Maite Carranza - La Maldición De Odi

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La guerra de las brujas está próxima y la elegida no puede posponer más el momento de empuñar el cetro y destruir a las temibles Odish. Pero Anaíd, que anhela el amor de Roc y del padre que nunca tuvo, que confía en llevar la paz definitiva a las Omar, tendrá que enfrentarse a la traición, al rechazo de los suyos y a la soledad. La maldición de Odi se ha cumplido: la elegida ha incurrido en los errores, ha sucumbido al poder del cetro y hasta los muertos reclaman su tributo. Es el momento de la verdad, de la batalla definitiva entre Omar y Odish.

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– Y yo, de tu estrategia, pero ahora ya no surtirá efecto.

Selene palideció.

– ¿Qué quieres decir?

– Que ahora tendrás que arrebatarle el cetro a tu propia hija y no serás capaz de eliminarla.

Selene tembló.

– ¿Será Anaíd quien sostenga el cetro cuando el rayo de sol equinoccial lo ilumine?

– Efectivamente. Cristine la ha engañado. No tenía ni tiene intención de cederle el cetro. La ceremonia será sólo una tapadera y un freno para las Omar. Con Anaíd al frente no atacaréis. No, si eres tú quien da las órdenes.

– ¿Quieres decir que lo sabe todo a pesar de las precauciones?

Gunnar rió.

– Naturalmente. Quizá no le han dado la importancia que deberían a vuestra repentina beligerancia, pero las Odish vigilan vuestros movimientos y conocen vuestras intenciones. Saben que atacaréis en la ceremonia de entronización. Por eso la llegada de Anaíd ha sido providencial. Selene, la madre de la elegida, no eliminará a su hija. De eso Cristine está segura.

Selene se llevó la mano al pecho. Lo que Gunnar le explicaba era lógico. Pero en todo ese rompecabezas había una pieza clave.

– ¿Y Anaíd? ¿Cómo está?

– Bien, serena, más madura. Mejor que Cristine. La aparición de Anaíd la ha alterado profundamente. Nunca la había visto tan alterada.

Selene, desconcertada, intentó guardar la compostura. Pero sentía curiosidad.

– ¿Qué quieres decir?

Gunnar se sentó sobre unos cojines y, sin esperar a ser invitado, se sirvió de una copa de pulque que había en una bandeja, junto a él. Selene, intrigada, se sentó a su lado.

– Gritaba. Gritaba como nunca la había oído gritar y discutía con las otras Odish que le reprochaban la naturaleza Omar de Anaíd. Cristine les ha dicho que mañana todo habrá acabado y que de una vez para siempre se dirimirá la balanza lo quiera la elegida o no.

– Así que, al margen de Anaíd, ella ya ha tomado su propia decisión.

– Ha dejado muy claro que la elegida deberá acatar su decisión. Es irrevocable.

– ¿Y cuál crees que es la decisión que ha tomador?

Gunnar se sirvió más pulque.

– Es obvio. Cristine es la única Odish con poder para coronarse como reina, y Anaíd no es más que un pequeño estorbo. Mi madre no tiene escrúpulos.

Selene ató cabos con rapidez.

– Quieres decir que la dama blanca utilizará a Anaíd como escudo para nuestro ataque y luego se deshará de ella. Gunnar afirmó.

– Es nuestra hija y tenemos que salvarla.

Selene tomó aire.

– Anaíd es la clave.

– Exacto.

– Y… ¿qué partido ha tomado?

Gunnar bajó la cabeza.

– El de Cristine.

Selene se inquietó.

– Podemos convencerla. ¿Puedes traerla aquí?

Gunnar suspiró y negó con la cabeza.

– La quiere.

Esa revelación le dolió tanto a Selene que entretuvo la bofetada contemplando un rincón oscuro de la cueva. ¿Su hija quería a una Odish que planeaba destruirlas?

– No puedo creerlo.

Gunnar le dio la razón.

– Yo tampoco, pero quiere a Cristine, la quiere de verdad.

Selene palideció a sabiendas de que Gunnar era sincero.

– No puede ser cierto. Es una estratagema de Anaíd.

– No, Selene. Cristine es perseverante y manipuladora. Lo que no tuvo de mí lo ha conseguido con Anaíd. La niña la adora, hará todo lo que le pida y Cristine, incapaz de amar, la destruirá. Por eso estoy aquí. Selene reaccionó con pragmatismo.

– ¿Qué propones?

– Te propongo un pacto.

Selene contuvo el aliento.

– ¿Cuál?

