– ¡Máquina estúpida! -Skye dio una patada a la fotocopiadora-. El técnico vino ayer… ¡no puedes estar rota de nuevo! -apretó todos los botones que encontró pero el símbolo de «papel atascado» permanecía en rojo-. ¿Qué pasa contigo? -le gritó y de nuevo volvió a apretar el botón de inicio-. Ya llené la bandeja del papel, limpié los rodillos y ahora, ¿qué sucede?
Skye le dio otra vengativa patada.
– No hay ningún papel atascado, ¡inútil trozo de metal! Ya lo limpié bien así que ya puedes trabajar.
– ¿Qué rayos estás haciendo, Skye? -la exasperada voz de Lorimer sonó tras de ella lo que hizo que Skye se mostrara confundida. Él estaba en la puerta de ella y había una expresión de profunda irritación en su rostro.
La boca de Skye se secó al verlo, igual que el día anterior cuando de forma absurda se sintió consciente de él. Era culpa de Vanessa. Si no fuera por esa absurda sugerencia, nunca se habría fijado en lo apuesto que era, ni habría pensado un segundo en la forma en que frotaba su mentón cuando pensaba. Una vez que empezó a notar cosas, no dejó de hacerlo y sentía una extraña sensación en el estómago cuando miraba su boca.
La noche anterior le había dicho que se iría a una reunión esa mañana y no lo esperaba todavía. Decidida a demostrarle lo eficiente que era, había pensado tener todos los informes copiados y preparados antes de su llegada, pero la fotocopiadora se negó a cooperar y ahora todo lo que había hecho era quedar como una tonta de nuevo.
– Su bestial copiadora se niega a trabajar.
– Es una máquina Skye, no un monstruo -asentó Lorimer paciente-, y no se niega sino que espera se le den las instrucciones correctas.
– Es molesto -insistió Skye y se dispuso a darle otra patada.
– No vas a llegar a ningún lado dándole o gritándole -la tuteó Lorimer, molesto. Dejó su maletín sobre el escritorio de ella y la quitó de su camino-. Esta era antes una agradable y callada oficina, ahora, la calle Princess parece un océano de paz comparado con esto. ¿Por qué organizas estos líos? No pareces capaz de hacer algo en silencio. O estás parloteando, riendo, desvariando o furiosa con los objetos inanimados. Se te oye desde el vestíbulo.
– Tú te enfurecerías si tuvieras que tratar con esta máquina -dijo con amargura Skye-. No sé por qué la gente se molesta en tener fotocopiadoras. Sólo son maquinaria cara e inútil. Nunca funcionan. Nunca hacen nada. ¡Ni siquiera son bonitas! Simplemente están ahí ocupando espacio y tan pronto como uno les pide que hagan una fotocopia, que es para lo que están, ¡simplemente se niegan!
– Me sorprende que no te identifiques con estas máquinas -dijo Lorimer con una mirada irónica-. Caras, inútiles y se niegan a trabajar… todo eso me suena muy familiar -miraba el rostro indignado de Skye-. Por supuesto, estoy de acuerdo en que tú eres más decorativa, pero al menos las fotocopiadoras no están todo el día hablando.
– Al menos yo trabajo, que es más de lo que se puede decir de esta máquina. Quería tener listos estos informes cuando regresaras y estaba a la mitad cuando de pronto la máquina se atascó. La limpié, como Sheila me enseñó pero ahora no quiere funcionar.
Lorimer revisó la fotocopiadora mientras que Skye espiaba sobre su hombro, esperando que se diera cuenta de que él tampoco la haría funcionar. De pronto, él presionó un botón… y la máquina surgió a la vida.
– ¡Lo ha hecho deliberadamente porque yo ya le había dado a ese botón! -explotó Skye.
Sus cabezas todavía estaban inclinadas juntas sobre el panel y sus ojos estaban muy próximos. Skye miraba las profundidades azules y leía la exasperación, el humor y algo más que no podía identificar, algo que hizo que su corazón golpeara con fuerza contra sus costillas. Se sentía consciente de la dureza del cuerpo tan cerca del suyo, de esa fuerza inmensurable y su piel ardió con la súbita urgencia de apoyarse contra él y sentir sus brazos rodeándola.
