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Laurell Hamilton: El Legado De Frost

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Laurell Hamilton El Legado De Frost

El Legado De Frost: краткое содержание, описание и аннотация

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano. Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme. Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios. Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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No sé qué habrían hecho los otros nobles si no nos hubiéramos movido bajo esa bendición floral. Hacían juego con las habitaciones, vestidos con rígidas ropas de plata y oro, y colores suaves. Nos miraban fijamente, con la boca abierta. Algunos comenzaron a seguirnos, como en un desfile de creciente alegría y admiración.

Cuando oí la primera risa, me di cuenta de que se encontraban allí más por hallarse sometidos al encanto que simplemente por ver la lluvia de pétalos. El contacto de las flores parecía hacerles felices. Acaso no habían llegado con sonrisas y preguntas de protesta del tipo… “¿Dónde está el rey? ¿Qué has hecho?” Y cuando las voces se acallaron, simplemente nos siguieron, sonriendo.

Hugh susurró…

– He recordado cómo amaba a la Reina Roisin. Nunca llegué a comprender que aquel amor era en parte encanto.

Estuve a punto de decirle que yo no hacía eso, pero sólo pensarlo y el olor a rosas se hizo más intenso. Ya había aprendido que por lo general esto significaba ambas cosas, que lo hacía y que no lo hacía. Imaginé que no debía de decirle a Hugh que yo no creaba las flores a propósito, y con aquel pensamiento el olor a rosas se atenuó, por lo que imaginé que significaba que había hecho lo que ella deseaba. Quedé satisfecha con eso.

Doyle se había tenido que quedar atrás, para no ir a mi lado. Comprendía que así no se percatarían de su presencia y nadie ataría cabos, pero tuve que luchar contra mis sentimientos y contra la herida de mi cabeza, para no mirar alrededor buscando al enorme perro negro. Los grandes y peludos sabuesos de Hugh me ayudaban, por un lado bloqueando parcialmente mi visión, y por otra acariciándome con sus hocicos, tocándome los pies desnudos y las manos. Uno era casi totalmente blanco, el otro rojo salvo algunas pequeñas marcas blancas. Cada vez que me tocaban me sentía un poco mejor.

Los pétalos se posaban sobre sus grandes cabezas, luego caían al suelo cuando se movían y me olfateaban. Era como si los perros fueran más reales para mí, que la nobleza con su hermosa ropa. Los perros fueron creados por la magia que se desencadenó cuando estuve con Sholto. Habían llegado con la misma magia que consiguió que quedara embarazada. Los perros llegaron en la misma noche y de la misma magia. Una magia de creación y renacimiento.

Había guardias en las puertas situadas al final de la habitación donde nos detuvimos. Esta habitación era de mármol rojo y naranja, con vetas brillantes de blanco y oro atravesando toda la piedra. Las columnas eran de plata con vides de oro esculpidas que parecían florecer con flores también de oro.

Cuando era niña, pensaba que las columnas eran una de las cosas más bonitas del mundo. Ahora veía la realidad de lo que eran, una suplantación de las cosas reales. La corte Oscura, aún careciendo de la nueva magia, conservó vestigios reales de las rosas. Había existido un jardín acuático en el patio interior, con nenúfares. Sí, también contenía una roca con cadenas sujetas a ella, para que pudieras ser torturado en un escenario natural, pero había vida en la corte. Se había ido atenuando, pero no llegó a desparecer del todo cuando la diosa comenzó a moverse a través de mí, a través de nosotros.

En toda la Corte de la Luz no existía ningún rastro de vida. Incluso el gran árbol situado en la cámara principal estaba fabricado de metal. Era una gran obra, un logro artístico asombroso, pero tales cosas eran para los mortales. No se suponía que los inmortales tuvieran que ser conocidos sólo por su arte. Se suponía que debían ser conocidos por la realidad sobre la que ese arte estaba basado. Aquí no había nada real.

Los guardias estaban vestidos formalmente. Parecían más agentes del servicio secreto, que aristócratas Luminosos. Únicamente su extraordinaria belleza y los ojos formados por anillos de color, les delataban como algo más que humanos.

