Nicole le entregó el bebé al hombre con el que se iba a casar.
– Toma, tío Thorne, ocúpate tú de J.R. mientras yo voy a ver si Juanita necesita ayuda en la cocina.
– Yo también ayudo -exclamó Molly, que acababa de entrar en el salón para ir a buscar a su madre antes de dirigirse a la cocina.
– ¿Y tú? -le preguntó Nicole a Mindy, que siempre iba por detrás de su decidida hermana.
– Tí. Yo también.
– Entonces, vamos.
Cuando las tres se hubieron marchado, Matt miró a su hermano y sonrió. Thorne, millonario y director general de McCafferty International, hasta aquel momento seductor y donjuán de fama internacional, trataba de evitar que su sobrino se le cayera de las manos mientras se colocaba la pierna rota.
– Eh, me vendría bien un poco de ayuda -gruñó, aunque sin dejar de sonreír al niño.
– ¿No habías dicho que había que dar de comer al ganado? -le preguntó Matt a Slade.
– Así es.
Los dos McCafferty más jóvenes se marcharon, dejando a su hermano a cargo del pequeño bebé. Mientras se ponía la chaqueta, Matt pensó que, dado que no podía echarles una mano en el rancho, lo más justo era que Thorne ejerciera de canguro para su sobrino.
La mujer que había sobre la cama de hospital tenía un aspecto terrible, aunque, según los partes médicos, estaba sanando. No obstante, en opinión de Kelly, a Randi McCafferty le quedaba un camino muy largo por recorrer. Tenía tubos y monitores conectados a su cuerpo por todas partes y yacía sobre la cama, completamente inmóvil, delgada y pálida, a pesar de que la mayoría de los hematomas y de los cortes ya habían desaparecido.
– Ojalá pudieras hablar -dijo Kelly mordiéndose el labio inferior.
A pesar de todo el dolor que los McCafferty habían infligido a su familia, a Kelly no le gustaba ver a nadie en aquella situación.
Una enfermera entró y se acercó a la cama para comprobar las señales vitales.
– ¿Ha mostrado alguna indicación de que vaya a despertarse? -preguntó Kelly.
– No podría decirle -suspiró la enfermera, que según su placa se llamaba Cathy Desmoña-. Con esta paciente, creo que necesitaríamos una bola de cristal. En mi opinión, no debería tardar mucho en despertarse. Los ojos se le mueven mucho por debajo de los párpados y ha bostezado. Además, a una de las enfermeras nocturnas le pareció que el otro día movía un brazo. Sin embargo, no se puede saber si esto significa que se va a despertar hoy, mañana o la semana que viene.
– Sin embargo, lo hará pronto.
– Eso diría yo, pero no le puedo asegurar nada.
– Comprendo.
Kelly deseó de todo corazón que la mujer despertara y que estuviera lo suficientemente coherente para responder a todas sus preguntas. ¿La había empujado alguien intencionadamente de la carretera? ¿Se había puesto de parto y había perdido el control o acaso simplemente había encontrado una placa de hielo que había hecho patinar su vehículo? Los McCafferty parecían pensar que había alguien detrás del accidente, pero Kelly no estaba del todo convencida.
La enfermera se marchó y Kelly se acercó un poco más a la cama. Sin poder evitarlo, tocó el reverso de la mano de Randi.
– Despierta -dijo-. Tienes mucho por lo que vivir; para empezar, un hijo recién nacido. Además, tienes muchas cosas que explicar -añadió. Le apretó un poco la mano, pero no consiguió respuesta alguna-. Vamos, Randi, échame un cable.
– No te puede oír.
Kelly soltó la mano de Randi y se sonrojó. Había reconocido inmediatamente la voz de Matt McCafferty. El corazón le dio un vuelco.
– Eso ya lo sé.
Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con él. Aún iba vestido con los vaqueros y la camisa que llevaba puestos horas antes. Tenía la chaqueta desabrochada y el sombrero en las manos. Su rostro no mostraba un gesto tan hostil como antes, pero aún se adivinaban acusaciones silenciosas en aquellos ojos oscuros. Era tan guapo…
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Me reuní con el detective Espinoza en Urgencias y luego decidí venir a ver a tu hermana.
