Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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La profunda voz de Doyle llenó el cuarto, y contenía un eco de carácter divino.

– He visto que la princesa tendrá dos niños. Ellos tendrán a tres padres cada uno, igual que el hijo de Clothra.

– No intentes utilizar tu magia sidhe conmigo -dijo Ash.

– No es magia sidhe, es la magia de Dios, y las mismas Deidades sirven y son servidas por todas las hadas -dijo Doyle.

Mis reflejos eran más lentos de lo normal, pero finalmente pude entender bastante lo que él dijo, para preguntar…

– ¿Tres padres cada uno? ¿Tú, Rhys, Galen, Frost, y quién más?

– Mistral y Sholto.

Me quedé mirándolo.

– Pero eso fue hace un mes -dijo Galen.

– Hace un mes -dijo Doyle-, ¿y recuerdas qué hicimos esa noche cuando llegamos de regreso a Los Ángeles?

Galen pareció pensar en ello, entonces dijo…

– Ah -dijo, besándome en la coronilla-. Pero en mi relación con Merry no hubo penetración. Todos habíamos estado de acuerdo en que yo sería un pésimo rey. El sexo oral no te deja embarazada.

– Niños -dijo Rhys-, la magia salvaje de las hadas estaba desatada esa noche. Yo todavía era Cromm Cruach, con la capacidad de curar y matar con sólo un roce. Merry había devuelto la vida a los jardines muertos con Mistral y Abe. Y ella había llamado a la jauría salvaje con Sholto. La magia era salvaje esa noche. Todos fuimos tocados por ella. Las reglas cambian cuando esa clase de magia se libera.

– Tú fuiste quien comenzó el sexo cuando llegamos a casa, Rhys. ¿Sabías que eso podría pasar? -preguntó Galen.

– Yo era Cromm Cruach de nuevo, un Dios otra vez. Quise sentir a Merry bajo mí mientras yo era todavía… -Rhys levantó sus manos como si él no pudiera sólo describirlo con palabras.

– Yo era feliz porque todos estábamos vivos -dije, y mi corazón se contrajo con más fuerza, como si realmente se fuese a romper. La primera caliente y dura lágrima se deslizó de mi ojo.

– Él no está muerto, Merry -dijo Galen-. No realmente.

– Él es un ciervo, y no importa lo mágico y maravilloso que sea, él no es mi Frost. No puede abrazarme. No puede hablarme. Él no es…

Me levanté, dejando la manta caer al suelo.

– Necesito aire. -Comencé a ir hacia el lejano vestíbulo que me conduciría al interior de la casa y finalmente al patio de atrás. Galen se dispuso a seguirme.

– No -dije-. No. Sólo no. -Seguí andando.

Doyle me paró en la entrada.

– Debes terminar esta conversación con nuestros aliados trasgos.

Asentí, luchando para no derrumbarme completamente. Yo no podía permitirme parecer tan débil delante de los trasgos. Pero parecía como si me asfixiase, tenía que ir a algún sitio donde pudiese respirar. A algún sitio donde pudiese derrumbarme.

Comencé a ir por el pasillo a un paso rápido. Mis sabuesos estaban de repente a mi lado. Comencé a correr y ellos saltaron conmigo. Necesitaba aire. Necesitaba luz. Necesitaba…

Oí voces detrás mío, de mi guardia, diciendo…

– Princesa, no deberías estar sola…

El vestíbulo cambió a un vestíbulo diferente. Yo estaba de repente fuera del comedor. Sólo el mismo sithen era capaz de moverse obedeciendo a mis deseos.

Estuve allí durante un momento tras las grandes puertas dobles, preguntándome lo que estábamos haciéndole a la casa de Maeve. ¿La casa era ahora un sithen? ¿Era ahora la casa entera parte del sithen? No tenía respuestas, pero más allá de esas puertas que nunca habían estado allí antes se veía el aire, y la luz, y yo lo necesitaba.

Abrí las puertas. Caminé con cuidado por el mármol debido a los tacones que me había puesto para complacer a los gemelos. Pensé en quitarme los zapatos, pero quería estar fuera primero. Las uñas de los perros repiqueteaban sobre el suelo. Los Gorras Rojas se pusieron de pie cuando entré.

