Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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– Frost -dije, extendiendo la mano, pero él corrió. Corrió por la vasta extensión de mármol hacia las lejanas ventanas. Corrió como si la superficie resbaladiza no fuera un obstáculo para sus pezuñas. Corrió como si fuera ingrávido. Pensé que chocaría contra el cristal, pero las puertas de un balcón que nunca había estado allí antes se abrieron para que el gran ciervo pudiera salir corriendo hacia la nueva tierra que se extendía más allá.

Las puertas se cerraron tras él, pero no desaparecieron. Por lo visto, la habitación era flexible todavía.

Me giré en los brazos de Doyle para poder verle la cara. Era él quien miraba a través de sus ojos, no el Consorte.

– Es Frost…

– Él es el ciervo -dijo Doyle.

– ¿Pero esto significa que él, como Frost, se ha ido?

La mirada en su cara oscura fue suficiente.

– Él se ha ido -dije.

– No se ha ido, pero ha cambiado. Si volverá a ser otra vez el hombre que conocíamos, sólo la Deidad lo sabe.

Él no estaba muerto, no exactamente. Pero estaba perdido para mí. Perdido para nosotros. No sería un padre para el niño que habíamos concebido. Nunca volvería a estar en mi cama.

¿Qué había rogado yo? Que volviera a mí. ¿Si yo lo hubiera pedido de forma diferente se habría transformado también en un animal? ¿Habían sido mis palabras incorrectas?

– No te culpes -dijo Doyle-. Donde hay vida de cualquier clase hay siempre esperanza.

Esperanza. Era una palabra importante. Una palabra buena. Pero en aquel momento, no me pareció suficiente.

CAPÍTULO 24

– NO ME IMPORTA A CUÁNTOS GALLYTROTS LLAMES CON TU magia -dijo Ash-. Juraste que estarías con nosotros, y no lo has hecho -dijo mientras caminaba por la habitación, con sus manos tirando de su corto pelo rubio como si se lo fuese a arrancar.

Holly se sentaba en el gran sofá blanco con el gallytrot acostado boca arriba sobre su regazo, o al menos tan en su regazo como era posible, lo que significaba que el perro llenaba una gran parte del enorme sofá. Holly acarició a contrapelo el pecho y la barriga del can. Holly, el del carácter ardiente, parecía estar más relajado de lo que yo lo había visto jamás.

– El sexo era para poder recuperar nuestros poderes. Ella nos ha devuelto el poder.

– No un poder sidhe -dijo Ash, acercándose hasta detenerse delante de su hermano.

– Prefiero ser trasgo -dijo Holly.

– Yo prefiero ser el rey de los sidhe -dijo Ash.

– La princesa os ha dicho que está embarazada -dijo Doyle.

– Has llegado demasiado tarde a la fiesta -dijo Rhys.

– ¿Y de quién es la culpa? -preguntó Ash, acercándose a mí-. Si sólo te hubieras acostado con nosotros hace un mes, entonces habríamos tenido una oportunidad.

Levanté la mirada hacia él, demasiado entumecida como para reaccionar a su cólera y desilusión. Alguien me había envuelto en una manta. Me acurruqué en ella, helada. Con un frío que yo sabía y podía curar. Era tan gracioso, Frost se había ido y yo le lloraba soportando el frío.

Había respuestas diplomáticas que yo podría haber dado. Había muchas cosas que podría haber dicho, pero simplemente no me importaba. No me importaba lo suficiente como para decir algo.

Levanté la mirada hacia él. Galen se dejó caer en el sofá a mi lado. Me rodeó los hombros con su brazo. Me acurruqué contra él. Dejé que me sostuviera. Él había estado entre los hombres a los que Doyle había llamado a la sala de estar, para que estuvieran en guardia por si la cólera de Ash superaba su sensatez. La cólera del trasgo había sido tan grande que Doyle y Rhys todavía estaban en tensión. Querían estar preparados y alertas en el caso de que este… Ah… tan sensato hermano perdiera la cabeza.

Galen me sostuvo, más cerca ahora, pero no era por miedo a Ash. Pienso que él tenía miedo de lo que yo pudiera hacer. Tenía razón en tener miedo, porque yo me sentía inconmovible. No sentía nada.

