Él no me tocó. Alcanzó la cuerda de una campana y llamó a los criados. Por mí, genial. Ellos podían estar cuerdos.
Oí voces. Él dijo…
– Traed a un sanador.
La voz de una mujer…
– ¿Qué le pasa a la princesa?
Se oyó el sonido de una mano golpeando la carne. Él le rugió…
– ¡Haz lo que se te ha dicho, puta!
No hubo más preguntas, pero dudé que cualquiera de los criados preguntara otra vez lo que había pasado. Ellos lo sabían demasiado bien.
Creo que me desmayé otra vez, porque de lo siguiente que me di cuenta fue de una mano fría en mi cara. Miré con cuidado moviendo sólo mis ojos por la cara de la mujer. Debería haber conocido su nombre, pero no podía pensar en ello. Tenía el pelo dorado y ojos que eran anillos de azul y gris. Había un aire suave en ella, como si simplemente por estar cerca de ella me sintiera un poco mejor.
– ¿Sabes cómo te llamas?
Tuve que tragar primero la amargura de la bilis, pero finalmente susurré…
– Soy la princesa Meredith NicEssus, portadora de las manos de la carne y de la sangre.
Ella sonrió.
– Sí, así es.
La voz de Taranis llegó hasta ella.
– ¡Cúrala!
– Debo averiguar primero la gravedad de sus heridas.
– Un guardia oscuro se volvió loco. Prefirió tratar de matarla en vez de verla venirse conmigo. Ellos prefieren matarla a perderla.
La sanadora y yo cambiamos una mirada. La mirada fue suficiente. Ella puso un dedo en sus labios. Lo entendí, o esperaba haberlo hecho. No discutiríamos con el loco, no si queríamos vivir. Y quería vivir. Portaba a nuestros niños. Yo no moriría ahora.
Frost ya no estaba, pero había un pedazo de él dentro de mí, vivo y creciendo. Yo lo mantendría de esa manera. Que la Diosa me ayudase, por favor, que me ayudase a escaparme a un lugar seguro.
Una voz masculina que no era la de Taranis habló tras ella.
– ¿Hueles a flores?
– Sí -dijo la sanadora, y me echó otra mirada que era a la vez cómplice y un intento de confortarme. Ella hizo señas a la voz masculina y él entró en mi campo de visión. Era alto, rubio y hermoso, el epítome de los sidhe luminosos. Salvo que él no parecía arrogante; parecía nervioso, tal vez hasta un poco asustado. Bueno. Necesitaba que no fuera estúpido.
Susurré…
– La Diosa me ayuda.
El olor de rosas era más fuerte. Una brisa rozó mi piel desnuda, hizo que las sábanas se moviesen en mis piernas con su toque.
El guardia miró hacia desde donde venía la brisa. La sanadora me miró. Me sonrió, aunque sus ojos parecían demasiado graves para ofrecer consuelo. Ella tenía una mirada que nunca querrías ver en la cara de un doctor.
– ¿Estoy malherida? -hablé suavemente y con cuidado.
– Existe la posibilidad de una hemorragia cerebral.
– Ya -dije.
– Tus ojos están iguales. Eso es un buen signo.
Quería decir que si una de mis pupilas no reaccionaba, podría morir. De forma que eran buenas noticias.
Ella comenzó a mezclar hierbas de su bolsa de cuero. Yo no reconocía todos los ingredientes, pero sí sabía bastante de la medicina herbaria como para advertirla…
– Llevo gemelos.
Ella se inclinó hacia mí y preguntó…
– ¿De cuanto tiempo?
– Un mes, poco más.
– Hay muchas cosas que no puedo darte entonces.
– ¿No puedes curar con las manos?
– Ningún sanador en esta corte retiene ese poder ¿Es cierto que algunos en tu corte lo hacen? -Ella susurró lo último en mi oído, tan cerca que su aliento movió mi pelo.
– Es cierto.
– Ah -dijo, y se inclinó hacia atrás. Había ahora una sonrisa en su cara, y un nuevo sentimiento de alegría que antes no había estado ahí. El olor de rosas era más fuerte. Casi esperé que el fuerte perfume empeorara mis náuseas, pero en cambio las alivió.
