Jessica Hart - Amar sin reglas

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Amar sin reglas: краткое содержание, описание и аннотация

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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James era del tipo de hombres que desnudan mentalmente a las mujeres, por lo que tardó más tiempo en escudriñarla.

– ¡Hola! -exclamó James, sin dejar de mirar a Daisy-. Pareces demasiado tierna como para estar con un tipo tan rudo como Seth. No sabía que todavía existían chicas como tú -y contempló a Seth-. Ella no es de la clase de mujer que suele salir contigo. ¿Dónde la encontraste? -bromeó-. ¡Yo también quiero una!

Sorprendentemente, Seth se mostró turbado.

– Me temo que es la única -contestó con sequedad-, y es para mí.

– Te entiendo -indicó James a continuación-. Yo actuaría de igual forma.

Eva estaba comenzando a irritarse.

– Vamos, James -le dijo al tirar de él.

Después de sonreír a Daisy, James le permitió que lo alejara de allí. Seth volvió a sentarse.

– ¡Ese hombre es el más chismoso de Londres!

– ¿No es eso lo que querías? -inquirió Daisy perpleja-. Imaginé que deseabas que la gente comenzara a hablar sobre nosotros.

– No de la forma en que James Gifford-Gould lo hará -explicó Seth sombríamente.

Y echó un vistazo a la mesa donde se habían sentado James y Eva. Habían elegido el otro extremo del restaurante, pero tenían una perfecta visión de ellos.

– Pasarán todo el tiempo observándonos -protestó Seth-. Tendré que actuar como si estuviera celoso de las miradas que te echa.

– Creí que ya lo estabas haciendo -señaló Daisy.

¡Estaba muy confundida acerca de lo que Seth pretendía! Seth endureció su expresión durante un momento.

– ¿Por qué iba a estar celoso? -preguntó fríamente.

– No lo sé -contestó Daisy con franqueza-, pero lo parecías hace un instante.

– No lo estaba… -Seth se calló e intentó controlar su temperamento-. Se supone que somos amantes, no debemos discutir. ¡James no perderá ningún detalle!

Seth le tomó la mano y se esforzó en esbozar una sonrisa.

– Será mejor que hablemos como si fuésemos amantes -añadió-. ¿De qué hablan los amantes?

– No tengo idea -respondió Daisy.

Era muy consciente de esa mano sobre la suya. Era cálida y fuerte. Hubiera casi jurado que se estremecía al contacto con su piel.

– Vamos Daisy, ¡inténtalo! ¿De qué hablas cuando estás con Robert?

Daisy tuvo la repentina visión de la última vez que había cedido a los ruegos de Robert y habían ido a cenar juntos. Robert se había tomado en serio una de sus preguntas jocosas y había pasado el resto de la noche intentando explicarle en qué consistían las acciones ordinarias.

De todas maneras, no haría mal si trataba de que Seth pensara que alguien la amaba. ¡Aun cuando solamente fuera bastante atractiva!

– Robert y yo hablamos de un montón de cosas -le aseguró sin atreverse a observar esos ojos grises y punzantes.

– ¿De qué clase de cosas?

– De todo -insistió ella con firmeza.

Daisy intentó retirar su mano, pero Seth la sujetó más fuerte.

– ¡No hagas eso! Se supone que estás enamorada de mí, ¿recuerdas? Si estuvieras enamorada, no intentarías quitar tu mano y charlarías conmigo sobre un montón de cosas -Seth esbozó una forzada sonrisa-. Entonces, ya puedes comenzar a actuar de manera tan convincente como lo hiciste esta tarde.

Daisy lo contempló con hostilidad, pero consiguió sonreír de forma poco convincente para que James y Eva la vieran. De hecho, los observaban ávidamente desde el otro extremo de la sala.

– Estoy segura de que tus experiencias amorosas son más numerosas que las mías -dijo ella entre dientes, sin dejar de sonreír-. ¿De qué hablarías tú?

– ¿Si estuviera enamorado de ti? -Seth consideró la pregunta-. Bueno, veamos…

Agarró la mano de Daisy entre las suyas y la acarició.

