Amatheon levantó mi cara hacia él acunando mi barbilla suavemente en su mano. Y me besó. El beso fue gentil y yo se lo devolví, muy suavemente también. Entonces sus manos en mi espalda me presionaron para acercarme más a él. Su boca se hizo insistente sobre la mía, pidiéndome con la lengua y los labios que me abriera a él.
Empujé contra su pecho para así poder verle la cara.
– Amatheon, por favor, acabo de perder a Frost. Yo…
Él presionó su boca contra la mía con bastante más fuerza, dejándome como única opción el abrir mi boca para él o cortarme los labios contra sus dientes. Empujé contra él, más fuerte.
Los perros emitieron un suave gruñido todos a la vez.
Sentí algo alrededor de su boca que no debería haber estado allí, casi como un bigote y una barba. La luz del sol deslumbró mis ojos, y la sensación desapareció.
Él me presionó contra el suelo. Le empujé una vez más, y grité:
– ¡Amatheon, no!
Mungo se precipitó hacia él y le mordió en el brazo. Amatheon le maldijo, pero no era la voz correcta.
Clavé los ojos en ése alguien que estaba encima de mí. La pena había desaparecido barrida por el miedo. Quienquiera que fuera, no era Amatheon.
Él se inclinó para forzarme con un beso una vez más. Levanté mis manos y traté de apartar su cara de la mía. En ese momento el anillo de la reina tocó su piel desnuda, y la ilusión desapareció. La luz solar pareció atenuarse durante un instante, y entonces al mirar hacia arriba vi el rostro de Taranis, Rey de la Luz y la Ilusión.
No malgasté el tiempo con la sorpresa. Acepté lo que mis ojos me dijeron e interpretaron. Y dije…
– Puerta, tráeme a Doyle.
Una puerta apareció a nuestro lado. Taranis pareció conmocionado.
– Tú me deseas. Todas las mujeres me desean.
– No, yo no.
La puerta comenzó a abrirse. Él levantó una mano y la luz del sol golpeó la puerta como una barra de acero. Oí la voz de Doyle, y la de los demás, gritando mi nombre.
Los perros se abalanzaron contra él, que se puso de rodillas derramando luz dorada de sus manos. Esto me puso el vello de punta y me hizo gritar otra vez.
Mis ojos quedaron deslumbrados por la luz. Luego pude vislumbrar la ruina chamuscada de mis perros yaciendo abrasados. Mungo se tambaleaba sobre sus patas, intentando levantarse otra vez.
Taranis estaba de pie, con mi muñeca atrapada en su mano. Luché por permanecer sobre el suelo, para no ir con él. Doyle y los demás estaban sólo al otro lado de la puerta. Ellos vendrían. Ellos me salvarían.
El puño de Taranis salió de entre la luz, y mi mundo se volvió todo oscuridad.
DESPERTÉ LENTA Y DOLOROSAMENTE. EL LADO DE MI CARA dolía, y notaba la cabeza como si alguien tratase de salir de mi cráneo a golpes. La luz era demasiado brillante. Tuve que cerrar los ojos y protegerlos con la mano. Atraje la sábana de seda sobre mis pechos… ¿Seda?
La cama se movió, y supe que alguien estaba conmigo.
– He atenuado las luces para ti, Meredith.
Aquella voz, oh Diosa. Parpadeé abriendo los ojos y lamenté no poder creer que era un sueño. Taranis estaba apoyado sobre un codo a mi lado. La sábana blanca de seda apenas cubría su cintura. El vello que ascendía por su pecho era de un rojo más sólido que el color de puesta de sol de su pelo. Una línea de vello se arrastraba más abajo, y realmente no quería que él me demostrara si era un pelirrojo natural.
Sostuve las sábanas contra mis pechos como una virgen asustada durante su noche de bodas. Pensé en una docena de cosas que decir, pero finalmente dije…
– Tío Taranis, ¿dónde estamos? -Así, le recordaba que yo era su sobrina. No iba a ceder al pánico. Él ya había demostrado que estaba loco en la oficina del abogado. Lo había vuelto a demostrar otra vez golpeándome, dejándome inconsciente y trayéndome aquí. Iba a estar tranquila, mientras pudiese.
