– ¿Él dejó entrar a la prensa en el sithen luminoso? -pregunté.
– ¿Cómo podría él permitir que los oscuros fueran más progresistas que nosotros? Andais había convocado una conferencia para reclamar tu vuelta. Él parecería culpable si hiciera menos.
Pensé que ahora entendía por qué la Deidad me había curado sólo en parte, lo bastante como para funcionar, pero no lo bastante como para estar bien. Yo tenía que parecer herida ante la prensa.
– ¿Cree él francamente en lo que dijo antes, que me rescató?
– Eso me temo.
Lady Elasaid sujetó un alfiler de oro en el cuello de la túnica.
– Te arreglaría el pelo si hubiera tiempo.
– Queremos que parezca despeinada y herida -dijo Hugh.
Me las arreglé para sonreír a Lady Elasaid.
– Gracias por la túnica. Estaré bien. Sólo llévame ante la prensa. ¿Asumo que será en directo?
Lady Elasaid frunció el ceño.
– No lo entiendo.
– Sí -dijo Hugh-. Será retransmitida en directo.
– No nos demoremos demasiado aquí -dijo el guardia rubio.
– Sólo el rey puede vernos aquí, y él ya no se preocupa lo bastante como para usar sus espejos para tales cosas. Estamos más seguros aquí que en el siguiente pasillo -dijo Hugh.
– Nadie se atrevería a espiar al rey -dijo una mujer.
Entonces nos encontramos en el lugar que era el centro del poder Taranis, a salvo. A salvo para conspirar a sus espaldas. A salvo de ojos curiosos, porque ellos temían que él los viera, pero su locura lo había cegado.
Me pregunté quién había sido el primero lo bastante valiente como para entender que el propio sanctasanctórum del rey era el lugar ideal para planear la traición. Quienquiera que fuera sería alguien de quien tener cuidado. Si planeas una vez el derrocamiento de un regente, la próxima vez la idea puede parecerte más fácil. O eso parece.
– Quisimos ver lo razonable que eras antes de que te explicáramos nuestro plan -dijo Lady Elasaid.
Hugh dijo…
– Las lesiones cerebrales pueden hacer que una persona no sea fiable, y éste es un juego demasiado peligroso como para mostrarte nuestros secretos si tú los dejas escapar.
– ¿Puedo hablar libremente aquí? -Pregunté.
– Sí -dijo él.
– Llévame ante las cámaras y jugaré a la doncella en apuros para ti.
Hugh y algunos otros sonrieron.
– Realmente lo entiendes.
– He estado ante la prensa toda mi vida. Entiendo su poder.
– Le hicimos jurar a él el juramento más solemne de que no se revelaría ante ti hasta que estuviéramos seguros de que no estropearías el plan si lo supieras cerca.
Miré con ceño a Hugh pero me dolió, y entonces me detuve. Le dije…
– No lo entiendo.
Hubo un movimiento cerca de la lejana puerta, escondida por la muchedumbre de gente y perros. La muchedumbre se movió a uno y otro lado, revelando a un enorme perro negro. No tan enorme como algunos sabuesos irlandeses, pero… el perro negro trotó hacia mí, sus uñas sonando sobre el mármol.
Casi susurré su nombre, pero me paré a tiempo. Tendí una mano hacia él. Él puso su gran cabeza cubierta de pelo en mi mano, entonces hubo un instante de niebla caliente y magia hormigueante. Doyle estaba de pie ante mí, desnudo y perfecto. Llevaba puesto el único metal que parecía haber sobrevivido a la transformación, los pendientes de plata que asomaron de la longitud de su pelo largo hasta el tobillo. Incluso el lazo para su pelo había desaparecido.
Estaba desarmado y solo dentro del sithen luminoso. El peligro al que se había expuesto él mismo hizo que mi estómago se encogiera fuertemente. En aquel momento temí por él más que por mí.
Él me tomó en sus brazos, y me agarré a él. Me agarré a la sensación de su piel, a su fuerza. Moví la cabeza demasiado rápidamente, y una oleada de náusea enturbió mi visión. Él pareció notarlo porque me movió para acomodarme en sus brazos. Se arrodilló en el pasillo blanco y dorado, su oscuridad se repitió en los espejos mientras me sostenía.
