Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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– ¿Qué tal? -dijo, y sus ojos se llenaron de lágrimas casi inmediatamente.

– Así, así… -dije contestándole. Pensé lo que podía haber pasado si hubieran sido reconocidos antes, durante la aglomeración, pero sólo lo pensé durante un momento. En aquellos instantes era demasiado feliz de verlos, como para preocuparme por eso. ¿O es que simplemente estaba muy enferma?

La Doctora Hardy dijo…

– ¿Va a aparecer algún otro Romeo en este embrollo?

– No lo sé -dije, lo que era una verdad rotunda.

– Ha venido otro más -dijo Galen.

No pude imaginar qué otro podía usar el suficiente encanto como para arriesgarse a aparecer ante las cámaras y los luminosos. El encanto de algunos no se mantenía lo suficiente ante las cámaras, y la Corte de la Luz estaba gobernada por un maestro de la ilusión. Era un bastardo, pero podría verles a través de sus disfraces. Me dolió el pecho con el simple pensamiento de lo que podría haber pasado. Sujeté la mano de Galen aún más fuerte, y lamenté no poder girar la cabeza para mirar a Rhys.

En lugar de eso quedé atrapada en la contemplación del cielo nocturno. Era un cielo precioso, negro y lleno de estrellas. Estábamos a finales de enero, casi febrero.

¿No debería tener frío? Esa idea fue suficiente para dejarme saber que no estaba tan consciente como yo pensaba. ¿No había dicho alguien que estaba en estado de shock? ¿O lo había soñado?

Estábamos en la ambulancia. Era como si hubiera aparecido de repente. No era mágico, era debido a la herida. Perdía pequeños fragmentos de tiempo. No podía estar bien.

Estaba ante la puerta de la ambulancia cuando averigüé quién poseía el encanto suficiente para afrontar a la prensa y los sidhe luminosos.

Tenía el pelo rubio y corto, ojos marrones, y una cara anodina, hasta que se inclinó. Dejó que la ilusión del pelo corto se convirtiera en una larga trenza, que yo sabía que llegaba hasta el suelo. Los ojos marrones eran realmente de tres tonos diferentes de dorado. Ese rostro ordinario se convirtió de repente en uno de los más hermosos en todas las cortes. Sholto, el Rey de los Sluagh, me besó muy suavemente.

– La Oscuridad me habló de su visión de la Diosa. Voy a ser padre. -Parecía tan contento, con toda su arrogancia suavizada.

– Sí. -Le dije suavemente. Se le veía tan contento, tan silenciosamente feliz. Lo había arriesgado todo para venir y rescatarme, aunque no necesitara ser rescatada. Pero yo apenas conocía a Sholto. Había estado con él una vez. No era que no resultara encantador, pero hubiera hecho cualquier cosa porque fuera Frost el que se inclinara ante mí, para hablar de nuestro niño.

– No sé quién es usted exactamente, pero la princesa necesita ir al hospital -dijo la Doctora Hardy.

– Soy tonto. Perdóneme. -Sholto me acarició el pelo con mucha ternura. La ternura que no habíamos tenido como pareja. Yo sabía lo que él quería decir, pero de algún modo, parecía incorrecto.

Entonces me levantaron y me deslizaron dentro de la ambulancia. La doctora y un enfermero se quedaron conmigo. El resto iría en una segunda ambulancia o se acercarían por sus propios medios.

– Te seguiremos hasta el hospital -dijo Galen.

Levanté una mano, porque no podía incorporarme para despedirme de ellos. El perro negro me miró desde abajo. Había brincado dentro. La mirada de aquellos ojos oscuros no era la de un perro.

La Doctora Hardy dijo…

– No, absolutamente no. Fuera perro, ahora.

Un aire fresco como la niebla me alcanzó, entonces Doyle apareció en forma humana arrodillado a mi lado. El enfermero dijo…

– ¡Qué demonios?

– He visto su foto. Usted es Doyle -dijo la Doctora Hardy

– Sí -dijo él con su profunda voz.

– ¿Y si le digo que se marche?

– No lo haré.

Ella suspiró.

– Dale una manta, y diles que nos saquen de aquí antes de que aparezcan más hombres desnudos.

Doyle se cubrió un hombro y gran parte de su cuerpo con la manta, lo suficiente como para no incomodar a los demás. Con el otro brazo que no cubrió, pudo sostenerme la mano.

