban a ir al hotel y no harían el amor porque todo era una representación. No habría necesidad de actuar cuando estuvieran solos.
– Llamaré a un taxi -dijo Daisy cuando estuvieron fuera.
Seth pareció irritado.
– Te llevaré a tu casa -comenzó a decir, pero Daisy ya estaba en el bordillo de la acera.
– Prefiero irme sola -indicó con desesperación, mientras le hacía señas a un taxi negro que apagó la luz verde y se aproximó a ellos. Se detuvo junto a Daisy y esperó con el motor en marcha.
Contrariado, Seth estiró el brazo y tomó a Daisy por la cintura antes de que ella pudiera entrar en el vehículo.
– Al menos, podías despedirte cariñosamente -gruñó él.
– Buenas… noches -dijo Daisy nerviosa.
Pero Seth tiró de ella.
– Daisy, eso no es suficiente -objetó-. No deberíamos decepcionar a todos los que nos están mirando por la ventana, ¿no te parece? Están esperando que te bese y eso es lo que voy a hacer.
Con una de sus manos la sujetó firmemente y con la otra, le acarició los rizos. Se inclinó y la besó. Daisy trató de mantenerse rígida y puso sus manos sobre el pecho de Seth. No pudo evitar que un sentimiento de inmenso placer la recorriera.
Había estado pensando en eso durante toda la noche. No le importaba nada más que la sensación de ese cuerpo musculoso y el tacto de esos labios firmes que exploraban los suyos con excitación.
Daisy susurró una débil protesta. Seth levantó la cabeza finalmente y ella se aferró de forma instintiva a él. Luego, abrió los ojos y pudo percibir la sonrisa de Seth.
Daisy volvió a la realidad. Se apartó de él.
– Tengo… tengo que marcharme -murmuró al volverse para subir al taxi.
Seth sostuvo la puerta para que entrara.
– Buenas noches, Daisy Deare -le dijo con ironía-. No te olvides que mañana debes traer tu cepillo de dientes porque te quedarás en mi suite.
– No, ése no -Seth apartó el teléfono móvil irritado y señaló otro vestido que estaba colgado en la tienda-. Pruébate el amarillo -le ordenó a Daisy antes de continuar con su conversación telefónica.
Con los labios apretados, Daisy se dirigió al probador. Le resultaba difícil creer que había pasado toda la noche intentando negar el traicionero deseo que la dominaba cada vez que pensaba en los besos de Seth.
¡En ese momento, el deseo era lo último que le sugería ese hombre!
Cuando Daisy se había presentado en la suite esa mañana, Seth se había mostrado profundamente desagradable. Se sentía herida en su orgullo.
Él estaba dictando algunas cosas a la discreta María y apenas le había hecho caso al llegar. Solamente había hecho un gesto con la cabeza para indicarle una de las habitaciones.
– Puedes dejar tus cosas allí -le había dicho a manera de saludo.
A continuación, volvió a concentrarse en su dictado sin volver a dirigirle la palabra. Más tarde, había ido al cuarto de Daisy para examinar su vestuario y había hecho observaciones sarcásticas.
– Puedes dejarlo todo en la maleta -había comentado-. Te compraré un nuevo vestuario antes de que aparezcamos en público.
Y allí se encontraban, en esa exclusiva tienda de ropa, atendida por unas intimidantes dependientas que no dejaban de enseñarle prendas para que se probara.
Seth estaba ocupado al teléfono con algunos negocios pero, cada vez que Daisy aparecía con un nuevo vestido, hacía un gesto de aprobación o rechazo antes de seguir hablando. En caso de que fuera aprobación, las dependientas añadían esa prenda al montón que habían apartado.
Daisy se sentía como si fuera uno de los maniquíes que estaban en el escaparate, como si la colocaran en la correcta posición sin preguntarle cuál era su opinión. Sus ojos azules centelleaban por el esfuerzo que hacía para lograr dominar su profunda furia.
Seth, al menos, podría demostrar algún interés. Después de todo, él fue quien había tenido la idea de que ella desfilara por la tienda como si fuera un colgador de ropa. Solamente le dedicaba miradas precipitadas, al tiempo que daba órdenes por teléfono.
Era muy probable que la persona que estaba al otro lado de la línea disfrutara de esa situación tanto como ella. Malhumorada, Daisy se probó el vestido amarillo. ¡Les estaba bien empleado a los dos por tener tratos con alguien tan falto de escrúpulos y delicadeza como Seth Carrington!
Al final, Seth colgó su teléfono y decidió que la ropa que había elegido era suficiente. Las dependientas se frotaron las manos al pensar en la cuenta. Daisy se sintió invadida por el resentimiento y la humillación.
Ese hombre no podía haber dejado más claro lo insignificante que ella era para él. El recuerdo de su apasionada reacción de la noche anterior, la enfadó todavía más. Si a Seth no lo había afectado como a ella, desde luego que no iba a dejar que creyera que la había impresionado.
Salieron de la tienda. Una limusina los esperaba con arrogancia aparcada en la zona prohibida.
«Típico de Seth», pensó Daisy enfurecida.
¡No le importaba saltarse las reglas cuando obstaculizaban su camino! George, el chofer, ayudó a las dependientas a colocar las bolsas en la parte trasera del vehículo.
Seth permaneció de pie, con expresión impasible. Comprobó la hora.
– Vamos, tenemos que volver al hotel. Tengo una reunión dentro de veinte minutos.
– Prefiero caminar -dijo Daisy obstinada.
Él frunció el ceño con exasperación.
– ¿Qué quieres decir?
– Oh, ¿nunca lo has hecho? Es sumamente fácil cuando te acostumbras. Tienes que poner un pie delante del otro.
Seth se puso tenso.
– No me provoques, Daisy. No estoy de humor para eso.
– ¡Y yo no estaba de humor para que me manejaras y estudiaras como si fuera una vaca en el mercado! -espetó ella-. Entonces, he decidido que volveré al hotel caminando.
Seth miró a George en señal de advertencia. El chofer sujetaba la puerta de la limusina con el rostro imperturbable.
– No voy a discutir en público contigo -la amenazó Seth en voz baja.
Se volvió ligeramente de forma que George no pudiera oír lo que decía.
– ¿Debo recordarte que llegamos a un acuerdo? -inquirió a continuación-. Estás aquí para llevar a cabo un trabajo. Deja ya de comportarte como si fueras una niña malcriada y sube al coche.
Daisy había tenido suficiente. Con una sonrisa peligrosa en los labios, ella se inclinó como si lo fuera a besar en la mejilla. Puso la boca cerca del oído de Seth y le dijo de forma grosera lo que podía hacer con su acuerdo.
– Te veré en el hotel, cariño -añadió luego con dulzura.
Retrocedió y decidió emprender el camino, mientras Seth la observaba atónito. Daisy hizo un provocativo gesto de despedida.
– ¡Adiós!
Se volvió y empezó a alejarse. Sus ojos todavía brillaban por la ira, pero alentada por la satisfacción de haber ganado la partida, al menos por esa vez.
Estaba segura de que Seth no se habría atrevido a hacer una escena en público, pero se mostraría profundamente enfadado cuando ella llegara al hotel.
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