Los semi-duendes comenzaban a dejar a los Gorras Rojas. Las caras reveladas eran más suaves, como si la arcilla de sus cuerpos hubiera sido rehecha y convertida en algo más sidhe, más humano. Las palabras de Jonty volvieron a mí…
– Nos haces renacer.
Yo no había querido hacerlo.
Pero había muchas cosas que yo no había pensado hacer.
Bajé la vista para mirar hacia Frost y vi un destello azul en su cuello. Alguien le había quitado la corbata. Desabroché los botones a toda prisa para poder mirar, y encontré azul encendido en su piel.
Rhys y Galen lo pusieron de espaldas, y me ayudaron a abrirle la camisa. Había un tatuaje en su pecho que brillaba de color azul. Era una cabeza de ciervo con una corona en su cornamenta. Era una señal de realeza, pero también era la señal del rey destinado al sacrificio. Él había convocado con su poder al ciervo blanco esa noche oscura de invierno. Y el destino del ciervo blanco es ser cazado para conducir al héroe a su destino.
Contemplé la cara de Rhys porque él parecía estar tan horrorizado como yo.
– ¿Qué significa esto? -Preguntó Galen.
– Antiguamente toda nueva creación iba precedida de un sacrificio -entonó la voz de Doyle, pero ésa no era su voz.
– No -dije-. No, yo no estuve de acuerdo con esto.
– Él lo hizo -dijo la voz. La mirada en los ojos de Doyle no era la suya tampoco.
– ¿Por qué? ¿Por qué él?
– Él es el ciervo.
– ¡ No ! -Me levanté, tropezando con el dobladillo de mi vestido. Fui hacia los perros negros y hacia ese extraño en el cuerpo de Doyle.
– ¡¡¡Merry!!! -gritó Rhys.
– ¡ No ! -Grité otra vez.
Uno de los perros negros me gruñó. Mi poder me inundó, reventando a través de mi piel. Brillé como si me hubiese tragado la luna. Sombras de luz carmesí cayeron alrededor de mi cara desde mi pelo, pude ver la luz verde y dorada, y supe que mis ojos brillaban.
– ¿Me desafiarías? -dijo la boca de Doyle, pero no era a Doyle a quien yo desafiaría si contestara que sí.
– Merry, no lo hagas -dijo Rhys.
– Merry -dijo Galen-. Por favor, Frost no querría esto.
Mis sabuesos golpearon mi mano, y mi muslo. Bajé la mirada hacia ellos, y vi que brillaban. La mitad roja de la cara de Minnie brillaba como mi pelo, y su piel reflejaba una luz blanca alrededor de mi mano mientras la acariciaba. Nuestros brillos se mezclaron. Mungo, con su oreja roja y pelaje blanco, parecía como si estuviera esculpido en joyas.
El anillo de la reina palpitó en mi mano. Como tantas cosas, el anillo tenía más poder dentro del sithen, y ahí era donde estábamos en pie ahora.
Vi cachorros fantasmas bailar alrededor de mis sabuesos. Yo ya sabía en aquel momento que Minnie estaba preñada. ¿Tal vez serían los primeros sabuesos mágicos en nacer en quinientos años, o tal vez más?
Minnie se empujó contra mi cadera y me hizo mirar hacia abajo. Dos pequeños fantasmas nacidos de mí, moviéndose a mi alrededor. Pero yo sabía que eran reales. No me extrañaba que hoy hubiese estado tan cansada. Gemelos, como mi madre y su hermana. Gemelos. Y débil, como un pensamiento que no era completamente real, había un tercero. No era verdadero aún, era sólo una promesa, una posibilidad; Esto significaba que los gemelos no serían los únicos. Habría al menos un tercer niño para mí con alguien.
Comprendí, tan pronto como lo pensé, que el anillo tenía otros poderes. Quería saber quién sería el padre, y yo lo podría saber aquí, con el anillo, dentro del sithen. Me di la vuelta y miré a Doyle, y encontré la respuesta que más deseaba. El anillo palpitó, y el olor de rosas llenó el aire.
