Frig, la Madre, esposa de Odín, alta y de ojos grises, con la runa Sol en su brazo izquierdo. Sif, esposa de Tor, Reina de la Cosecha, de cabellos dorados y portadora de la runa Ár. Y Tyr el Zurdo, dios de la batalla, flameante como una antorcha con sus fieros colores, con la lanza en la izquierda, mientras la mano derecha se perfilaba en fuego contra la oscuridad de la noche como un fantasma de sí misma.
El Tonante había esperado que fueran más, pero los demás no debían de haber logrado escapar, o bien se habían hundido en el Caos o se habían zambullido en el Sueño, pues no conseguía ver rastro de ninguno de ellos. Contándose a sí mismo, eran cuatro en total.
Cinco, si incluía a Maddy.
Le hizo un gesto a la chica para que cruzara la puerta. Sólo ella podía pasar al Hel. Los demás tendrían que escapar a través del Sueño mientras a su alrededor el Noveno Mundo empezaba a desmoronarse en pedazos.
A cada momento alguna criatura -dios o demonio, Maddy era incapaz de distinguirlo- perdía su asidero en el Averno y era absorbida por la nada entre gritos. El ruido era apocalíptico. De las fauces del abismo brotaba un siniestro sonido de succión, una especie de carcajada que por segundos se hacía más y más ensordecedora.
– ¡Maddy! ¡Vete, ahora! -insistió Tor.
Pero Maddy había visto algo que se movía. Ese algo - él- estaba muy abajo, y se veía borroso por las brumas y los parásitos del Averno, que pululaban en el aire como enjambres de partículas mortíferas, pero la firma mágica, aunque débil, resultaba inconfundible. Era Loki, y estaba cayendo. A su alrededor y por debajo de él se abrían grietas en el tejido del Caos, dejando vislumbrar retazos del piélago de estrellas muertas del Trasmundo.
– ¡Vete, Maddy! -le gritó Tor-. ¡Cruza la abertura! ¡No te queda mucho tiempo!
– ¡Pero es Loki! -dijo ella, señalando a la figura que caía.
Tor sacudió su cabeza melenuda.
– No puedes hacer nada por… -empezó.
Sin embargo, Maddy se lanzó en persecución de Loki antes de que su padre pudiera protestar. En vez de colarse por la abertura que llevaba al Inframundo, la chica se había arrojado a aquel caldero plagado de chispas, sin que parecieran importarle los efémeros ni el hecho de que el mundo en el que se hallaban se estaba devorando a sí mismo como una serpiente que muerde su propia cola hasta convertirse en nada.
Tor fue tras ella; no estaba seguro de por qué Maddy necesitaba a Loki, pero no había tiempo para discutir. Entonces vio lo que había a su espalda, se detuvo en seco y contempló con ojos de estupor las escenas que se estaban produciendo más allá del Sueño.
Era como si, por primera vez en mil años, la tierra de Hel hubiera florecido con algo parecido a la vida. Las nubes se amontonaban en un falso cielo, y soplaba un viento oscuro y abrasador. Pero no fue eso lo que hizo vacilar al Tonante, aunque bajo las nubes y el sol muerto el llano parecía casi gemelo del otro campo de batalla que se extendía más allá de Finismundi.
Eran los muertos quienes habían atraído la atención de Tor. No los del Averno -aquellas almas lastimeras y perdidas, tan numerosas como los granos de arena-, sino una columna de difuntos desplegada como un ejército en una interminable fila al borde del desierto, una fuerza de diez mil hombres que esperaban inmóviles para enfrentarse al poder del Averno.
Diez mil, ni más ni menos: una cifra mágica que aparecía mencionada a menudo en las crónicas de la última batalla. Y era también el número exacto de miembros del Orden, que había sacrificado de forma fría y calculada a todos sus hombres: allí estaban los examinadores, magistrados y profesores, unidos todos en una comunión más poderosa que la muerte.
Tor se dio cuenta ahora de que conocía aquel sonido -esa succión inhumana, como si el propio Caos tomara aliento-, y bajo su barba de fuego su rostro empalideció. Ya había escuchado antes ese ruido, en el Ragnarók. En aquella ocasión los enemigos también los superaban en número, pero no en tal proporción como ahora. Aunque en el Ragnarók él todavía poseía su energía mágica, y también su martillo, incluso entonces aquel ruido le había helado la sangre en las venas.