– Vamos, Meredith, no me llames “Tío”. Me hace sentirme viejo.
Miré a aquella hermosa cara, tratando de encontrar un poco de cordura con la que poder razonar. Él bajó la mirada y me sonrió, pareciendo encantador y un poco hermosamente mundano, pero no había indicio alguno de que lo que sucedía estuviese mal o fuese extraño. Él actuaba como si nada estuviese mal. Y eso era más espantoso que casi cualquier otra cosa que pudiese haber hecho.
– Bien, Taranis… ¿Dónde estamos?
– En mi dormitorio -Él hizo un gesto, y seguí la línea de su mano.
Era una habitación, pero estaba ribeteada con vides florecientes, y árboles frutales entrelazados con la pared y repletos de fruta. Las joyas centelleaban y brillaban entre la verde vida vegetal. Era casi demasiado perfecto para ser verdadero. En el momento en el que lo pensé, supe que tenía razón. Era una ilusión. No traté de romperla. No importaba que él usase la magia para hacer que su habitación pareciese encantadora. Podía guardarse sus bromas de decoración. Aunque parte de mí se preguntase… ¿cómo había estado tan pronto tan segura de que no era verdadero?
– ¿Por qué estoy en tu dormitorio?
Él frunció el ceño entonces, sólo un poco.
– Quiero que seas mi reina.
Me lamí los labios, pero se quedaron secos. ¿Debería intentar razonar?
– Soy la heredera del trono oscuro. No puedo ser a la vez tu reina y la reina de la corte oscura.
– Tú nunca tendrás que volver a ese lugar horrible. Puedes quedarte aquí con nosotros. Siempre estuviste destinada a ser luminosa. -Él se inclinó, como si fuera a besarme otra vez.
No pude evitarlo. Me aparté de él.
Él se detuvo, frunciendo el ceño otra vez. Pareció que pensaba y que eso le dolía. No era un hombre estúpido. Creo que esto era sólo otro síntoma de su locura. Él sabía en alguna parte de su cabeza que estaba equivocado, pero su locura no le dejaría verlo.
– ¿No me encuentras hermoso?
Dije la verdad.
– Tú siempre has sido hermoso, tío.
– Te lo dije, Meredith, nada de tío.
– Como quieras. Te encuentro hermoso, Taranis.
– Pero reaccionas como si fuese feo.
– Sólo porque un hombre sea hermoso no significa que quiera besarlo.
– En el espejo, si tus guardias no hubieran estado contigo, habrías venido a mí.
– Lo recuerdo.
– Entonces… ¿por qué te apartas de mí ahora?
– No lo sé -y era la verdad. Aquí, en carne y hueso, estaba el hombre que me había abrumado en numerosas ocasiones a distancia con su compulsión mágica. Ahora yo estaba aquí sola, y él solamente me asustaba.
– Te ofrezco todo lo que tu madre siempre quiso de mí. Te haré reina de la corte luminosa. Estarás en mi cama y en mi corazón.
– No soy mi madre. Sus sueños no son los míos.
– Tendremos un hermoso niño -otra vez trató de besarme.
Me senté y el mundo palpitó en ondas de color. La náusea me hizo tener arcadas y el dolor de cabeza se hizo peor. Me incliné al lado de la cama y devolví. El esfuerzo de vomitar hizo que mi cabeza me doliera como si fuera a explotar. Grité de dolor.
Taranis se acercó al lado de la cama. Por el rabillo del ojo, vi cómo vacilaba. Pude ver el asco en su hermosa cara. Era demasiado sucio para él, demasiado verdadero. No habría ninguna ayuda por su parte.
Yo tenía todos los síntomas de una conmoción cerebral. Tenía que ir a un hospital o a un sanador verdadero. Necesitaba ayuda. Estaba en el borde de la cama, mi mejilla ilesa descansaba sobre la sábana de seda. Me apoyé ahí a la espera de que mi cabeza dejase de palpitar al ritmo de mi pulso, rezando para que la náusea pasase. Quedarme inmóvil me aliviaba, pero estaba herida, era mortal y yo no estaba segura de que Taranis lo entendiese.
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