– Probablemente te diría lo que más me gusta de ti -añadió luego.

– ¡Eso pondrá a prueba tu imaginación! -exclamó Daisy.

Intentaba sonar insolente, pero estaba horriblemente distraída por el jugueteo de Seth con su mano.

– Oh, no lo sé. Espero ser capaz de pensar en algo. Podría decirte lo profundos y azules que son tus ojos, por ejemplo, o lo largas y bonitas que son tus pestañas.

Seth hizo una pausa. Reflexionó un instante.

– Podría contarte -añadió -que me encanta la forma en que tu sonrisa ilumina este lugar o incluso, la manera obstinada en que levantas el mentón cuando estás molesta.

Daisy tragó saliva.

– Eso… eso está muy bien -dijo ella balbuceante.

Le parecía como si la voz grave de Seth hiciera eco por todo su cuerpo. El tacto cálido de sus manos la hacían estremecer.

«Solamente está actuando», se recordó con desesperación.

Y ella también debería hacerlo. Pero tenía la garganta seca y se le había agarrotado la lengua. Solamente pudo devolverle la mirada con expresión indecisa.

– Y después -continuó diciendo Seth con su profunda voz-, probablemente te contaría que no pude dejar de pensar en la forma que me besaste ni pude olvidar el tacto de tu piel y la suavidad de tus labios. Y te besaría la mano, así…

Seth acercó la mano de Daisy a sus labios y la besó con dulzura. Daisy se estremeció completamente y, de manera instintiva, le acarició la mejilla.

El corazón le latía apresuradamente, con insistencia. Contempló la cabeza inclinada sobre su mano y se sintió tan perturbada que no podía respirar.

Seth levantó la vista. A Daisy le pareció que él podía leer sus pensamientos.

– ¿Te gustaría saber lo que haría después?

– ¿Qué… qué harías?

– Llamaría al camarero y le diría que se olvidara del próximo plato. Así, no tendríamos que esperar y te podría llevar al hotel para hacer el amor durante toda la noche.

Daisy sintió un escalofrío. Le resultaba difícil poder respirar. Con lentitud, Seth apoyó la mano de ella sobre la mesa. Ella se dio cuenta de que había entrelazado sus dedos con los de Seth.

– ¿Vendrías? -preguntó Seth con suavidad.

Ella se humedeció los labios.

– Si estuviera enamorada, sí -susurró.

La horrorizó su voz ronca.

– ¿Y qué dirías si lo estuvieras?

– Creo… creo que diría que nunca antes alguien me había hecho sentir lo que siento ahora -dijo balbuceante-. Diría que es algo que produce temor.

Siguió un largo silencio. Seth fijó la mirada en los ojos de ella y no dejaba de acariciarle la mano. Finalmente, apareció el camarero con el segundo plato. Les sirvió más vino.

Seth se mostró desconcertado, como si hubiera olvidado dónde estaban. Pasaron unos segundos antes de que soltara la mano de Daisy. Se inclinó sobre el respaldo de la silla y recuperó su típica expresión inescrutable.

Daisy sintió su mano fría y perdida sobre la mesa hasta que la puso sobre su falda. Se encontraba desorientada y miró la comida sin ningún entusiasmo.

– Pensé que tenías hambre -manifestó Seth al verla juguetear con la comida en el plato.

– Lo tenía -admitió ella, pero su apetito había desaparecido completamente-. Creo que el primer plato me ha dejado satisfecha.

Él la observó con perplejidad pero, para alivio de Daisy, no siguió hablando del tema. Parecía que había olvidado la necesidad de impresionar a James y Eva. Hubo un terrible silencio.

Daisy notó que su corazón seguía latiendo con fuerza. Miró la copa de vino, los brillantes cubiertos y la cera de la vela que se derretía. No quería cruzar su mirada con la del enigmático Seth.

¿Qué habría pasado si hubieran estado realmente enamorados? ¿Cómo habría sido la situación si, después de que él pidiera la cuenta, la hubiera llevado a su suite y la hubiera desvestido lentamente? ¿Qué habría sentido ella al acariciar el cuerpo de Seth?

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