– Muy inteligente -dijo Seth-. Obviamente, del tipo precavido. Sin duda, supongo que ahora ya sabe por qué no sería la sustituía ideal para Dee Pearce.
Daisy temió que la posibilidad de encontrar a Tom en el Caribe se disipara.
– No veo por qué -replicó con obstinación-. Me parece que lo único que necesita es alguien que lo acompañe a algunas fiestas. Yo podría hacerlo. Si piensa casarse con Astra Bentingger, no creo que quiera algo más… ya sabe…
– ¿Sexo?
Estaba claro que Seth no perdía el tiempo con eufemismos.
– No -añadió él-, si quisiera tener una prostituta, la conseguiría con facilidad, pero no necesito pagar a las mujeres.
– ¿Y a qué se refiere el contrato prenupcial entonces? -preguntó Daisy irritada por su arrogancia.
Por un instante, pensó que había ido demasiado lejos. Seth fijó la vista en ella y contrajo la boca pero, para alivio de Daisy, hizo caso omiso de su inoportuna pregunta.
– Lo que deseo es una mujer que haga una convincente representación -contestó Seth-. Necesito alguien que pueda hacer creer que está enamorada de mí y que no sea una mojigata ni se complique con confusos sentimientos.
Seth dejó de hablar y reflexionó durante unos segundos.
– Una chica -añadió -que cobre el dinero y desaparezca con discreción tan pronto como Astra consiga el divorcio dentro de un par de meses. Y que tenga un aspecto que corresponda a la clase de chicas de las que sería capaz de enamorarme… No diría que usted pueda incluirse en alguna de esas categorías.
¿La estaría insultando deliberadamente o era su forma natural de comportarse?
– Solamente me interesa el dinero -le dijo Daisy con una gélida mirada-. Le puedo asegurar que no me voy a enamorar, si es eso lo que le preocupa.
– ¿Por qué no? Si le interesa el dinero, yo encajo dentro de su tipo.
¡La arrogancia de ese hombre era increíble!
– Ya tengo novio -explicó Daisy con frialdad, al pensar en el esperanzado Robert-. ¡Y me gusta mucho más que usted!
Los ojos de Seth se volvieron agresivos.
– ¿Qué quiere decir? -inquirió.
– Quiero decir que es un hombre amable y considerado. No es tan engreído como para imaginar que todas las chicas a las que conoce se van a enamorar de él.
Daisy soltó el discurso sin pensarlo. Maldijo para sí su temperamento impulsivo. Después de un instante de silencio, Seth echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír. Daisy suspiró aliviada y sorprendida.
De pronto, se sintió débil. Agradeció el hecho de estar sentada en un cómodo sillón.
«Ten calma», se dijo con firmeza.
Intentó pensar que su estado no tenía nada que ver con la sonrisa de Seth, la forma en que se le marcaron los hoyuelos de las mejillas o el extraordinario cambio que había experimentado. Parecía más joven, afable y más accesible… tremendamente atractivo.
– Es una mujer valiente. Le ofrezco el empleo -señaló él finalmente, mientras una mirada pensativa reemplazaba la divertida expresión de sus ojos.
Seth se puso bruscamente de pie.
– Levántese -le ordenó a Daisy.
Daisy agradeció que volviera a su anterior estado de arrogancia. La ayudaba a recordar que no debía encontrar atractivo a ese hombre. Consiguió dominarse e, inconscientemente, elevó la barbilla en señal de desafío.
Seth suspiró.
– Por favor, levántese -repitió.
Daisy lo hizo, aliviada al comprobar que podía mantenerse en pie después de todo. Con los ojos entornados, él dio unos pasos en torno a ella, como si fuera un coche que deseaba comprar.
Daisy esperaba que, en cualquier momento. Seth le preguntara su kilometraje o le pidiera que levantase el capó. No pudo evitar ponerse tensa ante su crítica inspección.
– Después de todo, quizás tenga algunas cualidades -admitió Seth-. Esto puede funcionar si se viste adecuadamente. No coincide con el tipo de mujer que me suele gustar, pero no importa.
