– Pregúntale tú mismo.
La voz de Kitto llegó desde la puerta.
– ¿Puedo entrar?
– Sí -contesté.
Entró, la puerta cerrándose detrás de él. Debía de haber estado sentado en el vestíbulo todo el rato.
– ¿Quieres abrazarme mientras duermes? -me preguntó.
Miré su rostro serio, tan serio. Siempre estaba serio, nuestro Kitto.
– Sí -dije.
Él sonrió entonces, y fue una buena sonrisa. Una sonrisa que sólo habíamos descubierto que tenía recientemente. Avanzó lentamente bajo la sábana y deslizó su cuerpo contra mi espalda. Presionó su desnudez contra mi cuerpo, y fue simplemente consolador. Yo habría rechazado casi a cualquier otro hombre en la puerta en ese momento.
Kitto sabía que no sería rey, por lo que el sexo no era una presión para él. Pero más que eso, valoraba abrazarme suavemente más que el tener sexo. Después de todo, él había tenido sexo antes, pero yo no estaba segura de si lo habían amado realmente alguna vez. Yo lo amaba realmente. Los amaba a todos, pero Rhys tenía razón, no los amaba a todos de la misma forma.
La constitución de nuestro país dice que todos los hombres son creados iguales, pero es una mentira. Nunca seré capaz de hacer un tiro como Magic Johnson, o conducir un coche como Mario Andretti, o pintar como Picasso. No somos creados iguales en talento. Pero el lugar donde somos aún menos iguales es en el corazón. Puedes trabajar un talento, tomar lecciones, pero amar…, el amor funciona o no. Amas a alguien o no. No puedes cambiarlo. No puedes deshacerlo.
Me quedé allí, a la deriva en el borde tibio del sueño con el maravilloso recuerdo del buen sexo cubriendo mi cuerpo. La calidez del cuerpo de Kitto, firmemente pegado al mío me sostuvo cuando me dejé ir lejos a la deriva. Me sentí segura, amada, y resguardada. Deseé que Rhys se sintiera tan bien sobre esta tarde como yo, pero sabía que era un deseo que no se realizaría.
Yo era una princesa de las hadas, pero las hadas madrinas de los cuentos no existían. Había sólo madres y abuelas, y no había ninguna varita mágica para agitar sobre el corazón de una persona y hacer que todo se volviera mejor. Los cuentos de hadas mentían. Rhys lo sabía. Yo lo sabía. El hombre que respiraba sobre mi espalda mientras comenzaba a dormirse profundamente también lo sabía.
Malditos hermanos Grimm.
MIENTRAS MAEVE REED ESTABA EN EUROPA INTENTANDO mantenerse fuera del alcance de Taranis, nos había concedido el uso pleno de su casa. Nos dijo que era un pequeño precio a pagar por haberle salvado la vida y por ayudarla a quedarse embarazada antes de que su marido humano muriese de cáncer. De modo que, por una vez, las buenas acciones habían sido recompensadas. Teníamos una mansión en Holmby Hills, con casa independiente para los invitados, piscina cubierta, y una casita más pequeña cerca de la puerta para el jardinero-conserje.
Yo todavía dormía en el dormitorio principal de la casa de huéspedes, pero ahora éramos bastantes para llenar los dormitorios de ambas casas. Los hombres tuvieron que compartir algunos dormitorios.
Kitto había conseguido un cuarto para él solo porque la habitación era demasiado pequeña para compartirla con alguien de mayor tamaño que Rhys o yo misma. Lo cual significaba nadie.
Habíamos planeado usar el comedor de la casa principal para el encuentro inicial con los trasgos. Éste era un cuarto enorme que había comenzado su vida como sala de baile. Así que era luminoso, bien ventilado y lleno de mármol. Parecía digno de un cuento de hadas humano. La corte luminosa lo habría aprobado, pero ya que Maeve había sido desterrada de allí, tal vez el comedor-sala de baile sólo era para ella una estancia más de la casa.
