SKYE pronto aprendió que Lorimer Kingañ no era un hombre que hiciera amenazas vanas. Nunca había trabajado tanto en su vida. Sus patrones anteriores no esperaban mucho de ella, pero Lorimer la mantuvo ocupada toda la semana, la hacía mecanografiar una y otra vez las cartas hasta que quedaban perfectas. Todo tenía que estar inmaculado, incluyendo a Skye, que era muy descuidada. Sí, nunca había trabajado tanto. Y al terminar cada día estaba tan cansada que apenas podía arrastrarse por la escalera hasta el piso de Vanessa.
– Es que no estás acostumbrada a hacer un día de trabajo normal -le dijo Vanessa sin compasión-. Ya te acostumbrarás.
– Eso es lo que dice Lorimer -gruñó Skye ese fin de semana-. Al principio pensé que era por fastidiarme, para que dejara el empleo, pero cuando les pregunté a los otros en la oficina, dijeron que ¡él era así todo el tiempo! ¡Le tienen miedo! ¡Nunca hablan unos con otros! Entra uno en alguna oficina y todo está tan silencioso como una tumba. Todos tienen las cabezas bajas y están ¡ trabajando !.
Vanessa rió ante la escandalizada expresión de Skye.
– ¡Sabes que eso hace la gente! ¿Cómo te aceptan? Debes ponerles muy nerviosos, porque nunca dejas de hablar.
– Creo que al principio pensaron que estaba un poco loca, pero ahora son muy amables conmigo. Por supuesto, si Lorimer me atrapa cotorreando, frunce el entrecejo, pero no dice nada. Simplemente me mira como si fuera a matarme -Skye se puso ceñuda al recordarlo-. ¿Sabes que no se me permite salir ni cinco minutos? Mis dedos están gastados de mecanografiar y volver a mecanografiar todas esas cartas.
– Pensé que tenías un procesador.
– Lo tengo, pero se me olvida archivar las cosas y que tengo que mecanografiar una y otra vez -suspiró-. No creo que esté cortada para ser una secretaria. El otro día rompí la fotocopiadora y la máquina del café, y el teléfono es un absoluto misterio para mí. Corté la llamada de un señor cinco veces cuando trataba de pasarle la comunicación a Lorimer. Al fin, tuvo que pedir el número y hacer que Lorimer lo llamara después; estaba furioso.
– ¡Eso no me sorprende!
– Pues no sé por qué no puede tener un teléfono normal como todo el mundo -se quejó Skye-. ¡Todos esos foquitos encendidos me confunden!
Vanessa le sonrió a su amiga. Skye estaba desparramada ante la chimenea eléctrica, bebía ginebra y miraba una revista.
– ¿Crees que Charles vale la pena todo eso?
– ¿Sabes? -dijo despacio-. Casi me había olvidado de Charles. Lorimer me mantiene tan ocupada que no tengo ni tiempo para pensar en él.
– Entonces es obvio que no estás tan enamorada de él como decías.
– Por supuesto que lo estoy -protestó de forma mecánica y entonces levantó sus asombrados ojos azules hacia Vanessa-. ¿No lo estoy?
– Nunca lo has estado -dijo Vanessa con firmeza-. Sé que es bien parecido, pero si te hubiera hecho caso jamás habrías pensado en él; se convirtió en un reto y de pronto decidiste que estabas locamente enamorada, aunque en realidad no es el hombre apropiado para ti.
– ¡Oh, querida! -Skye tenía expresión apenada-. Debo ser terriblemente voluble. ¿Piensas que alguna vez me enamoraré o terminaré como una solterona arrugada y vieja?
– ¡Tranquila! Todo lo que necesitas en encontrar al tipo de hombre apropiado.
– Sí pero, ¿dónde?
– ¿Y en el trabajo? Este Lorimer Kingan suena como poderoso y apropiado.
Skye prácticamente se ahogó con la bebida.
– ¿Lorimer? -farfulló.
– ¿Por qué no?
– Pues porque él… él… -Skye estaba consciente de una extraña sensación de vacío dentro de ella. Era como si la sugerencia de Vanessa hubiera abierto un hoyo negro que amenazaba engullirla, temerosa de mirar por si encontraba algo en el fondo.
– ¿Qué? -Vanessa era toda inocencia.