– Vuestro rey, Kurag, es feliz con el nuevo poder que ha vuelto a los Gorras Rojas -le dije-. Está extático de alegría por los gallytrots. Y cuando tu rey está feliz, guerrero, se supone que tú eres feliz por su alegría. -Mi voz pareció fría, pero no vacía. Había en mi voz un filo de cólera como un hilo carmesí en un campo blanco.

– Cierto, si fuéramos sidhe, pero somos trasgos, y los reyes son cosas frágiles.

Galen se acercó un poco más a mí. Yo leía su mente, y sabía que el trasgo lo hacía, también. Él me protegería con su cuerpo. Pero ésta no era esa clase de lucha.

– Kurag es nuestro aliado. Si él muere, el tratado entre nosotros muere con él.

– Sí -dijo Ash-. Así es.

Me reí, y fue una risa desagradable. La clase de risa que dejas escapar porque no puedes llorar todavía.

El sonido asustó a Ash, que retrocedió un paso. Ninguna cólera habría conseguido tal reacción, excepto la risa y él no lo entendía.

– Piensa antes de amenazar, trasgo. Si Kurag muere, entonces estamos obligados a vengarlo por honor -dije.

– La corte oscura tiene prohibido interferir directamente en la línea de sucesión de sus cortes secundarias -dijo Ash.

– Ése es un trato que ha hecho la Reina del Aire y Oscuridad. Yo no soy mi tía. No he acordado nada que pueda limitar mis poderes.

– Tus guardias son grandes guerreros, pero no pueden prevalecer contra la fuerza combinada de los trasgos -dijo Ash.

– Como no estoy ligada por el acuerdo de mi tía, tampoco estoy ligada por las reglas de los trasgos.

Ash pareció inseguro, como si pensara en lo que yo había dicho, pero no lo entendiera aún.

Fue Holly quien lo dijo…

– ¿Qué harás, Princesa, enviar a tu Oscuridad para matarnos? -Él todavía acariciaba al enorme perro, pero su cara ya no era simplemente feliz. Sus ojos rojos me contemplaron con una intensidad e inteligencia que yo no había visto antes en él. Era una mirada que se veía más a menudo en la cara de su hermano.

– Él no es ya simplemente mi Oscuridad. Él será el rey. -Al final había sucedido lo que yo había esperado.

– Esa es otra cosa que no tiene sentido -dijo Ash. Él señaló a Doyle. -¿Cómo puede ser él el rey y el padre de tu niño, y él -dijo señalando a Rhys, -y también él? -señalando por último a Galen. -A menos que tengas una camada entera, Princesa Meredith, no puedes tener a tres padres para un niño.

– Cuatro -dije.

– Quién… -Entonces una idea cruzó su rostro junto a un primer atisbo de precaución.

– El Asesino Frost -dijo Holly.

– Sí -dije, y mi voz volvió a sonar vacía. Mi pecho realmente dolía. Yo había oído la frase con el corazón roto, como nunca lo había tenido antes. Había estado cerca, pero nunca así. La muerte de mi padre me había destruido. La traición de mi prometido me había aplastado. Un mes atrás, cuando pensé que había perdido a Doyle en la batalla, creí que mi mundo se terminaría. Pero hasta ahora, yo no había sabido realmente lo que era la desolación.

– No puedes tener a cuatro padres para dos niños -insistió Ash, pero se había calmado un poco. Era casi como si pudiera ver mi dolor por primera vez. No pensé que le preocupara que yo sintiera dolor, pero le hizo ser más cauteloso.

– Eres demasiado joven para recordar a Clothra -dijo Rhys.

– He oído la historia, todos hemos oído la historia, pero era sólo eso, una historia -dijo Ash.

– No -dijo Rhys-, no lo era. Ella tuvo un sólo niño, hijo de todos sus hermanos. El niño llevaba la marca de cada uno de ellos. El muchacho llegó a ser el rey supremo. Lo llamaron Lugaid Riab nDerg, el de las rayas rojas.

– Yo siempre pensé que las rayas a las que se refería el nombre eran una especie de marca de nacimiento -dijo Galen.

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