La mayor parte de mis guardaespaldas parecían encontrarse como en casa bajo el resplandor de las rutilantes arañas de cristal que brillaban encima de nosotros. Los guardias que Ash y Holly habían traído no parecían encontrarse en casa en absoluto.
Los Gorras Rojas se erguían sobre todos los demás en el cuarto. Dos metros quince de trasgo eran mucho trasgo. Pero eso era ser bajo para un Gorra Roja. La mayoría estaban cerca de los tres metros y medio. La altura media era de dos metros y medio a tres. Sus pieles eran de matices que iban del amarillo, al gris, y al verde enfermizo. Yo sabía que los trasgos traían Gorras Rojas como guardias. Kurag, el Rey Trasgo, era del parecer que si nos enviaba a Ash y Holly sin guardias y algo les pasara, sería visto como un complot entre él y yo para librarnos de los hermanos. Dado que la única forma posible de que fuera derrocado como rey y ellos ascendieran al trono sería si él muriera a manos de los hermanos, sus muertes serían muy convenientes para él.
¿Entonces, por qué me los ofrecía para hacerlos aún más poderosos? Porque Kurag sabía cómo se terminaría su monarquía, cómo terminaban todos los reyes trasgo. Quería asegurarse de que su gente era fuerte incluso después de muerto. No se ofendía con los hermanos por su ambición. Él sólo quería mantener su poder un poco más.
Si los gemelos murieran a nuestras manos, incluso aunque fuera por accidente, sin haber trasgos a su alrededor, podría ser malinterpretado. Si los trasgos pensaran que Kurag había hecho matar a los hermanos, su vida estaría acabada. Todos los desafíos entre los trasgos eran desafíos personales. Había trasgos que eran asesinos como una actividad complementaria, pero nunca aceptaban "encargos" donde la víctima era otro trasgo. Matarían a un sidhe, o a la pequeña gente o duendes menores, pero nunca a otro trasgo.
La única excepción era si el trasgo fuera uno de los "mantenidos” como había sido el caso de Kitto. Si tú tuvieras un problema con uno de ellos, sus "amos" combatirían contigo. Porque entre ellos ser lo que Kitto era, equivalía a admitir no ser lo suficiente guerrero como para pertenecer a la gran cultura trasgo.
Me senté en una silla grande que había sido dispuesta como una especie de trono temporal. La mesa grande había sido movida hacia atrás contra la pared, junto con la mayor parte de las sillas. Frost estaba a mi espalda. Doyle estaba todavía encerrado en su dormitorio con los perros negros. Taranis casi había matado a mi Oscuridad. Si hubiéramos estado dentro del sithen apropiado, ya podría estar curado. Ninguna de nuestras magias era lo suficientemente fuerte aquí. Éste era uno de los motivos por los que la mayoría temía el exilio, porque nunca eras tan poderoso fuera del mundo feérico.
– Les hemos traído dentro, así los periodistas humanos no podrán difundirlo en la prensa -dijo Frost con una voz tan fría como su nombre-. Pero opino que la prensa no es motivo suficiente para haberles permitido atravesar nuestras defensas con tal ejército a sus espaldas.
Yo realmente no podía discutir con él, pero estaba extrañamente despreocupada. De hecho, me sentía mejor de lo que me había sentido en horas.
– Ya está hecho, Frost -le dije.
– ¿Por qué no estás más preocupada por todo esto? -preguntó él.
– No lo sé -le contesté.
– Si no fueran trasgos, diría que te han hechizado -dijo Rhys.
Ash y Holly estaban impresionados por todo el espectáculo, lo cual los situaba aparte de los otros trasgos y los hacía bastante más sidhe.
– Saludos, Ash y Holly, guerreros trasgos. Saludos también a los Gorras Rojas de la corte trasgo. ¿Quién manda aquí?
– Nosotros -dijo Ash, mientras él y su hermano caminaban hasta situarse ante mi silla. Llevaban puesta la ropa de corte que habían llevado anteriormente, Ash en verde para hacer juego con sus ojos, Holly en rojo para hacer juego con los suyos. La ropa era de satén, y a la moda si estuviéramos entre el 1500 y el 1600.
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