«Peor para él», pensó desafiante.
No le haría ningún mal saber que Daisy no se dejaría vapulear como los demás. Aun así, se sintió bastante aliviada al volver la cabeza y comprobar que la limusina se movía en dirección contraria.
– Esta vez te gané, señor Carrington -murmuró con satisfacción.
No pasó mucho tiempo antes de que se reprochara lo lista que había sido al salir sin dinero. Ni siquiera llevaba su chaqueta. En el momento que abandonaron el hotel, el sol brillaba y Seth le había recomendado dejar su viejo bolso.
Pero en ese instante, unas nubes negras tapaban la luz del sol. Una ráfaga de viento la hizo temblar pues llevaba una camisa sin mangas. Se frotó las manos y aceleró el paso. De pronto, un trueno anunció la lluvia y Daisy comenzó a correr.
Durante un rato se refugió en unos grandes almacenes, pero el aire acondicionado la hizo sentir más frío. La lluvia caía sin parar. Entonces, decidió que lo único que podía hacer era dirigirse al hotel lo más rápido posible.
Le llevó una hora llegar allí. Estaba empapada y le dolían los pies cuando entró en el vestíbulo y se aproximó al ascensor. Estaba agotada. Los desordenados mechones de sus cabellos se veían mojados y en el extremo de sus pestañas tenía gotas de agua.
Daisy hizo caso omiso de las miradas que le dirigía la gente. Todo lo que deseaba en ese momento era cambiarse de ropa y poner los pies en alto.
Seth estaba reunido cuando, por fin, llegó a la suite. Las personas que estaban con él observaron con perplejidad la desgreñada apariencia de Daisy.
– ¿Ya estás de vuelta, Daisy? -la voz de Seth era suave pero sus ojos prometían venganza-. ¿Disfrutaste de la caminata?
– Fue muy refrescante -le contestó ella con una mirada desafiante.
Y fue cojeando hacia su habitación para derrumbarse sobre la cama. Después de descansar lo suficiente, se quitó la ropa mojada. Se estaba secando el pelo con una toalla cuando apareció Seth.
Ella había oído que sus invitados se marchaban e intentó no ponerse nerviosa al intuir que Seth no tardaría en aparecer.
– Espero que se te haya pasado el mal humor -manifestó él en un tono cortante.
Estaba apoyado en el marco de la puerta. Su presencia era intimidante. Daisy deseó que su corazón no latiera de la forma apresurada en que lo hacía cada vez que él aparecía.
– No tenías necesidad de comportarte como una niña malcriada -añadió Seth.
Daisy había tenido suficiente tiempo para arrepentirse de sus muestras de desafío. De hecho, en ese instante le parecían algo infantiles, pero la actitud de Seth volvió a acalorarla.
– ¡Tampoco tú tenías necesidad de comportarte como un cerdo arrogante! -le espetó ella.
Y enseguida se secó el pelo con tanto ahínco que la toalla quedó de punta.
– ¿Así me agradeces el nuevo vestuario que te compré? -inquirió él sarcásticamente.
– Estaba muy contenta con el antiguo -replicó Daisy-. Preferiría parecer barata, según tus palabras, que volver a pasar por esa experiencia. ¡Si quieres un maniquí al que poder vestir y enseñar a decir: «Sí, Seth. No, Seth. Eres maravilloso, Seth» cada vez que tires de la cuerda, deberías haber sacado uno del escaparate de la tienda!
– Por supuesto que habría sido mejor para mi estado de ánimo -le soltó él, mientras un músculo se movía en su mandíbula.
Daisy se sentía agraviada. Era inconsciente del ridículo contraste que había entre su expresión de enfado y el desorden de sus cabellos al quitarse la toalla.
– Me sorprende que hayas podido hacer tanto dinero por la forma en que pisoteas a la gente que te rodea -gruñó Daisy-. ¿Nunca aprendiste cómo se debe tratar a la gente? Si los trataras como seres humanos, obtendrías lo mejor de cada uno.