Me giré hacia Frost. Un niño se sentaba a su lado, tranquilo, y demasiado solemne. No, Diosa, no, no así. Incluso la maravilla de un niño, de gemelos, no podía hacer de la pérdida de Frost un trato justo. Yo no conocía a estos niños fantasma aún. Yo no los había sostenido. Yo no conocía sus sonrisas. Yo no conocía lo suave que era su pelo, o lo dulce que olía su piel. Ellos no eran reales todavía. Frost era real. Frost era mío, y habíamos concebido un niño.
– Diosa, por favor -susurré.
De reojo, vi a Rhys moverse y al niño que llegaba hasta él, pasándole por encima una mano fantasma. Rhys lo percibió, tratando de ver lo que lo había tocado. No era correcto. Tenía a dos niños dentro de mí, no tres.
Pero no por mucho tiempo, a menos que… fui hacia Frost. Galen me cogió en sus brazos, y el anillo palpitó con bastante fuerza como para hacer que me tambaleara. Cuatro padres para dos bebés. Esto no tenía ningún sentido. Yo no había tenido relaciones sexuales completas con Galen desde hacía más de un mes, porque estuvimos de acuerdo en que él sería un mal rey. Él y Kitto habían sido los únicos que me habían dejado complacer mi inclinación por el sexo oral para contentar mi corazón. Pero una no podía quedarse embarazada así.
El olor a rosas se hizo más fuerte. Y por lo general eso significaba un sí. No es posible, pensé.
– Soy la Diosa, y tú te estás olvidando de tu historia .
– ¿Qué historia estás olvidando? -preguntó Galen.
Alcé la vista hacia él.
– ¿Tú lo oíste?
Él asintió.
– La historia de Ceridwen.
Él me miró ceñudo.
– No lo entiendo… -Entonces la comprensión se reflejó en su rostro. Mi Galen, con sus pensamientos tan fáciles de leer en su hermosa cara-. Quieres decir…
Asentí.
Él frunció el ceño.
– Pensaba que Ceridwen se quedó embarazada por comer un grano de trigo y Etain nació porque alguien se la tragó cuando era una mariposa, según la mitología. Una mujer no puede quedarse embarazada por tragar algo.
– Tú oíste lo que ella dijo.
Él tocó mi estómago a través de la seda del vestido. Una sonrisa se extendió a través de su cara. Resplandeció de la alegría, pero yo no podía unirme a él.
– Frost es padre, también -dije.
La alegría de Galen se atenuó como una vela puesta detrás de un cristal oscuro.
– Oh, Merry lo siento.
Sacudí la cabeza, y me aparté de él. Fui a arrodillarme al lado de Frost. Rhys estaba a su otro lado.
– ¿Te oí correctamente? ¿Frost habría sido tu rey?
– Uno de ellos -dije. No tenía ganas de explicarle a Rhys que de alguna forma, también le había tocado el gordo. Era demasiado confuso. Demasiado abrumador.
Rhys puso sus dedos contra el lado del cuello de Frost. Apretó contra su piel. Inclinó la cabeza, su pelo cayendo como una cortina para esconder su rostro. Una lágrima brillante cayó sobre el pecho de Frost.
El azul del tatuaje de ciervo parpadeó más brillante, como si la lágrima hubiera hecho que la magia llameara más intensamente. Toqué la señal, y esto la hizo brillar más aún. Puse mi mano en su pecho. Su piel estaba todavía caliente. La señal del ciervo llameó de color azul alrededor de mi mano.
Recé.
– Por favor, Diosa, no me lo arrebates, no ahora. Déjale conocer a su hijo, por favor. Si he tenido alguna vez tu gracia, devuélvemelo.
Las llamas azules llamearon brillantes, cada vez más brillantes. No quemaban, pero se sentían como si fueran eléctricas, punzantes… justo al filo del dolor. El resplandor era tan brillante que yo ya no podía ver su cuerpo. Podía sentir los lisos músculos de su pecho, pero no podía ver nada excepto el azul de las llamas.
Noté la piel bajo mi mano. ¿Piel? Ya no estaba tocando a Frost. Había algo más dentro de aquel brillo azul. Algo con pelo y que no tenía forma de hombre.
La forma se puso en pie, y se hizo tan alta que yo no podía tocarla. Doyle estaba detrás de mí, cogiéndome en sus brazos, recogiéndome del suelo. El fuego azul se extinguió, y un enorme ciervo blanco se erguía frente a nosotros. Mirándome con ojos grises y plata.
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