Jessica Hart - Amor Inesperado

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Skye había decidido cambiar. Estaba cansada de ser una niña mimada y protegida y sobre todo, estaba cansada de que la llamaran impulsiva, incoherente y estrafalaria. Iba a demostrar al mundo que ella era capaz de conseguir un trabajo en las oficinas de Lorimer Kingan y, además, mantenerlo. Era una mujer madura, porque el hecho de ir hasta Escocia buscando a un hombre, de mentir en su currículum y de usar pendientes enormes de animales no tenía nada que ver ¿o sí?

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– ¿Qué quieres decir?

– ¡Mira estos! -recogió un puñado de mensajes que ella le había dejado más temprano ahora húmedos y manchados de café y los sacudió ante ella-. La mitad son ilegibles, la otra mitad tan vagos que pueden considerarse ilegibles. No tienen fecha, ni hora de la llamada, ni siquiera tienen los números para que yo pueda llamar a la gente y no se escribe Kerrkobry, sino Kirkcudbright.

– Lo escribí como suena -objetó Skye.

– ¡Debiste escribirlo de forma apropiada!

– No es culpa mía que la mitad de los pueblos en Escocia tengan unos nombres tan raros -musitó-. Se necesita telepatía para saber cómo escribirlos:

– Todo lo que se necesita es un libro de referencia -dijo Lorimer con acritud-, y por supuesto, una mínima inteligencia que es obviamente el mayor problema en lo que a ti concierne -lanzó los pañuelos mojados al cesto-. Y tienes la osadía de quejarte de que las copiadoras son un desperdicio de espacio. ¡Al menos ellas no le echan a uno encima el café!

– ¿Por qué entonces no empleas a un robot? -lanzó Skye que perdió el control-. Eso te gustaría ¿verdad? Una máquina sin alma a la que pudieras gritarle todo lo que quisieras.

– No necesitaría gritarte si fueras mínimamente eficiente.

– Bueno, en el futuro, puedes ahorrarte los gritos -Skye estaba molesta-. Ya no necesitarás gritarme más. ¡Me voy! Puedes mecanografiar tus propias cartas hasta que tu preciosa Moira llegue aquí -le dijo y salió dando un portazo.

Capítulo 4

MUY próxima a las lágrimas, Skye empezó a dar vueltas en torno a su escritorio, y arrojando sus posesiones dentro de su bolso. ¡Era un cerdo! ¡Un cerdo arrogante y odioso! ¡Lo odiaba! ¿Y había pensado que le gustaba sólo porque le había sonreído? ¡Debía estar loca!

El recuerdo de la sonrisa de Lorimer era tan fuerte que Skye se sumió de nuevo en su silla y miró las flores que había comprado esa mañana, con una expresión perpleja. ¿En realidad era tan inútil como Lorimer decía?

¿Estaría tan deprimida si no se hubiera enterado de que Moira Lindsay era su novia? No era asunto suyo lo que Lorimer hiciera en su tiempo libre y no pensaba volver a cometer el error de enamorarse del hombre equivocado. Lo que en realidad quería era no enamorarse de nadie por algún tiempo y para variar, deseaba hacer un buen trabajo… y ahora, se daba cuenta de que todo lo hacía mal.

Miró en torno y aceptó que no quería irse, sin importar lo que le hubiera dicho a Lorimer. Por una vez en su vida había encontrado un empleo que le gustaba y sería estúpido salir de estampida por unas cuantas palabras dichas con ira. Charles era algo irrelevante y lo que importaba era su padre. La noche anterior la llamó por teléfono y le aseguró que no se preocupara por ella. No podía desilusionarlo ahora, sobre todo cuando su hermano mayor le había contado que su padre tenía problemas de negocios. Skye se sintió un poco culpable al darse cuenta que era la primera vez que alguno de sus hermanos le comentaba algo así. En el pasado pensaban que ella era demasiado frívola o que no le importaba. Las noticias de su hermano reforzaron su decisión de no ser más una carga para su padre. Ya había sido una mala hija por demasiado tiempo…

Miró hacia la puerta de la oficina de Lorimer. Era probable que estuviera retorciéndose las manos de gusto por haberse librado de ella. No lo culpaba, pero tendría que pedirle otra oportunidad. Lo peor que podía decir era «no».

Enderezó los hombros, empujó la silla y se puso de pie. Vaciló ante la puerta y luego llamó.

Fue abierta tan de repente que pensó que Lorimer estaba parado junto a la puerta. Por un momento se miraron uno al otro en silencio. La nariz de Skye estaba enrojecida y su boca todavía trémula mientras que sus ojos tenían la expresión brillante de las lágrimas no vertidas.

