Lorimer miró a las piñas y parpadeó.
– Si yo pensara que existe una oportunidad de que ustedd fuera todas esas cosas, no pondría objeciones pero… ¡Nunca había oído tantas ridículas tonterías juntas!
– Me dijo que quería la verdad -le recordó Skye molesta-. ¿No me cree?
– ¡Por supuesto que la creo! Nadie podría inventar esa historia tan absurda -Lorimer metió la cabeza entre sus manos-. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
– Quizá fue usted un niño muy travieso -sugirió inocente y entonces deseó no haberlo hecho cuando Lorimer la miró.
– No es gracioso -apretaba los dientes-. Trato de dirigir una empresa y quiero una secretaria tranquila y sensata que me ayude a levantar este proyecto, ¿y qué obtengo? Una descocada frívola que es tan callada como un carnaval en el Caribe y casi igual de sensata. Quizá usted lo encuentre divertido, pero yo no. Sí este Charles suyo sabe tanto de usted como yo, no lo culpo por ignorarla, aunque nunca pensé que sentiría alguna simpatía por Charles Ferrars. Porque presumo que hablamos de Charles Ferrars, ¿verdad?
Ella asintió y él endureció la mirada.
– Lo conozco. Fleming quiere que participe en este trato así que es posible que venga. Sin embargo, si desea que él la considere discreta, Skye, será mejor que aprenda a ser discreta. Tratará asuntos confidenciales que Charles Ferrars no debe conocer, y si yo la oigo hablar con él acerca de alguno de ellos, dentro o fuera de horas de oficina, será despedida con un merecido puntapié en el trasero. ¿Está claro?
– ¿Quiere decir que me dejará trabajar para usted?
– No me queda más remedio -Lorimer parecía resignado-. No puedo arriesgarme a ofender a Fleming Carmichael y usted no quiere que su precioso Charles sepa que estamos aquí bajo falsas pretensiones. Ahora que ambos sabemos en dónde estamos, saquemos el mejor provecho de la situación, aunque me gustaría saber con quién o qué voy a tratar durante los próximos tres meses -recuperó el curriculum vitae de sobre su escritorio y se lo arrojó desdeñoso-. ¿Debo asumir que esta es una red de mentiras del principio al fin?
Skye lo tomó y lo alisó sobre su rodilla.
– Mi nombre y dirección están correctos -empezó a decir cautelosa al leer la lista de detalles personales-. Y, en realidad, tengo veintitrés años y estoy soltera.
– Vaya, cuánta sinceridad.
Ella volvió a revisar la lista.
– Nací en Londres y… eso también es correcto.
– Eso no es una recomendación, aunque sea verdad -asentó Lorimer-. Sin embargo, sigamos con sus antecedentes. ¿Tengo razón al pensar que su madre no es escocesa, como usted dice?
– No… pero durante una época estuvo muy interesada en Escocia -explicó Skye-. Leyó la historia del Príncipe Charlie justo antes de que yo naciera y se sintió atraída por su romanticismo.
– Muy gracioso -rezumaba frialdad-. Ese tipo de frívola actitud es típica de los ingleses. Tratan a Escocia como si fuera una broma -su tono era tan amargo que Skye supo que su disgusto por los ingleses iba más allá de su desastre con la compañía financiera de Londres. Sensata, decidió no empeorar más las cosas y se sentó derecha en la silla, como el tipo de chica que ni siquiera sabía el significado de la palabra «broma», sin embargo, su rostro no estaba diseñado para otra cosa mas que para la risa. Al observar sus poco exitosos intentos, la expresión amenazante de Lorimer desapareció. Tenía un atisbo de humor en sus ojos cuando señaló el curriculum vitae que ella tenía en su regazo-. Entiendo… por lo que Fleming dijo… que ¿cómo decirlo? usted ha tenido una forma… creativa de abordar lo que se refiera experiencias laborales.
– Yo sólo me promocioné un poco -respondió Skye con culpabilidad observando la lista de empleos de alto nivel que reclamaba haber desempeñado.
– ¿Así que trabajó para una agencia de publicidad, pero no como asistente ejecutiva del director?
– Trabajé de forma temporal durante un par de semanas.
