Jessica Hart
Amar sin reglas
Amar sin reglas (1998)
Título Original: Bride for hire
¿Se atrevería a hacerlo? Daisy se mordió los labios mientras su mirada iba del teléfono a la carta que tenía en la mano. Era una misiva breve y enigmática. La escritura con tinta negra delataba a una persona que estaba acostumbrada a expresarse en un estilo más franco y menos evasivo.
…Un conocido de ambos me ha proporcionado su nombre porque cree que puede interesarle una propuesta. Necesito a alguien de sus características para acompañarme próximamente en un viaje al Caribe…
Daisy releyó la carta, aunque ya se la sabía de memoria. Fijó la vista en la parte que hacía mención al Caribe al igual que había hecho al abrir el sobre… justo antes de darse cuenta de que no era ella a quien iba dirigida.
Llegaré a Londres el diecinueve de mayo , concluía la carta lacónicamente. Había un nombre y el número telefónico de uno de los hoteles más exclusivos de Londres. Llámeme si está interesada . La firma revelaba una personalidad agresiva. Correspondía a Seth Carrington.
Daisy volvió a mirar el teléfono. No conocía ese nombre, aunque le sonaba vagamente familiar. Todo ese asunto le resultaba sospechoso. Era evidente que Seth Carrington era un hombre que no solía escribir sus propias cartas. ¿Por qué lo habría hecho en esa ocasión?
Daisy pensó que, si fuera sensata, doblaría la carta para guardarla en su sobre otra vez y enviarla a su destinataria verdadera con una nota que explicara que había sido abierta por error.
Pero la sensatez no la llevaría al Caribe ni la ayudaría a encontrar a Tom. Se secó las manos sudorosas en la falda y agarró el auricular del teléfono.
– Desearía hablar con Seth Carrington, por favor -dijo al escuchar la voz de una señorita que se anunció como la secretaria del señor Carrington.
– ¿Quién lo llama?
Daisy miró el nombre a quien iba dirigida la carta.
– Dee Pearce -señaló.
Se preguntaba si la secretaria se habría dado cuenta de que mentía.
– Me temo que el señor Carrington está ocupado en este momento. ¿Le importaría dejar un mensaje? -preguntó la secretaria.
Daisy dudó. No sabía qué responder. ¿Qué hubiera respondido Dee Pearce en su lugar? Finalmente, optó por dejar su número de teléfono y colgó. Se sentía deprimida.
Aquella carta que ofrecía la posibilidad de hacer un viaje al Caribe le había llegado por error. Cuando, luego, se enteró de que Dee Pearce había desaparecido sin dejar una dirección adonde enviarle la correspondencia, pensó que el destino le estaba echando una mano.
Fue en ese instante cuando le había surgido la idea de hacerse pasar por ella. Le llevó toda la noche reunir el coraje para telefonear a Seth Carrington. ¡Y efectivamente él estaba allí! Daisy no creía tener valor para volver a intentarlo.
«Es una locura, de todas formas», pensó al dejarse caer sobre una silla.
Era obvio que, fuera cual fuera la interesante propuesta de Seth Carrington, su madre no aprobaría la idea. A pesar de que Daisy estaba dispuesta a hacer lo que fuese para encontrar a Tom, había ciertos límites.
Tendría que hallar otra forma de llegar al Caribe para buscarlo. De todas maneras, no creía que Seth Carrington la llamara.
El teléfono sonó y Daisy se sobresaltó. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Quizás era su madre. Respiró profundamente para calmarse. También podrían ser Lisa o Robert. Levantó el auricular con una mano sudorosa.
– Hola -dijo con cautela.
– Soy Seth Carrington.
La voz tenía acento americano. Era profunda y autoritaria, al igual que su escritura.
– ¿Es usted Dee Pearce?
Daisy titubeó. Estaba indecisa porque sabía que, más tarde, no podría retractarse. Podría haberle respondido que lo lamentaba y que todo había sido una equivocación. Era lo más sensato. Tenía intenciones de hacerlo, pero se arrepintió.