– ¿Si? -le dijo al fin.

– Quiero disculparme -Skye se sentía un poco insegura. Todo le parecía fácil hasta que la mirada penetrante de Lorimer se posó en ella-. Tenías razón y soy una secretaria imposible, pero lo intentaré si me das otra oportunidad.

– ¿Quieres quedarte?

– Sí.

Hubo una breve pausa.

– Si quieres saberlo -admitió al fin-. Iba a disculparme contigo.

– ¿Si? -Skye lo miraba sorprendida.

– No debí hablarte como lo hice. Tú tenías razón, fue un accidente -de pronto extendió la mano y tomó la de ella, la volvió e inspeccionó sus dedos-. ¿Te quemaste mucho?

– No… -balbuceó Skye muy consciente del contacto con su mano-. En realidad no.

– ¿Segura?

– Sí… -inhaló pues no sabía si sentirse aliviada o desilusionada cuando él soltó su mano-. Siento lo de los planos.

– Pueden copiarse de nuevo. Quizá tú puedas hacerlos esta tarde.

– ¿Significa que puedo quedarme?

Lorimer trató de parecer severo.

– Bueno, eso me ahorraría buscar otra secretaria, lo que llevaría otras dos semanas. Y, a pesar de que eres muy lenta, tú puedes mecanografiar y tener listo bastante trabajo en ese tiempo.

Debía mostrarse agradecida, pero Lorimer no se dejó engañar por su expresión humilde y una sonrisa apareció en su boca.

– ¡Está bien! Lo admito. Puedes ser enfurecedora pero haces el trabajo, y supongo que me estoy acostumbrando a ti.

¡Se estaba acostumbrando a ella! Quizá no era el más efusivo de los cumplidos, pero era un principio.

– Intentaré ser más eficiente -le aseguró.

– Con franqueza, Skye, ya lo intentas -se volvió a su escritorio y se convirtió en el mismo de siempre-. Ahora, ¿podemos seguir con el trabajo?

– Por supuesto -Skye le sonrió resplandeciente, sintiéndose como si en el último minuto hubiera escapado de un terrible destino-. ¿Te traigo más café?

– Gracias -se acomodó detrás de su escritorio.

Skye cerró la puerta sonriendo como una idiota, justo cuando el teléfono empezó a sonar. Dejó la mano en el auricular, reacia a levantarlo pues deseaba recordar la forma en que él le había sonreído, el contacto de su mano… El teléfono sonaba y lo levantó, incapaz de seguir ignorándolo.

– ¿Hola?

– ¿Skye?

– ¿Sí? -respondió confundida.

– Soy Charles… Charles Ferrars.

– ¡Ah! Charles… hola -antes se habría quedado sin aliento por la excitación ante el sonido de su voz, pero ahora ni siquiera lo reconoció.

– Pareces un poco distraída, Skye -¿sería su imaginación o había un tono irritado en su voz ante su falta de entusiasmo?-. ¿Estás bien?

– Estoy bien -hizo un esfuerzo por parecer alegre-. ¿Querías hablar con Lorimer?

– Sí pero pensé que sería agradable charlar primero contigo. He hablado con Fleming acerca de ti. No sabía quelo conocías tan bien.

¿Por eso se mostraba de pronto tan amistoso?

– Pensé que lo sabías -dijo-. Después de todo, nos conocimos en una de sus fiestas.

– Sí, pero había tanta gente ahí. Pensé que tan sólo eras una conocida.

– No, Fleming y Marjorie son prácticamente de la familia. Marjorie es mi madrina.

– Eso me ha dicho Fleming -la voz de Charles sonaba suave y segura-. No tuvimos oportunidad de charlar el otro día. ¿Qué te parece si comemos mañana?

– Me temo que no puedo mañana. Ya he quedado con Vanessa.

Siguió una breve pausa como si Charles esperara que ella dijera que cancelaría su cita con Vanessa.

– ¿Y qué te parece entonces mañana por la noche? -sugirió al fin-. De todas formas, espero estar ahí para ver a Lorimer y podríamos salir después de que termines de trabajar.

– Está bien -Skye deseaba sentir más entusiasmo con la idea aunque prefería encontrarse con Charles lejos de la oficina y de los penetrantes ojos azules de Lorimer. Además, había decidido darle a su plan original una oportunidad y quizá cuando viera a Charles de nuevo, regresara la antigua atracción-. Entonces te veré mañana. Ahora, ¿quieres hablar con Lorimer?

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