Se detuvo frente a ella y estudió sus delicados rasgos con el ceño fruncido.
– ¿Por qué tiene tanto interés en este trabajo? -le preguntó a Daisy con brusquedad.
Ella consideró la posibilidad de contarle la verdad, pero pensó que Seth Carrington no querría implicarse en sus problemas familiares.
– Necesito el dinero -le dijo.
De todas formas, era verdad. Sin lugar a dudas, ella no estaba en condiciones de pagarse un viaje al Caribe.
– Hmm… -murmuró Seth.
Dio otro enervante rodeo en torno a ella, como si fuera un gato de ágiles y deliberados movimientos con una energía oculta a punto de estallar.
– ¿Y qué me dice de su novio? ¿Qué va a pensar cuando la vea junto a mí en algunas fotografías?
– Le explicaré la situación, por supuesto. Está claro que, una vez que sepa que no nos acostamos, se mostrará comprensivo.
Daisy imaginó que Robert estaría horrorizado ante la idea pero, a pesar de que durante años había demostrado una tenaz devoción por ella, Daisy nunca le había dado razones para pensar que lo consideraba algo más que un viejo amigo.
– ¿Lo cree sinceramente? -inquirió Seth-. Yo no dejaría que mi chica saliera con otro aunque tuviera una justificación.
– Dado que su chica está casada con otro hombre, no creo que tenga derecho a criticar a Robert -le soltó Daisy.
Seth entornó los ojos con exasperación.
– Si desea que le dé el trabajo, tendrá que aprender a morderse la lengua -amenazó-. ¿Desea este trabajo, entonces?
Daisy optó por no decir nada más y asintió con un gesto.
– Si no fuera por el hecho de que no dispongo de tiempo para encontrar a alguien más apropiado, me gustaría indicarle lo que usted y su novio modelo pueden hacer -Seth continuó hablando en un tono amenazador-. Desgraciadamente, los dos nos necesitamos mutuamente. Intentaré sacarle el mejor partido posible.
Seth se sentó en el brazo del sofá.
– ¿Está segura de que sabe actuar? -le preguntó a Daisy.
¡Después de todo, la llevaría al Caribe! ¡Conseguiría ese trabajo! Ella respiró aliviada y se le iluminó el rostro.
– Claro -contestó.
Él no parecía demasiado convencido.
– Bueno, haga una demostración -pidió.
– ¿Una demostración? -preguntó Daisy atónita-. ¿Qué clase de demostración?
– Hasta ahora no me ha dado la impresión de una mujer enamorada -señaló él con ironía-. Me gustaría saber si puede convencer a los demás de que solamente tiene ojos para mí.
– ¿Y qué quiere que haga? -preguntó ella con inquietud.
Seth se encogió de hombros.
– Imagínese que hay alguien más en esta habitación. ¿Cómo demostraría que está enamorada de mí?
– ¡Probablemente no lo haría si aquí hubiera otra persona!
– Daisy, tendrá que esforzarse un poco -dijo Seth-. No le voy a pagar por ser una reprimida señorita inglesa. Le será más fácil si actúa como si no se diera cuenta de que la gente nos observa.
– ¡Está bien!
Daisy se aproximó al sofá. Él seguía sentado. En esa posición todo le resultaba más sencillo pero, cuando llegó a su lado, los nervios la traicionaron. Se detuvo. Seth se cruzó de brazos y la miró afablemente.
– ¿Y bien?
Daisy decidió que tenía que hacer algo. Se aproximó aun más y estiró un brazo para tocarle la cara. La piel de Seth era cálida y morena, ligeramente áspera. A Daisy le tembló la mano. La retiró con brusquedad.
– ¿Eso es todo?
La cínica pregunta de Seth la enfadó e hizo que consiguiera dominarse. ¡Él estaba tornando la situación deliberadamente difícil para que Daisy abandonara la idea de realizar ese trabajo! ¡Pues no lo conseguiría! Estaba decidida a ir al Caribe para encontrar a Tom. Si eso significaba que tenía que besar a Seth Carrington, entonces eso era lo que iba a hacer.
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