Asombrada por sus pensamientos, se retiró de forma abrupta de él. Lorimer se enderezó y entonces se fijó en sus pendientes.
– ¿Qué rayos llevas colgado de las orejas? -preguntó incrédulo y extendió la mano para tomar uno entre sus dedos-. ¿Pelotas de golf?
Skye se sentía agonizar por la sensación de sus dedos contra los lóbulos, la calidez de su mano cerca de la garganta:
– ¿Te gustan? -su voz sonó ronca y sus pulsaciones golpeaban con tanta fuerza en sus oídos que apenas se daba cuenta de lo que decía. Era como si sintiera su mirada y su roce impersonal con cada fibra de su cuerpo y hasta el cabello rubio dorado que caía suavemente sobre los dedos de él, parecía temblar ante su presencia.
– Son un cambio de tus accesorios usuales -dijo Lorimer. A Skye le gustaba mucho la bisutería y tenía una colección de aretes de madera pintados con colores brillantes-. Hasta ahora hemos tenido pericos, cocodrilos, canguros y delfines… ¿Qué fue ayer? ¿Serpientes?
– Plátanos -gruñó Skye y para su enorme alivio él soltó sus pendientes y retrocedió-. Vi estas pelotas de golf ayer durante la hora de la comida y no pude resistir. Pensé que serían muy apropiados para tu asistente ejecutiva.
Vio el humor reflejado en los ojos de Lorimer. Ella había hecho un intento ineficaz para mantener sus pálidos rizos alejados de su frente con dos broches de plástico que tenían forma de mariposa; también llevaba mariposas multicolores aplicadas sobre la enorme sudadera color azul. Se veía vibrante, alegre… y totalmente fuera de lugar.
– Puedo pensar en muchas palabras para describir tu vestuario, Skye aunque «apropiado» ¡no es una de ellas!
– Supongo que te gustaría verme con una falda sensata, un suéter azul marino y pendientes de perlas.
– Sería un poco más tranquilizador, sí -aceptó-. Es como asistir a una explosión de fuegos artificiales -de forma inesperada, sonrió-. ¡Siempre estoy en espera del estallido!
Skye no estaba preparada para el efecto que tuvo en ella la súbita sonrisa de él y su corazón dio un respingo y aterrizó con un fuerte golpe que le quitó el aliento. Era la primera vez que él le sonreía de forma abierta; los breves atisbos de humor durante la entrevista no eran nada comparados con la transformación de ahora, cuando la boca recia se relajó en una sonrisa que mostró los fuertes dientes blancos.
– Me… temo que no tengo ropa sensata -jadeó Skye que trataba de parecer normal, aterrorizada de que él adivinara que una simple sonrisa era suficiente para derretirla y hacer que cada uno, de sus nervios tintineara.
– No creo que la tengas -Lorimer todavía parecía divertido-. Supongo que tendré que acostumbrarme a tu forma de vestir.
Hubo una pausa, una intensidad en el aire, cuando Skye encontró su mirada. Sus ojos eran azules y profundos y la sonrisa todavía estaba latente en ellos. ¿Sería posible que al fin Lorimer empezara a aceptarla? La esperanza la alegró y sin pensarlo le devolvió una cálida y espontánea sonrisa que iluminó todo su rostro. ¿Se habría equivocado? Estaba tan contenta con la idea de que empezara a gustarle… pero su expresión era extraña ahora y no estaba segura. Confundida, apartó sus ojos de los suyos.
– Esto… voy a arreglar estos informes.
– Sí, me gustaría tenerlos cuando me vaya hoy -Lorimer se retiró de la fotocopiadora y la dejó recoger las copias. Cuando ella se enderezó, él todavía la observaba con la misma extraña expresión en los ojos, se volvió de forma abrupta y recogió su maletín, que había dejado sobre el escritorio de Skye.
Como de costumbre, éste estaba cubierto de papeles, carpetas, diccionarios, manuales, mapas y libretas de apuntes, mezcladas con plumas, limas de uñas, lápiz labial y discos de computadora, cajas de pañuelos desechables, así como chocolatinas.
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