– Sí -respondió en cambio.
El hombre al otro lado del teléfono captó su titubeo momentáneo.
– No parece muy segura -comentó.
El tono sarcástico la hizo reaccionar con atrevimiento.
– Sí, soy Dee Pearce -mintió con frialdad-. Lo que ocurre es que me ha tomado por sorpresa.
– Se sorprende usted con demasiada facilidad, ¿verdad? -inquirió Seth Carrington con el mismo tono odioso e irónico-. No hace más de cinco minutos que me llamó. ¿Es que ya se olvidó?
– Por supuesto que no -indicó ella-. Pensé que, por el momento, usted no estaba disponible -continuó diciendo con un tono marcadamente sarcástico-. Su secretaria me dio la impresión de que estaba demasiado ocupado para acercarse a un teléfono, por lo que no esperaba que me llamase tan pronto.
El breve silencio que se hizo indicaba que Seth Carrington no estaba acostumbrado a que le respondieran.
– María filtra las llamadas que no deseo recibir -manifestó después de unos segundos-. No sabe nada de este tema. Estoy seguro de que usted coincidirá en que es mejor que casi nadie se entere de esto.
– Absolutamente -admitió Daisy.
– Y ahora, puesto que estoy muy ocupado, quizás podamos discutir los detalles -añadió él con brusquedad-. Supongo que Ed le explicó la situación, ¿verdad?
¿Ed? ¿Quién sería Ed?
– Acabo de recibir la carta -dijo ella con cautela.
Seth profirió una maldición.
– Ed me comentó que la llamaría antes de volver a los Estados Unidos -declaró Seth, mientras Daisy suspiraba aliviada.
Si Ed conocía a Dee Pearce era mejor que estuviera al otro lado del Atlántico.
– Escuché un mensaje extraño en mi contestador automático -manifestó Daisy, sorprendida por su capacidad para inventar excusas-. Quizás no me encontró en casa y no se atrevió a dejar un mensaje muy explícito.
– No quiero explicar este asunto por teléfono. Será mejor que venga a verme -Seth parecía pensar en voz alta-. De esa forma, también podré echarle un vistazo a usted -y se oyó un crujido de papeles-. Tengo un rato libre a las cuatro. ¿Podrá llegar a tiempo?
Daisy pensó que había recibido invitaciones más amables que esa, pero no era el momento para protestar por la actitud de Seth. Si ese trabajo le facilitaría viajar al Caribe, entonces valía la pena soportar su brusquedad.
– Sí, allí estaré.
Daisy no se sorprendió al no recibir una respuesta entusiasta.
– No llegue tarde y sea discreta -fue todo lo que dijo Seth antes de colgar.
Daisy dejó lentamente el auricular en su sitio. No podía creer lo que había hecho.
¿Había sido realmente ella, Daisy Deare, la que aceptó encontrarse con un extraño en un hotel para discutir una oscura propuesta? La aventura más alocada que había tenido hasta esa fecha había sido saltarse un semáforo en rojo cuando conducía por una calle desierta a las dos de la madrugada.
Durante unos instantes, se vio dominada por la tentación de no acudir a la cita. Luego pensó en su padrastro, tristemente postrado en la cama de un hospital. También recordó el rostro ojeroso de su madre y la culpa que se reflejaba en sus ojos cuando pensaba en Tom.
Daisy sabía que su madre estaba convencida de que Tom se había marchado por culpa de ella. Las dos tenían la seguridad de que lo que más deseaba Jim Johnson era volver a ver a su hijo antes de morir. Tenían que encontrarlo.
Daisy se había puesto en contacto con todos los amigos de Tom, pero solamente uno le pudo proporcionar noticias sobre él. Mike le había escrito desde Florida. Le contaba que lo había visto en el Caribe y que intentaría averiguar algo más.
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