– ¿Un par de semanas? -Lorimer presionó sus sienes y respiró profundo-. ¡No le falta descaro! Supongo que debo mostrarme agradecido de que haya trabajado como secretaria porque significa que puede mecanografiar, ¿verdad?
– ¡Por supuesto que puedo!
– ¿Setenta palabras por minuto?
– No creo… que tenga esa rapidez…
– Eso es lo que pensé. ¿Cuántas palabras por minuto debo reducir para hacerme una justa idea de lo que puede hacer? ¿Veinte? ¿Veinticinco?
– ¿Cuarenta? -aventuró Skye. Lorimer mantuvo su humor con evidente esfuerzo.
– ¿Cuarenta? -repitió con voz inexpresiva-. Déjeme aclarar esto. Usted puede arreglárselas con labores de mecanografía, pero yo debo aprender a escribir mis cartas a mano porque no debo esperar que usted las tome en taquigrafía, ¿es así?
– Creo que sería lo mejor -afirmó Skye, aliviada.
– ¿Hay algo que usted pueda hacer?
– Puedo responder el teléfono.
Lorimer únicamente levantó una ceja, desdeñoso.
– No creo que espere una ronda de aplausos, ¿verdad?
– Y puedo preparar tazas de buen café.
– Estoy seguro de que será de gran ayuda pero ¡soy más que capaz de servirme mi propio café!
– Bueno… puedo archivar y sacar copias y organizar sus viajes y su vida social -Lorimer no le parecía del tipo que iba a comidas y llevaba a sus clientes al teatro. Su idea de entretenimiento quizá se limitara al golf y ahí no había mucho campo para ella.
Lorimer no estaba impresionado por sus talentos.
– Si escribe a máquina tan despacio como creo; estaré aquí toda la noche para firmar mis cartas y no tendré tiempo para vida social -señaló cáustico-. Parece que hemos establecido que su curriculum vitae no vale ni el papel en el que fue escrito, así que bien puede devolvérmelo -extendió la mano y Skye se lo entregó avergonzada-. Iba a romperlo, pero es un documento tan creativo que pensé conservarlo para recordarme hasta dónde pueden llegar las chicas para conseguir a su hombre. Por supuesto, tampoco sabe nada de golf.
– Me gustaría jugar -Skye con valentía encontró su mirada desdeñosa.
– ¡Pero si no ha estado cerca de un campo de golf en toda su vida!
– Bueno… no.
– Me di cuenta cuando me dijo que tenía dos de puntuación.
– De forma deliberada escogí una puntuación baja para que no sospechara.
Lorimer suspiró.
– La puntuación de «Damas» empieza en treinta y seis, Skye. Las mejores tienen las puntuaciones más bajas. Si usted juega con dos puntos, significa que es una jugadora extremadamente buena. Si hubiera dicho una puntuación de treinta, yo habría creído que podía reconocer una pelota de golf si le cayera en la cabeza.
– ¡Pues qué estúpido sistema! -Skye se mostró disgustada y rió al comprender que había quedado como una tonta.
– Me agrada que le parezca divertido -Lorimer se mostró severo-. No podemos convertirla en una jugadora, pero tendrá que aprender algo de golf si no quiere dejarme en ridículo.
– ¿No puedo pretender que tengo fracturado mi brazo o algo así?
– ¡No sea ridícula! -estaba irritado-. No puede pasarse tres meses con una escayola sin ninguna razón. Además, necesita aparentar que sabe de lo que está hablando. Tendré que enseñarle lo básico cuando vayamos a Galloway.
– ¿Cuándo nos vamos a Galloway?
– Eso depende de su amigo Fleming Carmichael. Es probable que sea dentro de dos o tres semanas, pero hay mucho que hacer antes.
Aliviada porque la ira de Lorimer se hubiera disipado, Skye extendió las manos y lo miró resplandeciente.
– ¿Bien? ¿Dónde debo empezar?
– Puede empezar por arreglarse porque está hecha una facha -recogió su pluma y levantó una de las carpetas que estaban arregladas en montoncitos sobre el escritorio-. Yo pensaba dictarle, pero parece que ahora voy a escribirlo todo a mano. Mientras lo hago, puede familiarizarse con su oficina. ¡Y luego, a trabajar!
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