– Te ayudaré a acabar con Cristine antes de la ceremonia. Luego rescataremos el cetro y entre los dos controlaremos a Anaíd o… la reduciremos.

– ¿Podrás contra Cristine?

– Sabes que si lo deseo puedo volver a utilizar mis poderes.

– Pero es tu madre. ¿Lo harás?

– Con una condición.

Selene vio una puerta abierta a su indecisión.

– ¿Cuál?

– Anaíd. Mi precio es Anaíd.

Selene se estremeció.

– ¿Qué harás con ella?

– Quiero llevármela lejos para que crezca sin sentirse una de vosotras o de ellas. Ya que nosotros no pudimos, que Anaíd encuentre su propio camino y no sea infeliz.

Selene se sintió atrapada. Ésas habían sido sus aspiraciones cuando huyó con Gunnar. Habían quedado muy lejos.

– No podrás. Anaíd es y será siempre una bruja.

Gunnar estaba empeñado.

– A pesar de todo lo intentaré.

Selene valoró las posibilidades de todas las jugadas posibles. Si Gunnar destruía a Cristine, Gunnar sería el único que podría dominar a Anaíd. A pesar de su juventud, era muy poderosa y las Omar no bastarían para reducirla. Luego quedaba la segunda parte. Su sacrificio. Su vida por la de Anaíd. Cuando ella muriese, Anaíd quedaría huérfana.

– De acuerdo -dijo Selene súbitamente asustada por todas las decisiones que la acechaban.

Y extendió su mano hacia Gunnar para sellar su pacto. Gunnar tomó su mano y se la llevó a la boca lentamente, deliberadamente, y besó su dorso con delicadeza como habría hecho con una princesa de sangre real.

Selene sintió una descarga eléctrica y quiso retirar su mano, pero Gunnar la retuvo escrutándola fijamente.

– Y no me vuelvas a hacer trampas, princesa.

Selene le devolvió la mirada buceando desesperadamente en esa puerta abierta de los sentimientos de Gunnar. Antes, sus ojos eran nítidos y a través de ellos podía leer su amor, su deseo, su miedo. Ahora estaban protegidos tras una puerta blindada y añoró su mirada ávida de cuando llegó a la caravana tras quince años sin verse.

– No te haré trampas -pronunció Selene con voz queda y retirando sus ojos de los de Gunnar.

Siempre y cuando su promesa de entregar su vida por la de Anaíd y omitir que esperaba un hijo suyo no fuesen una trampa a priori.

– ¿Me escondes algo?… -inquirió Gunnar receloso.

Selene rió.

– ¿Acaso crees que lo sabes todo de mí?

Gunnar rió a su vez.

– Es una aspiración masculina imposible. Ni siquiera los brujos podemos saberlo todo acerca de las mujeres.

Selene, sin pretenderlo, le sonrió seductoramente.

– A lo mejor sueño contigo.

Pero Gunnar se puso repentinamente serio y se levantó con brusquedad.

– No, Selene, no continúes. Fui vulnerable a tus encantos, pero se acabó. No me gusta que jueguen conmigo. Cásate con Max, no me importa, pero no intentes seducirme para utilizarme, ya no funciona. Te espero en el Tetzacualco de Tlamacas, antes de amanecer. Tú sola.

Selene se sintió muy mal. No pretendía quedar en evidencia, no se esperaba una reacción tan airada de Gunnar y sobre todo se sentía terriblemente vejada por ese rechazo tan tajante. ¿Por qué le dolía tanto su frialdad? ¿No le odiaba? ¿No le parecía abominable? ¿No quería olvidarlo?

Esperó a que Gunnar se marchase para golpear su puño contra la pared. Se sintió estúpida, miserable y sobre todo humillada. No quería que le importasen ese tipo de cosas. Pronto tendría que desprenderse de los sentimientos, de la vida y abandonar ese mundo.

– Selene -la interrumpió Shon Li, la manchú.

Estaba jadeando y se llevó la mano al pecho para respirar mejor.

– ¿Qué ocurre?

– Dácil, esa niña guanche no iniciada se ha empeñado en desobedecer tus órdenes.

– ¿Qué ha hecho?

– Seguir al hombre apuesto.

Selene sonrió bajo las lágrimas. Hasta Shon Li se habla fijado en la arrogante masculinidad de Gunnar.

– ¿Por qué?

Shon Li se avergonzó al repetir las palabras de la rebelde.

– Dijo que la llevaría hasta Anaíd, que ella era la elegida verdadera y no tú.

Selene se sintió en falso.

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