Joanne Harris - Runas

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Maddy es una chica solitaria y no por elección propia: ha nacido con una marca en la mano, un estigma en forma de runa que hace que el resto de los aldeanos se aparte de ella y le tenga miedo, pues creen que les traerá desgracias y mala suerte. Aún así puede sentirse afortunada: si fuese un animal, sus vecinos ya la habrían asesinado; tal es el miedo que despierta en sus corazones lo excepcional. En el mundo de Maddy ya nadie cree en los dioses y los espíritus, no se piensa en ellos ni se los tiene en cuenta, su mera mención es motivo de escándalo. Es una sociedad puritana y estrecha de miras, entregada a la piedad: la magia y los viejos relatos sobre los dioses están prohibidos.
Pero las fuerzas sobrehumanas existen. La vida de Maddy dará un giro de ciento ochenta grados cuando conozca a un anciano viajero que le pondrá al corriente de lo que significa su marca y de los atributos con que la inviste. Pero este poder y este conocimiento conllevan algunas responsabilidades. Maddy ha sido escogida para encontrar un viejo tesoro que puede devolver el vigor a los viejos dioses y que permitirá retomar la lucha entre las fuerzas del bien y del mal por el control de la realidad. Sin embargo, otras criaturas también codician el tesoro y no dudarán en destruirla. El destino del planeta está en manos de Maddy. ¿Será capaz de afrontar con éxito su destino?

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– Ya está empezando -anunció el Susurrante.

– ¿Qué está empezando? -preguntó Hel.

– El fin -respondió el Susurrante, con un tenue resplandor-. El último enfrentamiento entre el Orden y el Caos. El Fin de Todas las Cosas.

Hel vio cómo el Susurrante empezaba a cambiar. De la cabeza de piedra brotó una flor fantasmal. El aire comenzó a materializarse en una forma definida, y ahora Hel pudo contemplar al Susurrante en su verdadero aspecto, espectral al principio, pero brillando de forma visible. Se trataba de una figura resplandeciente y ligeramente encorvada. Tenía el rostro enjuto, los ojos tapados por una capucha, y un bastón de runas que centelleaban y giraban en el aire.

– ¿Quién eres? -preguntó Hel.

El Susurrante sonrió.

– Ah, querida, ¡he sido tantas cosas! He sido Mímir el Sabio. He sido amigo y confidente de Odín. Fui el oráculo que vaticinó el Ragnarók. Mi nombre es Innombrable, puesto que tengo muchos, pero ya que somos amigos, tú puedes llamarme el Antiguo de los Días.

LIBRO OCHO

El Innombrable En qué sueña el esclavo El esclavo sueña en convertirse en - фото 48
El Innombrable

¿En qué sueña el esclavo?

El esclavo sueña en convertirse en amo.

Libro de Mítnir, 5:15

Capítulo 1

Todos pudieron sentir el estallido psíquico que sacudió los Nueve Mundos. Incluso a ciento cincuenta kilómetros de su epicentro se levantaron nubes purpúreas, las puertas retemblaron, los perros aullaron, los oídos de los hombres sangraron y los pájaros se desplomaron chillando en pleno vuelo.

Los vanir también lo sintieron y aceleraron su paso. Frey adoptó la forma de un jabalí, Héimdal la de un lobo gris y Bragi la de un zorro pardo. Los tres se lanzaron al galope por los túneles, mientras Njord protestaba, Freya gemía e Idún, sensata, recogía las ropas de todos por si las necesitaban más tarde.

Lizzy la Gorda lo notó y supo que estaban cerca.

Y en la boca del Inframundo, mientras Parson y la Cazadora observaban con asombro la escena que tenía lugar bajo ellos en la llanura, el examinador número 4.421.974 oyó la llamada y, exhalando un largo y áspero suspiro de liberación, salió sigilosamente de su anfitrión y tomó el pasadizo que descendía hacia el Hel.

Todo había empezado, tal como predijera el Buen Libro.

Los muertos se habían puesto en marcha. Y eran diez mil.

Hel examinó en silencio a la multitud congregada ante ella en la llanura. ¡Eran tantas almas! Pero ¿por qué no le rendían homenaje? ¿Por qué se habían desplegado como un ejército?

¿Qué significaba este Orden donde los hombres estaban muertos, pero la propia Muerte no tenía autoridad?

Hel volvió hacia los diez mil la mitad aterradora de su rostro.

– ¡Yaced muertos! -les ordenó.

Los hombres no se movieron.

– ¡Os ordeno que os disperséis! -insistió Hel.

Pero nadie la obedeció. Los diez mil hombres esperaban, erguidos como espigas en un trigal, con los ojos vueltos hacia el Averno.

Hel se volvió hacia el Susurrante.

– ¿Esto es cosa tuya?

– Por supuesto que sí -respondió él-. Ahora, date prisa y entrégame a la chica.