– Deberías estar buscando líneas de investigación para tratar de encontrar al canalla que le hizo esto -dijo Matt. Se acercó a la cama de Randi y miró a su hermana.
Kelly lo observó atentamente y se sorprendió al ver la profundidad de los sentimientos que se reflejaron en el rostro del duro vaquero, algo que jamás hubiera imaginado. Según se comentaba por la ciudad, se había convertido en un hombre muy solitario. Le pareció que en aquellos ojos se reflejaba ira y determinación, pero también culpabilidad. En cierto modo, Matt McCafferty se sentía responsable por el estado de su hermana. Tal y como Kelly había hecho minutos antes, tomó la mano de su hermana entre sus enormes dedos.
– Aguanta ahí -dijo, acariciándole suavemente el reverso de la mano con un dedo, con mucho cuidado de no tocarle la vía que se le hundía en la piel.
Kelly sintió una profunda emoción en la garganta al reconocer su dolor.
– J.R., tu hombrecito, te necesita -susurró Matt.
Entonces, algo avergonzado, miró a Kelly. Evidentemente, se sentía más cómodo herrando caballos o reparando vallas que tratando de animar a una hermana en coma, pero, al menos, lo estaba intentando. Kelly sintió que el corazón le daba un vuelco. Tal vez Matt McCafferty era mucho más de lo que parecía a primera vista y de lo que se decía de él.
– Nosotros también te necesitamos -añadió con voz ronca. Tras golpear suavemente el hombro de su hermana, se dio la vuelta.
Kelly suspiró. ¿Quién era aquel hombre y por qué reaccionaba ella ante él de aquella manera? Tenía las manos sudando y le parecía que el corazón se le había acelerado al verlo. Sólo era una locura. Imposible.
Se decidió a seguirlo al exterior.
– ¿Dónde está Espinoza? -le preguntó él cuando estuvieron fuera de la habitación.
– Probablemente haya regresado ya a la oficina. Ha terminado el otro caso que lo ha traído aquí, pero es muy consciente de que tú estás preocupado. Te llamará esta noche, pero no creo que te pueda dar más información de que la que te he dado yo.
– Maldita sea…
Se dirigieron al ascensor y entraron en su interior. Kelly trató de no prestar atención al hecho de que el pulso se le había acelerado. Inmediatamente, notó el olor a cuero y a jabón. Cuando las puertas del ascensor se cerraron y se quedaron a solas, Kelly notó que él la miraba. Ella trató de zafarse del intenso escrutinio al que la sometían aquellos acusadores ojos, pero no pudo hacerlo. Se mantuvo firme cuando él le preguntó:
– ¿Por qué estabas en la habitación de Randi?
– Para volver a centrarme. Hacía mucho que no la veía y, después de tu visita de esta tarde, pensé que debía venir a verla para ver cómo estaba. Por supuesto, he estado en contacto con el hospital, pero pensé que verla me podría aclarar algunos puntos.
– ¿Como cuáles?
– No entiendo por qué estaba en Glacier Park. ¿Adónde iba? ¿Quiénes eran sus enemigos y quiénes sus amigos? ¿Por qué despidió al capataz del rancho más o menos una semana antes de marcharse de Seattle? ¿Qué le ocurrió en su trabajo? ¿Quién es el padre de su hijo? Esa clase de preguntas.
– ¿Y has conseguido alguna respuesta?
– Estaba esperando que alguien de la familia pudiera saber alguno de estos detalles.
– Ojalá. Nadie sabe nada.
Las puertas del ascensor se abrieron. Habían llegado al vestíbulo de entrada. Kelly salió primero del ascensor.
– ¿Qué es lo que sabes sobre un libro que tu hermana estaba escribiendo?
– No estoy seguro de que ese libro exista -respondió él mientras cruzaban el vestíbulo.
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