– ¿Qué habrías hecho si no hubiera funcionado el plan de Hugh? -Pregunté.

– Te hubiéramos rescatado.

No intentado. Simplemente… “Te hubiéramos rescatado”. Tal arrogancia. Tal seguridad. No era humana. Más que magia, más que desaparecida belleza, era sidhe, y para nada humano. La arrogancia no era fingida. Ciertamente no lo era para ninguno. Era la Oscuridad. Una vez fue el Dios Nodons. Era Doyle.

Se había movido para que pudiera verlo con facilidad, cuando las ruedas de la ambulancia se pusieron en movimiento sobre el camino de grava. Miré hacia aquella oscuridad, su cara oscura. Examiné aquellos ojos oscuros. Había destellos de color en aquella oscuridad que no eran reflejos. Había colores en las profundidades negras de sus ojos, que no provenían de las luces de la ambulancia.

Una vez había utilizado esos colores para intentar forzarme a obedecer unas órdenes de mi tía. Una prueba para ver lo débil o fuerte que yo era.

Los colores parecían luciérnagas multicolores revoloteando y bailando en sus ojos.

– Puedo hacer que duermas hasta que lleguemos al hospital -dijo él.

– No -dije. Cerré los ojos para bloquear las preciosas luces.

– Estás dolorida, Merry. Deja que te ayude.

– Aquí la doctora soy yo -dijo Hardy-, y no permito ningún tipo de magia sobre la herida, hasta que se me explique.

– No sé si puedo explicarlo -dijo Doyle.

– No -dije con los ojos todavía cerrados-. No quiero quedar inconsciente, Doyle. La última vez que lo estuve, desperté en la cama de Taranis.

Su mano tembló alrededor de la mía, sujetándome como si fuera necesario para su tranquilidad. Me hizo abrir los ojos. Los colores desaparecían mientras le miraba.

– Te fallé, mi princesa, mi amor. Te fallamos. No soñamos que el rey pudiera viajar a través de la luz del sol. Pensamos que era un arte perdido.

– Nos sorprendió a todos -dije. Entonces se me ocurrió algo que necesitaba saber-. Mis perros. Les hizo daño.

– Vivirán. Minnie tendrá una cicatriz durante un tiempo, pero se curará. -Elevó mis dedos hacia sus labios y los besó-. El veterinario al que la llevamos nos ha dicho que va a tener cachorros.

Clavé los ojos en él.

– ¿No perjudicó a los cachorros?

Él sonrió.

– Están bien.

Sin ningún motivo pensé que aquella pequeña noticia me hacía sentir mejor. Mis sabuesos me habían defendido, y el rey había tratado de matarlos. Pero había fallado. Vivirían y tendrían cachorros. Los primeros sabuesos duende que nacerían, desde hacía más de cinco siglos.

Taranis había tratado de hacerme su reina, pero yo ya estaba embarazada. Ya tenía mis reyes. Taranis había fallado totalmente. Si las pruebas de violación daban positivo, aunque positivo pareciera una palabra equivocada, vería como el Rey Taranis, el Rey de la Luz y la Ilusión, terminaba en la cárcel por violación.

La prensa iba a comérselo vivo. Acusado del rapto, maltrato y violación de su propia sobrina. La Corte de la Luz había sido la brillante estrella de los medios de comunicación humanos. Eso estaba a punto de cambiar.

Era el momento de que la Corte de la Oscuridad brillara, aunque fuera con una luz oscura. Esta vez seríamos los chicos buenos.

Los luminosos me habían ofrecido su trono, pero yo tenía mejor criterio. Hugh y los otros me podían querer, pero la multitud dorada nunca me aceptaría como reina. Llevaba bebés cuyos padres eran señores Oscuros. Yo había sido la hija de un príncipe de la Oscuridad, y me habían tratado peor que a cualquier otro.

No habría ningún trono dorado para mí. No, si tenía que tener un trono, sería el trono de la noche. ¿Tal vez el trono necesitaba un nuevo nombre? El trono de la noche parecía tan siniestro. Taranis se sentaba en el Trono dorado de la Corte de la Luz. Parecía mucho más alegre. Shakespeare dijo que una rosa aunque se llamara de otra forma, seguiría oliendo como una rosa, pero yo no lo creía así. El trono dorado, el trono de la noche. ¿En qué trono preferirías sentarte?

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