Doyle me miraba fijamente por encima de los cuerpos de sus perros negros. Parecía curado, intacto. Tocó al kelpie, pero no se inclinó para hacerlo. Permaneció de pie, erguido y alto.
Alzó una mano y se quitó las vendas para mostrarnos que las quemaduras habían desaparecido. Supongo que si uno puede crear la realidad, un poco de curación no es para tanto.
Porque la realidad había cambiado.
Estábamos todavía en el comedor y sala de baile de Maeve Reed, pero ya no era el mismo cuarto. Era enorme, más de cuatro kilómetros de mármol se extendían en cada dirección. Las ventanas estaban tan lejos que sólo eran una línea centelleante. Y había tal multitud de semi-duendes por todas partes, que si inspirabas profundamente tenías todos los números para tragarte uno.
Ash y Holly trataban de aplastarlos como si fueran moscas.
– No seré feliz si les hacéis daño -les dije.
Los Gorras Rojas no aplastaban a ninguno de ellos. Ni los amenazaban. Esos hombres enormes se quedaron ahí de pie y dejaron que esas cositas diminutas les rodearan. Fueron cubiertos por un vaivén de alas de mariposa, hasta que apenas se pudo ver sus cuerpos ocultos por el lento baile de color.
Jonty me miraba fijamente con aquellos ojos rojos enmarcados por alas brillantes. Unas diminutas manos se agarraban a su gorra ensangrentada, zambulléndose en la sangre, riéndose tontamente, un sonido como el repicar de campanillas de cristal.
– Nos has renovado, mi reina -dijo Jonty.
No sé lo que yo le habría contestado a esto, ya que la voz de Rhys llegó hasta nosotros.
– ¡Merry!
Aquella única palabra, con aquella nota de urgencia fue suficiente. Me di la vuelta y supe que viera lo que viera, no me iba a gustar.
Rhys y Galen estaban arrodillados al lado de Frost. Yacía desplomado de lado, terriblemente inmóvil.
Recordé entonces lo que yo había pensado. Él no había tenido nada a lo que sujetarse mientras la realidad se rehacía. Había permanecido solo ante el terror y la belleza.
Corrí con mis perros a mi lado, casi pegados a mí, pero la magia todavía estaba aquí, todavía estaba actuando, y no me atreví a despedirlos. La magia más antigua que alguna vez había pertenecido a los sidhe estaba en la habitación esta noche. Era una magia que podía ser dirigida, pero nunca controlada, no del todo. La creación siempre es una cosa arriesgada, porque uno nunca sabe lo que resultará cuando todo esté dicho y hecho, o si merecerá el precio.
LAS VOCES QUE SONARON EN LA HABITACIÓN ME DIJERON que Frost no fue el único que había caído. Holly y Ash se habían derrumbado en el suelo. Los semi-duendes se abalanzaron sobre ellos ahora que no podían defenderse.
Y los otros hombres que habían caído ni siquiera tenían a otros guardias para tocarlos, e intentar despertarlos. Toqué la brillante mata de pelo de Frost, la retiré de su cara.
– ¿Qué le pasa? ¿Qué les pasa a todos? -Pregunté.
– No estoy seguro -dijo Rhys-, pero su pulso se desvanece.
Lo miré por encima de la todavía inmóvil forma de Frost. Yo sabía que mi cara mostraba la sorpresa.
– Ellos no tenían perros -dijo Galen-. No tenían nada a lo que aferrarse cuando tú creaste más tierra feérica.
Rhys asintió. Su pequeño mar de terriers, ahora inusualmente silenciosos, se sentaron a su alrededor cuando él se arrodilló.
Comencé a decir… "son sólo perros," pero Mungo me dio un topetazo en el hombro con su cabeza. Minnie se apoyó contra mi costado. Miré en sus ojos y había un perro allí, sí, pero también había algo más. Eran perros creados por la magia salvaje. Eran criaturas fantásticas, y no simplemente perros.
Acaricié su oreja, tan aterciopelada. Susurré…
– Ayudadme. Ayudadles. Ayudad a Frost.
