Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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– ¿Por qué habéis venido todos vosotros, Jonty?

– Ellos quieren que les toques como me tocaste a mí. Quieren que también a ellos les restituyas su poder.

– ¿Por qué no me lo preguntaste antes?

– ¿Lo habrías hecho?

– Tú nos salvaste, Jonty. Lo sé. Pero más que esto, mi trabajo, mi tarea como princesa debe ser devolver el poder a las hadas. A todas las hadas. Esto os incluye a ti y tus hombres.

Jonty miró al suelo, y habló tan suavemente como su profunda voz se lo permitía.

– Yo sabía que no nos rechazarías si nos presentábamos ante ti. Yo sabía que tu mano de sangre nos llamaría con intensidad si nos acercábamos a ti, pero no pensé que dirías simplemente sí a distancia.

Él alzó la vista y sus ojos rojos brillaban. Los Gorras Rojas no lloraban, nunca.

Una única lágrima se deslizó de su ojo. Una lágrima del color de la sangre fresca. Hice lo que yo sabía era costumbre entre los trasgos. Las lágrimas son preciosas, la sangre más preciosa aún. Toqué con mi dedo su cara y capturé aquella única lágrima antes de que pudiera mezclarse y perderse en la sangre que se deslizaba hacia abajo por su cara.

La lágrima tembló en mi dedo como una lágrima verdadera, pero era roja como la sangre. La levanté hasta mi boca, y bebí su lágrima.

CAPÍTULO 21

HAY MOMENTOS EN LOS QUE PARECE QUE EL MUNDO contiene el aliento. Cuando el mismo aire parece hacer una pausa, como si el tiempo en sí mismo hubiera tomado un profundo y último aliento antes de…

El sabor salubre y metálico tirando a dulzón se deslizó por mi lengua. El líquido pareció crecer, incluso cuando se deslizó por mi garganta igual que una bebida fría, clara como el agua, si ésta pudiera contener la sal de los océanos y el gusto de la sangre.

Vi la habitación fragmentada, como si las cosas no estuvieran sincronizadas. Una nube de semi-duendes volaba por la habitación, aunque sabía que ellos tenían prohibido estar. Los trasgos pensarían que eran un bocado sabroso. Pero los duendes alados inundaron la habitación como una nube de mariposas y polillas, libélulas u otros similares, e insectos que nunca habían aparecido en la naturaleza. Parecía haber muchos más de los que yo sabía que nos habían seguido en el exilio.

El aire parecía vivo con el revoloteo colorido de sus alas, había tantos que crearon una brisa que jugaba con mi pelo y rozaba mi cara.

Los perros llegaron después. Pequeños terriers que se agolpaban alrededor de los pies de los trasgos, como si a los perros no les preocupara, o los trasgos no los vieran. Después noté el paso garboso de los galgos, recorriendo un estrecho camino entre la habitación atestada. Caminaban entre los Gorras Rojas como si estuvieran atravesando un bosque en vez de moverse por entre la gente. Pasando desapercibidos, ya que los Gorras Rojas no reaccionaron ante los perros.

Los perros fueron hasta sus amos. Los terriers junto a Rhys. Algunos sabuesos fueron con los otros guardaespaldas. Mis dos perros se me acercaron. Minnie con su cara mitad roja y mitad blanca como si alguien hubiera dibujado una línea a lo largo de su cara. Mungo con su oreja roja y el resto blanco como el ala de un cisne.

Todos ellos habían estado esperándonos… a nosotros.

La voz de Frost llegó hasta mí.

– Merry, ¿qué es todo esto?

Pero fue la voz de Royal, que se cernía por encima de mí con sus alas de polilla, el que contestó…

– Es el momento de la creación, Asesino Frost.

Levanté la vista para mirar al hombre diminuto.

– No te entiendo.

Me sonrió, pero había una impaciencia en él que me hizo desconfiar. Siempre hubo algo sensual, incluso sexual, en Royal. Desde que había crecido hasta el tamaño de una muñeca Barbie grande, era inquietante por no decir algo más.

– Esperemos un poco más. -Esto vino de Penny, la gemela de Royal, quién se cernía a su lado.