Había un brillo en sus mejillas, y vi a la Oscuridad llorar por segunda vez en su vida.
ME ARRODILLÉ SOBRE EL MÁRMOL RODEADA POR LOS BRAZOS de Doyle, mi cabeza descansando en su pecho. Sólo su roce pareció aliviar un poco mi dolor.
– ¿Cómo…? -Pregunté.
Él pareció entender exactamente lo que yo quería saber, como hacía muy a menudo.
– No es la primera vez que he venido con este aspecto. Muchos sabuesos duendes comenzaron siendo perros negros. Soy simplemente uno que no ha elegido a su amo. Soy simplemente el favorito de entre aquellos que no han sido dotados con un perro. Además, me ofrecen exquisiteces y me llaman con nombres muy dulces.
– Él es juguetón, y no les dejará ponerle la mano encima -dijo Lady Elasaid.
– Hace el papel de perro a la perfección -concedió Hugh.
Doyle los contempló.
– No es un juego. Es una forma verdadera para mí.
Hubo silencio durante un segundo, luego Hugh preguntó:
– ¿ La Oscuridad es realmente el padre de uno de tus bebes?
– Sí -le dije. Le sostuve tan fuertemente como pude sin mover mi cabeza demasiado. -Es demasiado peligroso para ti estar aquí. Si eres descubierto…
Él besó mi frente tan suavemente como el roce de una pluma.
– Afrontaría mucho más sólo por ti, mi princesa.
Mis dedos se hincaron en su brazo y espalda.
– Yo no podía soportar perderos a ti y a Frost. No podría aguantarlo.
– Hemos oído el rumor sobre el Asesino Frost, pero pensábamos que sólo era eso, un rumor -dijo Hugh.
– ¿Está realmente muerto? -preguntó Lady Elasaid.
– La verdad es que es un ciervo blanco -afirmó Doyle.
Hugh se arrodilló a nuestro lado, sonriendo.
– Entonces no está muerto, Princesa. Dentro de tres años, o siete, o ciento siete volverá a ser lo que era.
– ¡Genial! ¿Qué son cien años para una amante mortal, Sir Hugh? Su hijo nunca le conocerá mientras todavía está vivo.
Los ojos de Hugh llamearon como si alguien hubiera avivado los rescoldos de su poder. Por un instante hubo fuego en sus ojos, era como mirar dos pequeñas chimeneas. Él parpadeó y sus ojos sólo reflejaron los colores del fuego.
– Entonces no tengo ninguna palabra de consuelo, pero la presencia del perro negro ha sido una de las cosas que ha impedido a tu tía empezar una guerra con nosotros. Él permanecerá a tu lado.
Agarré la manga de Hugh.
– Él está desprotegido en esta forma. De ser descubierto, ¿podrías protegerle?
– Soy el capitán de tu guardia, Merry. Yo tengo que protegerte a ti – dijo Doyle.
Me apoyé más fuertemente contra su solidez, con mi mano sobre la manga del otro hombre.
– Tú eres la otra mitad de la pareja real fértil. Tú eres el rey y yo tu reina. Si tú mueres, la posibilidad de otros niños muere contigo.
– Ella tiene razón, Oscuridad -dijo Hugh-. Ha pasado demasiado tiempo desde que la vida fluye a través de la sangre real.
– Yo no tengo sangre real -dijo Doyle. Su voz profunda pareció resonar en los espejos.
– Sabemos lo que la princesa ha hecho con Maeve Reed, antes la diosa Conchenn, ayudarla a tener un hijo de su marido humano. También oímos rumores de que uno de sus guardias ha dejado embarazada a otra guardia -expresó Hugh.
– Es verdad -dije.
– Si pudieras hacer que una de nuestras nobles de pura línea Luminosa quedara embarazada, entonces el apoyo que tiene el rey desaparecería. Estoy seguro de eso -dijo Hugh.
Lady Elasaid se arrodilló a nuestro otro lado.
– La mayoría de sus partidarios están convencidos de que sólo los de sangre mestiza engendrarán. Han decidido que prefieren morir como una raza pura a contaminar su sangre. Si pudieras demostrarles lo equivocados que están, te seguirían.
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