– No necesito que me des lecciones para tratar a mis empleados -le dijo él con los labios apretados-. Nunca recibí quejas del personal.
– ¡Probablemente porque están aterrorizados!
Seth estaba completamente exasperado.
– En ese caso, es una pena que tú no lo estés. De esa forma, ¡viviría en paz!
– No te temo -arremetió Daisy con su típico gesto con el mentón en alto-. Estoy harta de que me trates como si fuera una chiquilla en lugar de una mujer madura.
– Bueno, deberías saber la respuesta a eso, Daisy -Seth asió el picaporte de la puerta y se dispuso a marcharse-. Si quieres que te trate como a una mujer, tendrías que comenzar a comportarte como si lo fueras.
Daisy había decidido demostrar a Seth que no era la adolescente que él creía y pasó toda la tarde en el lujoso salón de belleza del hotel. Al final, el cambio que había experimentado la dejó asombrada al mirarse al espejo.
La experta en belleza había realzado sutilmente los finos rasgos de su rostro. Sus ojos azules parecían más profundos y atractivos, a pesar de que la mueca que se insinuaba en su boca estropeaba el efecto sensual que la chica había logrado. Sus labios parecían sonreír continuamente, aunque Daisy tratara de evitarlo.
Sin embargo, se veía más sofisticada. Se sintió satisfecha. El peluquero le había estirado los rizos mientras los secaba. A pesar de que eran difíciles de dominar, parecía como si se hubiera propuesto que el ligero caos fuera parte del peinado y no como si se hubiera olvidado de cepillarlos. La diferencia radicaba allí.
Seth no se había molestado en preguntar adonde se dirigía cuando Daisy salió de la suite. Solamente le había ordenado que estuviera lista a las siete de la tarde para asistir a una recepción.
Al volver del salón de belleza, ella esperaba impresionarlo con la transformación que había experimentado. Él estaba hablando por teléfono y ni siquiera había levantado la vista para mirarla.
Estaba claro que allí se celebraba una reunión. Había otras personas sentadas en la habitación que esperaban obsequiosamente a que Seth terminara su conversación telefónica.
Él los ignoraba, por supuesto. Hablaba de millones de dólares con una seguridad insolente que exasperaba a Daisy. Lo miró con hostilidad durante unos segundos. Luego, al ver que él no reparaba en su presencia, salió de la habitación y cerró la puerta de un golpe.
Más tarde, Daisy pudo oír que la gente se despedía de Seth. Probablemente, todos se estarían inclinando ante él al salir por la puerta. ¡Estaba claro que ese hombre era tan humillante porque se lo permitían!
Esperó que fuera a su cuarto. Después de unos instantes de soledad, seguramente Seth volvería a sentir la necesidad de intimidar a alguien. Los deseos de recordarle que, al menos ella era capaz de enfrentársele o de impresionarlo con su nuevo y sofisticado aspecto, se vieron frustrados. Sencillamente, él llamó a su puerta y le indicó que partirían en media hora.
– Sal cuando estés lista -añadió.
No sonaba como si de verdad le importara que Daisy lo hiciera o no. Luego, se marchó. Daisy estaba más enfadada que nunca.
Se vistió de mal humor. Había decidido ponerse una de las prendas que Seth le compró. Era un atractivo vestido amarillo sin mangas con un escote pronunciado. También se puso brazaletes de estilo étnico en los brazos.
Media hora después, abrió la puerta de un empujón y salió. Seth estaba sentado en el extremo de uno de los sofás. Parecía concentrado en algunos documentos que había desplegado sobre una mesilla.
Daisy había estado todo el día con los nervios de punta. Por un lado, deseaba decirle lo que pensaba exactamente de él pero, por otro, estaba ansiosa por demostrarle que podía ser tan femenina y atractiva como Astra Bentingger.
Sólo necesitaba que él notara su presencia. Su indecisión se reflejaba en una expresión de agresividad. Los ojos azules traslucían una mezcla de hostilidad y desafío que combinaba de forma extraña con su sofisticado maquillaje y la elegante sencillez de su vestido.
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