– ¿La chica? -En medio de la confusión, casi se había olvidado de ella.

Hel consultó el cronófago. Quedaban treinta segundos. Había quebrantado la promesa que le hiciera a Loki, y el equilibrio entre los mundos se había estremecido hasta sus cimientos. Si faltaba a su palabra de nuevo, no se atrevía ni a imaginar qué consecuencias podía acarrear. Ya podía sentir cómo subía el río, y más allá percibía el Caos, como el latir de un corazón enfermo.

– ¡Rápido! -la urgió el Susurrante-. Cada momento que la chica siga en el Averno es un riesgo innecesario.

– ¿Por qué? -preguntó Hel.

Miró a la muchacha, que seguía dormida, unida a la vida por un hilo de seda. Hasta ese momento apenas se había molestado en pensar en ella. Ocupada con Loki y el Susurrante, no había tenido tiempo para reparar en una joven de catorce años.

Pero ahora la observó con más atención. Reparó en su firma, de un rojo oxidado, y una vez más buceó en su memoria buscando un parecido. Sí, tal vez había un aire familiar, algo que le recordaba a los días en que los æsir gobernaban los mundos…

– ¿Quién es? -preguntó Hel.

– Nadie -respondió el Susurrante.

– Qué curioso. Loki contestó justo lo mismo.

El Susurrante brilló con impaciencia.

– No es nadie -insistió-. Tú entrégamela. Corta el hilo. Vamos, hazlo ahora que aún estás a tiempo.

Con gesto inescrutable, Hel extendió la mano muerta y acarició con suavidad el rostro de Maddy.

– ¡Hazlo de una vez! -la apremió el Susurrante-. Hazlo y conseguiré que Bálder sea tuyo.

Hel sonrió y rozó la hebra que seguía uniendo a Maddy con la vida. Al tocarla, se iluminó con un tenue resplandor. Brillaba como la runiforma que tenía en la mano.

– Esa runa… -dijo Hel.

Dieciocho segundos.

– ¡Por favor! ¡Casi no queda tiempo!

Hel cogió los dedos de la muchacha con su mano viviente. Aesk brillaba allí, con un rojo intenso, casi violento, y en ese momento la diosa comprendió. El Fresno del Mundo. El Árbol Relámpago. La primera runa del Alfabeto Nuevo. Cayó en la cuenta de a quién le recordaba Maddy, no por su aspecto, sino por su firma, y se volvió hacia el Susurrante con la misma sonrisa que había hecho marchitarse a muchos dioses.

– Así que por eso la querías -dijo-. Por eso la has traído a Hel. Y en cuanto a Loki…, ahora comprendo por qué también lo querías a él.

El Susurrante hizo una mueca de desesperación.

– Te construiré un palacio, Hel -le prometió con su voz más meliflua-. Cuando Bálder se levante de entre los muertos, los dos podréis acostaros juntos en la Ciudadela del Cielo.

Hel se llevó los dedos a los labios. Era una sensación peculiar que hizo que su mitad viviente se ruborizara. Ella, que se creía de vuelta de todo aquello, que contaba su edad en eones, tan seca como el polvo. Jamás habría esperado ese raudal de sensaciones, esa oleada de esperanza casi infantil…

Estiró la mano para romper el hilo.

Capítulo 2

La Serpiente de los Mundos atravesó las puertas al doble de la velocidad del sueño. Maddy y Tor apenas tuvieron tiempo de saltar antes de que Jormungard se abalanzara de cabeza al río, con la Vejez colgada aún de su cola. Olas altas como un muro se levantaron del río y nubes de efémeros estallaron en todas direcciones. Algunos de los soñantes ya habían conseguido pasar y Maddy, que ahora podía ver el hilo de plata que unía su aspecto a su yo físico, intentó seguirlos a través de la grieta que se estrechaba por momentos…

Detrás de ella se acercaba un número incontable de soñantes. Algunos eran humanos, otros mostraban rasgos visiblemente demoníacos. Unos portaban las runas y los colores de los dioses, mientras que otros se movían como máquinas, se tambaleaban como pesadillas viscosas y agusanadas intentando liberarse.

Tor se volvió para detener a aquellas monstruosidades. Tenía trabajo de sobra con aquella multitud de habitantes del Averno: sueños y soñantes, criaturas del Caos, máquinas de destrucción, serpientes y cambiantes, y cualquier otra alimaña deseosa de abrir una grieta para colarse en el Octavo Mundo. Aunque le resultaba imposible mantener a todos apartados de la puerta, sólo los más rápidos y los más hábiles consiguieron seguir a Jormungard y pasar del Averno al Sueño.

Ante él se habían congregado los æsir, encarnados en sus aspectos. Eran lastimosamente pocos -tan sólo tres de ellos- y guardaban un silencio sobrecogido ante lo que estaban viendo.

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