«Pero si es…», cayó en el preciso momento en que sonaba una terrible explosión entre los mundos y Tor apenas tuvo tiempo de pensar: «Ojojó, aquí viene», y en los últimos segundos de la vida de Maddy las legiones del Orden empezaron su marcha inexorable a través de las llanuras del Hel.
Maddy se vio obligada a descender miles de niveles en el Averno para alcanzar a Loki. El dios caía a toda velocidad, con los ojos cerrados y aferrando aún el cronófago en las manos. Abrió los ojos cuando Maddy se le acercó, pero meneó la cabeza y volvió a cerrarlos.
– Estoy muerto, Maddy. Déjame solo.
– ¿Cómo? -Por un instante, con la cacofonía del Averno atronándole los oídos, no estuvo segura de haber oído «Estoy muerto». Después vio la hora del reloj, y su boca se abrió en un grito silencioso.
Cuarenta y cinco segundos.
– Déjame solo.
Cuarenta y dos segundos.
Cuarenta y uno.
– Tienes que salir -insistió Loki.
– Podemos salir los dos. Cógeme de la mano…
Loki soltó un juramento, mientras la runa Naudr se cerraba sola rodeando su muñeca.
– Créeme, Maddy. Estás malgastando tu tiempo.
Treinta y nueve segundos.
Maddy empezó a tirar de él hacia arriba.
– No pienso dejarte aquí -dijo-. Me equivoqué contigo. Creía que eras el traidor de la puerta…
Volaron de nuevo hacia las alturas. Maddy remolcaba a Loki haciendo acopio de toda su fuerza mágica, mientras él trataba de disuadirla y de hacerse oír por encima del ensordecedor bramido de la destrucción del Noveno Mundo.
– Es que yo era el traidor de la puerta -protestó Loki.
– Ahora estás intentando ser noble -dijo Maddy-. Quieres que yo te abandone para salvarme, así que intentas hacerme creer…
– ¡Por favor! -gritó Loki-. ¡No estoy siendo noble!
Quedaban treinta segundos. Ahora su velocidad rivalizaba con la de la Serpiente de los Mundos en su máxima aceleración, y cruzaban lo que parecían kilómetros en fracciones de segundo, medio ensordecidos por la atronadora succión del Caos.
– Escucha -dijo Loki-. ¿Oyes ese ruido?
Maddy asintió.
– Es Surt, que viene hacia aquí -dijo Loki.
– ¿Lord Surt? ¿El Destructor?
– No, Surt el Amoroso. Pues ¿quién va a ser?
Veintidós segundos. Ya podían ver la puerta. La ranura no parecía más ancha que un bisturí. Tor la mantenía abierta con ambas manos, con la cara enrojecida por el esfuerzo y los hombros abultados como los de un buey, mientras ellos se precipitaban hacia aquel estrecho resquicio.
Veinte segundos.
– No te preocupes, lo conseguiremos.
– Maddy, no…
Pese a que sentía que el corazón le iba a estallar, Maddy se abalanzó hacia la puerta a punto de cerrarse, arrastrando a Loki, que aún se resistía.
– ¡Escúchame! El Susurrante ha mentido. Sé lo que quiere: lo he leído en su mente. Lo he sabido desde que empezó nuestro viaje. No te lo había dicho. Te mentí, pensando que podía utilizarte para salvarme.
Quince segundos.
Maddy dio un tirón de Loki.
Naudr, la Recolectara, cedió, con un chasquido.
Y entonces sucedieron tres cosas a la vez:
La esfera del cronófago de Hel se rompió y el tiempo quedó congelado en trece segundos.
El Averno se cerró con un sonido metálico.
Y Maddy despertó en su propio cuerpo y se encontró cara a cara con el ojo muerto de Hel.
Parson y la Cazadora se detuvieron a la entrada del Inframundo. Habían seguido a su presa hasta la entrada de Hel. Ahora contemplaron la llanura, donde una fina polvareda se levantaba tras la estela de dos figuras, una alta y otra baja, que avanzaban lentamente por el desierto.
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