No lo entendí hasta que noté a los perros negros convertidos en sombras parecidas a la Oscuridad hecha carne, cuyos ojos destellaban en rojo, verde, y todos los colores que había visto alguna vez en los ojos de Doyle cuando su magia estaba sobre él.

Doyle atravesó la puerta, apoyándose en el lomo de lo que parecía un poni negro, un poco más grande que los perros. Por el destello de aquellos ojos negros, supe que no era ningún poni. Éste plegó sus labios para mostrar unos dientes tan agudos como los de cualquier trasgo. Era un Kelpie [11], aunque no tenía ni idea de cómo podía estar aquí. Los kelpies habían sido cazados y destruidos en Europa antes de que nos asentáramos en este país.

Los Kelpies se escondían en el agua y cazaban a sus presas como los cocodrilos o pretendían ser ponis cuando estaban sobre tierra. Entonces cuando algún humano incauto los montaba, galopaban hasta llegar cerca del agua. Ahogaban a sus presas y se las comían una vez ahogados. La mayoría de sus víctimas eran niños. Ya sabéis que los niños aman a los ponis.

Frost y yo dijimos a la vez…

– Doyle.

Él nos dedicó una sonrisa. Su cara todavía estaba vendada, pero el brazo ya no estaba en cabestrillo. Se movía despacio, pero se movía, con su mano colocada sobre el lomo del poni carnívoro.

– Los perros no me dejaron descansar más tiempo -dijo Doyle.

Yo le ofrecí mi mano.

Pero Royal dijo…

– No, Princesa, no ha llegado el momento.

Alcé la vista hacia él.

– Me dijiste que era la última pieza.

– Él es la última pieza, pero no tienes que tocarle. Ya le has tocado bastante para que este momento llegara. Les has tocado a todos ellos lo suficiente para que nos llamaras a ti.

– No lo e…

– Entiendo -terminó él por mí.

– No.

– Ya lo harás -dijo, típico de Royal, porque él todo lo hacía parecer siniestro.

Mungo dio un golpe en mi mano. Acaricié su cabeza, y jugué con su oreja de seda. Minnie golpeó mi otra mano como si estuviera celosa de mi atención. Los acaricié a los dos, sintiendo su tibieza y solidez.

– No hay ningún perro para mí -dijo Frost.

Él se me había acercado.

– Lo que tiene que ser, será -canturreó Royal.

Entonces los semi-duendes se elevaron hacia lo más alto del techo, enviando una luz centelleante como el arco iris de una lámpara de araña. La luz rebotó y jugó con todos nosotros. Los trasgos, incluidos Ash y Holly, estaban todavía congelados en el tiempo como nosotros.

Jonty fue el primero en parpadear, y me contempló. Él, y todos a los que miré. Su mirada parecía sorprendida, como si el mundo soltara el aliento que había estado conteniendo.

CAPÍTULO 22

EL MUNDO ESTALLÓ, SI UNO PODÍA DECIR QUE LA LUZ, EL color, la música, y el perfume de las flores estallaban. No tenía ninguna otra palabra para describir lo que pasó. Fue como estar en el punto exacto durante el primer día en el que la vida se creó en el planeta, pero también era como estar en el prado más hermoso del mundo durante un encantador día de primavera mientras soplaba la más suave de las brisas. Fue un momento perfecto, y también un momento de increíble violencia, como si nos hubieran hecho trizas y vuelto a componer en tan sólo un parpadeo.

Mientras tanto, los perros estaban amontonados contra mí, a ambos lados. Me sujetaron, estabilizándome, impidiendo que cada pedazo de mi cuerpo se separara y volara en aquel momento. Me ayudaron a mantenerme firme, lo bastante cuerda para sobrevivir.

Me agarré a su piel, acariciándolos con la mano. Y pensé… que Frost no tenía a ningún perro para mantenerle aquí.

Pensé en gritar, pero entonces todo terminó. Sólo la sensación de desorientación y el recuerdo del dolor y el poder, desvaneciéndose en un baile de luz y magia, me hizo saber que esto no había sido alguna clase de sueño.

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