Doyle entró a zancadas en la habitación rodeado por un montón de perros negros y enormes. Uno de los perros se separó de la manada y fue hacia uno los caídos. El perro le olió el pelo con un fuerte sonido de husmeo. Entonces se hizo más alto, más grande. En su piel aparecieron mechones verdes ahuyentando el negro, y el pelaje se hizo más largo, más espeso.
Para cuando se vio totalmente de color verde, el perro era del tamaño de un poni. Un verde como la hierba nueva y las hojas de primavera. Volvió hacia mí unos enormes ojos amarillo verdosos.
– Un Cu Sith -susurró Galen.
Simplemente asentí.
Un Cu Sith; el significado literal del nombre era "el sabueso de los sidhe". Mucho tiempo atrás cada sithen había tenido al menos uno como guardián. Uno había sido creado, o nacido de nuevo, durante la noche en que la magia había vuelto a Illinois. Ahora teníamos otro, aquí y ahora.
Bajó su gran cabeza y olió otra vez a uno de los guardias caídos. Le lamió con una lengua rosada y enorme. El hombre aspiró una bocanada de aire tan grande que lo oímos a través de la habitación. Su cuerpo se estremeció por la vuelta a la vida, o la marcha atrás de la muerte.
El enorme perro verde se movió de uno a otro, y todos aquellos que fueron tocados por él, volvieron a la vida. Fue hacía Onilwyn, inmóvil todavía, yaciendo de costado. El Cu Sith lo olió, luego dejó escapar un gruñido bajo y profundo como truenos retumbando a lo lejos. No lamió a Onilwyn para traerlo de nuevo a la vida. El Cu Sith le dejó estar. Era interesante que yo no fuera la única que no quisiera tocarlo.
El perro verde fue hacia los gemelos, dispersando a los semi-duendes hacia el techo con su gran cabeza. Pero el perro los olió, y se alejó también. No eran lo bastante sidhe para el Cu Sith.
Se oyó la voz profunda de Doyle, pero había en ella un eco divino. Miré a Doyle, su rostro parecía distante, como si él viese otra cosa que no fuera la habitación donde estábamos. Estaba atrapado por la visión, el Dios, o ambos.
Habló en un dialecto que no entendí, y uno de los perros negros avanzó. Fue hacia los gemelos, y olió su pelo. La piel negra se convirtió en un pelaje blanco que brillaba y resplandecía. Era más espeso y largo que el negro, y aún más largo y tupido que el manto verde del Cu Sith.
El perro era tan grande como un Cu Sith, tal vez incluso un poco más grande. El pelaje no era tan largo como el de los perros de trineo y estaba descuidado. Volvió hacia mí unos ojos del tamaño de un plato de postre, enormes en proporción a su cara de cachorro. Pero la mirada de sus ojos no era exactamente la mirada que podías ver en un perro. Aquella mirada estaba a medio camino entre la de un animal salvaje y la de una persona. Había demasiada sabiduría en aquellos ojos.
Rhys dijo suavemente…
– Es un Gally-trot [12].
– Un perro fantasma -dije. Se suponía que era un fantasma que encantaba caminos solitarios y asustaba a los viajeros.
– No exactamente -dijo él-. Recuerda, que alguna gente cree que todas las hadas son espíritus de los muertos.
El Gally-trot apoyó su enorme cabeza blanca sobre los gemelos, y los lamió con una lengua que era tan negra como la piel que había tenido al principio.
Holly se movió, sus ojos rojos parpadeando en la habitación. Ash dejó escapar un sonido que era casi de dolor mientras el Gally-trot lo lamía devolviéndole de regreso a la vida.
Esperé a que el Cu Sith o incluso el Gally-trot fueran hacia Frost pero ninguno de los dos lo hizo. El Cu Sith se movió entre mis guardias, recibiendo mimos y caricias. Sonreía a la manera en que lo hacen los perros, con la lengua afuera.
Los gemelos parecían inseguros sobre lo que hacer referente a la atención del perro blanco. Fue Holly quién lo alcanzó y lo tocó primero. El perro le golpeó con tanta fuerza que casi le hizo caer, haciéndole reír con un sonido masculino y alegre. Ash tocó al perro, también, quedándose los dos en contacto con la enorme bestia.
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