Luego se arrodillaron todos, hasta Jonty.

– Mi reina -dijo él.

– No soy aún la reina, Jonty -le dije.

Él me sonrió abiertamente, parecía extrañamente inacabado sin sus dientes puntiagudos y su cara más espantosa. No me pareció que fuera realmente él hasta que vi sus ojos. Jonty estaba todavía en allí en aquellos ojos.

Hace mucho tiempo todos los gobernantes eran elegidos por los dioses. Esta es la vieja costumbre. La forma en que tales cosas se suponen que deben ser hechas.

Sacudí la cabeza. Yo nunca había querido menos ser quien gobernara a todas las hadas. El coste, como yo había temido, era terriblemente alto. Demasiado alto.

– Tus palabras son bien intencionadas, pero mi corazón está desconsolado.

– El Asesino Frost no se ha ido.

– Él no me ayudará a criar a su hijo. Es como si se hubiera ido, Jonty. -Comencé a avanzar a través del suelo enorme hacia las puertas lejanas. Las ventanas eran una línea de resplandor. Comprendí con un sobresalto que había sido de noche cuando todo esto comenzó, y era todavía de noche en el exterior de la casa principal, pero por las ventanas se veía un día brillante. La luz del sol se había movido, las sombras habían cambiado sobre el suelo desde la hora en que habían aparecido, pero el tiempo transcurría a un ritmo diferente al del mundo exterior. Era como si las puertas condujeran al corazón de este nuevo sithen. ¿Era éste nuestro jardín? ¿Nuestro corazón del sithen?

Mungo dio un golpe en mi mano. Acaricié su sólida cabeza y examiné aquellos ojos. Aquellos ojos que eran un poco demasiado sabios para ser los de un perro. Minnie se rozó contra mi otra pierna. Ellos me decían del único modo que podían hacerlo que yo tenía razón.

Rhys y Doyle habían dicho que la noche que habíamos concebido a los bebes había sido una noche de magia salvaje, pero esto también era magia salvaje. Esto era la magia de la creación, y era la magia antigua. La magia más antigua inimaginable.

Las puertas se abrieron sin que mi mano se extendiese. La brisa era fresca y caliente al mismo tiempo. Había un olor a rosas.

Traspasé las puertas, que se cerraron detrás de mí y desaparecieron. Esto no me asustó. Yo había querido estar fuera, y los vestíbulos habían cambiado para mí. Dentro del sithen oscuro yo podía llamar a las puertas. No quería una puerta ahora mismo. Quería estar sola. Los perros eran toda la compañía que yo podía soportar. Quería llorar mi pérdida, y aquellos más cercanos a mí estaban demasiado desgarrados entre la felicidad y la pena. Pena por Frost, pero felicidad por ser reyes. Yo no podía aguantar más aquella mezcla de alegría y tristeza. Ya estaría contenta más tarde. Pero por el momento, tenía que dedicarme a otras cosas. Me quedé de pie en el centro de un claro bañado por el sol con los perros a mis costados. Levanté mi cara al calor de aquel sol y dejé que mi control se desmoronara. Me entregué a mi pena, sin manos que me sostuvieran e hicieran feliz. Me abracé a la tierra cubierta por la hierba, a la cálida piel de los perros, y finalmente lloré.

CAPÍTULO 25

UNAS MANOS SE DESLIZARON SOBRE MIS HOMBROS. ME giré, y cuando me di la vuelta me encontré con Amatheon. Su pelo color cobre le rodeaba de un halo de luz del sol y brillaba de tal modo, que por un instante su cara pareció desaparecer entre el resplandor. Parecía estar hecho para este nuevo mundo mágico lleno de luz de sol y calor.

Le dejé sostenerme, cansada de llorar, agotada mental y físicamente; en el día de hoy había recibido las noticias más importantes de toda mi vida, y algunas de ellas eran también las más tristes. Era como las caras de una misma moneda, por un lado te conceden el deseo más preciado y por el otro tienes que pagar con aquello que más quieres. No era justo, y en el momento en que lo pensé, supe que éste era el pensamiento de una cría. Ya no era una cría. La vida no era justa, y ésa no era más que la pura verdad.

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