Hugh me sujetó un poco más fuerte. Sus sabuesos se movían ante mí. Comprendí que eran lo bastante altos como para ocultarme parcialmente de la vista de los guardias.

Lady Elasaid se situó por delante del grupo. Habló con tono resonante.

– Dejadnos pasar.

– Las órdenes del rey son claras, mi señora. No permite que haya nadie más en la rueda de prensa sin su permiso.

– ¿No ves la bendición de la Diosa ante ti?

– Somos inmunes a la ilusión gracias a la magia del rey.

– ¿Ves la lluvia de pétalos? -preguntó.

– Vemos esa ilusión, mi señora.

No pude ver lo que hizo, pero dijo…

– Tócalos.

– El rey también puede hacer que una ilusión sea tangible, Lady Elasaid.

Comprendí que habían visto mentiras durante tanto tiempo que no reconocían la verdad. Desconfiaban de todo.

El guardia rubio se colocó un paso por delante de nosotros, colaborando con nuestros perros para escondernos de la vista. Se giró hacia Hugh y susurró:

– ¿Llamo?

Hugo hizo un pequeño gesto afirmativo.

Esperé a que el guardia sacara un espejo de mano o usara la brillante superficie de su espada, pero no lo hizo. Metió la mano en la bolsa de cuero que llevaba a su lado y sacó un teléfono móvil muy moderno.

Debí parecer sorprendida, porque me dijo…

– Tenemos cobertura alrededor de esta habitación. Es la razón por la situamos aquí a la prensa.

Era totalmente lógico. Se echó hacia atrás, y otro se movió, con toda naturalidad, para ayudar a esconderle de la vista de los guardias situados ante las puertas.

Habló en susurros:

– Estamos al otro lado de las puertas con la princesa que está herida. Los guardias no nos dejan pasar.

Uno de los guardias apostados cerca de la puerta dijo:

– Volved a vuestras habitaciones. Ninguno de vosotros tenéis nada que hacer aquí.

El guardia rubio dijo…

– Sí, Sí. No. -Cerró el teléfono, lo devolvió a su bolso de cuero, y tomó su lugar a nuestro lado. Le susurró algo a Hugh, tan bajo que ni siquiera yo pude oírlo.

El grupo de nobles, junto con sus perros, se apiñaban a mi alrededor. Si esto degeneraba en una pelea con espadas y magia, no tendrían espacio para maniobrar. Entonces comprendí lo que habían hecho. Me protegían. Me protegían con sus cuerpos altos y delgados. Me protegían con su belleza inmortal. A mí, a la que una vez habían despreciado, y arriesgaban todo lo que eran, todo lo que habían tenido en su vida, por protegerme.

No eran mis amigos. La mayoría ni me conocían. Algunos dejaron claro, cuando yo era niña, que no les gustaba. Me encontraban demasiado humana, con la sangre demasiado mezclada como para ser sidhe. ¿Qué les había hecho Taranis para volverlos tan desesperados que le desafiaban de esta manera por mí?

Hubo una agitación delante de la brillante multitud que me rodeaba, casi como un movimiento de flores ante un fuerte viento.

Escuché al guardia situado junto a la puerta, su voz lo suficientemente ruda como para reconocerla entre las demás voces más dulces.

– No os permitiré ir más allá en nuestro sithen, señor, son ordenes del rey.

– A menos que quieran luchar contra nosotros, atravesaremos esta puerta.

Reconocí la voz. Era el Comandante Walters, jefe de la división especial del Departamento de Policía de St. Louis, encargado de las relaciones con las hadas. Había sido un título honorario durante muchos años, hasta que volví a casa. No sabía cómo se había infiltrado en la rueda de prensa, pero no me importaba.

Se escuchó una segunda voz de hombre.

– Tenemos una autorización federal para llevarnos a la princesa en custodia preventiva. -Era el Agente Especial Raymond Gillett; el único agente federal que se mantuvo en contacto conmigo después de que la investigación sobre la muerte de mi padre se paralizara. Cuando era más joven había pensado que se preocupaba por lo que me ocurría. Últimamente había comprendido que se trataba más bien de no dejar un caso tan importante sin resolver. Todavía estaba enfadada con él, pero en aquel momento su voz familiar me sonó estupendamente.

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