– Gracias, Madre -susurré.
– ¿Te sentirías mejor si tu madre estuviese contigo? -preguntó la sanadora.
– No, absolutamente no.
Ella asintió.
– Haré todo lo posible para que tus deseos sean realizados.
Lo que con toda probabilidad se traducía en que mi madre estaba siendo insistente. Ella nunca me había encontrado demasiada utilidad, pero si yo iba repentinamente a ser la reina de la corte que ella más había codiciado, entonces me amaría. Me amaría con la misma intensidad con la cual me había odiado durante años. Mi madre no era otra cosa que voluble. Uno de mis nombres en la corte luminosa era Amargura de Besaba. Porque mi concepción a partir de una noche de sexo la había condenado a estar en la corte oscura durante años. Éste había sido el matrimonio que cimentó el tratado entre las cortes. Nadie había soñado que si en ninguna corte había nacimientos, un matrimonio “mixto” pudiera ser fértil.
Nada como el hecho de mi nacimiento hizo aflorar el odio y el miedo de los luminosos por los oscuros. No hubo oferta en la corte luminosa para más uniones. Ellos preferirían morir antes de que uno de su gente se mezclase con nuestra sangre sucia.
Examinando la cara de la sanadora, yo no estaba segura de que todos los luminosos estuviesen de acuerdo con esa decisión. O tal vez era el olor de las rosas haciéndose más fuerte. Con todas las flores y las vides que había en la habitación de Taranis, y no había olido nada. Había parecido bonito, pero no… verdadero. Supe en un instante de claridad que así era en su mayor parte la corte luminosa: una ilusión.
Ilusión que podías ver y tocar, pero que no era cierta.
La sanadora se puso en pie y susurró al guardia. Él se situó a mi lado. Dos criados vinieron y comenzaron a limpiar el lío que yo había organizado. Puedes confiar en que la corte luminosa estará más preocupada por las apariencias que por la verdad. Ellos limpiarían el lío incluso antes de que yo estuviese curada, o antes de que ellos estuvieran seguros de si yo podría curarme .
Una de las criadas tenía un corte fresco en su mejilla y los principios de un moratón. Sus ojos eran marrones, y su cara, aunque bonita, parecía demasiado humana ¿Era ella, como yo, en parte de ascendencia humana, o era uno de los mortales atraídos al mundo feérico hacía siglos? Ellos consiguieron la inmortalidad, pero si alguna vez dejaran el sithen, todos sus largos años les alcanzarían al instante. Estaban más atrapados que cualquiera de nosotros ya que dejar el sithen significaría la verdadera muerte para ellos.
Ella me dirigió una mirada asustada mientras limpiaba. Cuando no aparté la mirada, ella sostuvo la mía. Hubo un momento de pánico en su rostro. Miedo por ella misma, y tal vez miedo por mí. Miedo de Taranis. Alguien había dicho que el Cu Sith le había impedido golpear a un criado ¿Dónde estaba el Cu Sith ahora?
Algo arañó en la puerta, no tuve que mirar hacia ella para saber que algo grande deseaba entrar.
La voz de Taranis…
– Echad a esa bestia de mi puerta.
– Rey Taranis -dijo la sanadora-, la princesa Meredith está más allá de mis capacidades de curación.
– ¡Cúrala!
– Muchas de las hierbas que podría usar dañarían a los niños que ella lleva.
– ¿Has dicho niños? -preguntó él, y parecía normal, casi cuerdo.
– Lleva gemelos. -Ella había aceptado simplemente mi palabra. Lo aprecié.
– Mis gemelos -dijo él y su voz volvió a sonar en ese tono arrogante. Él volvió a la cama, se sentó y me hizo saltar. El dolor de cabeza y las náuseas rugieron de nuevo a la vida. Lancé un grito cuando me atrajo a sus brazos. El movimiento era una agonía.
Grité, y el sonido también me hizo daño.
Taranis pareció congelarse ante mi grito, apartando la vista de mí, pareciendo casi infantil en su carencia de comprensión.
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