– ¡Es insufrible! Es arrogante, gruñón, sarcástico y horrible. Con franqueza, Van, me trata como si tuviera cinco años de edad.
– Me parece perfecto para ti -asentó Variessa.
¡Enamorarse de Lorimer! ¡Qué idea tan ridícula! Él era el último hombre de quien le gustaría enamorarse, se dijo Skye molesta, y cuanto más trataba de desechar la idea, más llegaba a ella el recuerdo de su boca, de su sonrisa con ese extraño atisbo de humor. Se quedó tan molesta e inquieta que Vanessa la convenció de dar un paseo hacia la cima del Arthurs Seat.
– Lo que necesitas es un poco de ejercicio.
Skye, parada en lo alto del risco, observaba Edimburgo, extendida a sus pies. Era un día frío, con viento, y Skye se subió el cuello de la chaqueta para protegerse. Había creído que Charles era todo lo que deseaba… y sólo necesitó una ligera sugerencia de Vanessa para cambiar todas sus ideas. Vanessa tenía razón. Era demasiado impetuosa. Nadie perseguiría a un hombre que apenas conocía hasta Edimburgo. A ninguno de sus amigos le gustaba Charles y eso debía advertirla, ¿pero había escuchado? No, sólo se metió en otro lío sin pensar en las consecuencias.
Casi obligó a Lorimer a darle el empleo, ¿y todo para qué? Sólo para estar cerca de un hombre del que no estaba segura que le gustara. No era de extrañar que Lorimer se mostrara tan desdeñoso con ella. Quizá debía admitir que era una estúpida y regresar a Londres. Lorimer probablemente se alegraría.
Skye pensó en dejar Edimburgo mientras bajaban por la colina y de regreso a The Meadow con la cabeza inclinada para protegerse del viento. Se había quejado del trabajo pero ahora, al pensar en dejarlo, se dio cuenta de que le gustaba estar ocupada. A todos sus jefes anteriores, ella les gustaba y le daban trabajos sencillos. A Lorimer quizá no le gustara mucho, pero al menos no había tenido tiempo de aburrirse.
Y le gustaba la gente que trabajaba con ella: Sheila, la recepcionista; Murray, el contable; Lisa, Rab y Andrew… sería una lástima dejarlos justo ahora que empezaba a conocerlos. Su mente se volvió a Lorimer y en seguida la alejó. No quería pensar en cómo se sentiría cuando volviera a verlo.
Ansiosa de cambiar la dirección de sus pensamientos, Skye recordó a su padre. Como Fleming predijo, él se sintió deleitado al saber que había encontrado al fin lo que se consideraba «un trabajo adecuado». Sin importar lo que sucediera, Charles le había hecho un favor al hacerla comprender lo consentida que siempre había estado. Había ido a Edimburgo para cambiar su vida y no había razón para que se echara atrás. No estaba enamorada de Charles, pero eso no significaba que tuviera que desilusionar a su padre y correr a casa para llevar la misma vida que antes. No, le debía a su padre eso y más.
También tenía que considerar a Vanessa. Si se iba ahora, Vanessa tendría que buscar a alguien para compartir el piso y Skye sabía que ella extrañaría a su tenaz y práctica amiga. También se sentía reacia a dejar Edimburgo. A pesar del frío, la ciudad tenía estilo. Para su sorpresa, a Skye le guslaban las calles adoquinadas y los estrechos callejones bajo la luz brumosa.
No, todavía no dejaría Edimburgo. Había permitido que la estúpida sugerencia de Vanessa le llegara porque estaba cansada y eso era todo. Debió reírse en lugar de imaginar con tanta claridad cómo sería estar enamorada de Lorimer, ser amada por él. ¡Cómo le gustaría dejar de pensar en su boca, en cómo la sentiría contra la suya!
Sería estúpido tomar otra decisión impulsiva. Por una vez, Skye decidiría de forma sensata: primero pensaría antes de actuar. Vería cómo se sentía al finalizar la siguiente semana. Las cosas podrían ser diferentes. No permitiría que Lorimer la hiciera trabajar tanto y procuraría encontrarse con Charles. Quizá cuando lo viera otra vez regresara. Había sido absurdo seguirlo, pero sería todavía más absurdo irse sin darle a Charles una oportunidad.
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