Margaret Weis - La Guerra de los Dioses

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Palin y Tas cruzan el Portal y entran en el Abismo, donde aguarda Raistlin para llevarlos a presenciar un acontecimiento extraordinario: la asamblea de los dioses. En ella, Paladine accede a la petición de la Reina Oscura y de Gilean, que consiste en retirar los dragones del Bien para que los Caballeros de Takhisis se alcen con la victoria y unifiquen bajo un mando único todas las fuerzas de las distintas razas. De esta manera podrán afrontar la lucha contra Caos y evitar la destrucción de Krynn y de todo lo creado.
La Torre del Sumo Sacerdote cae en manos de las fuerzas de la Oscuridad por primera vez en la historia y el dominio absoluto de Ariakan se extiende rápidamente por Ansalon. Entre tanto, Steel Brightblade va a ser ajusticiado por haber dejado escapar a su prisionero, Palin Majere. En la posada El Último Hogar, Caramon y Tika tiene la alegría de volver a ver a su hijo, a quien creían muerto. Pero el joven Palin llega acompañado de un visitante inesperado: Raistlin Majere, quien ha vuelto al plano mortal para ayudar en la batalla contra Caos.

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—Acércate con tu espada, caballero guerrero. —El joven hizo lo que le pedía y se aproximó a la mesa.

»Saca la espada de la vaina —continuó Ariakan—, y ponía delante de mí.

Steel obedeció. Sacó el arma de la desgastada funda y la colocó, volviéndola a lo largo, delante de su señor. La espada ya no brillaba, sino que parecía gris y deslustrada, como eclipsada por la oscura presencia de Ariakan.

Steel retrocedió cinco pasos y se quedó erguido, inmóvil, con las manos a los costados y la mirada fija al frente. Ariakan se volvió hacia la hechicera gris.

—Expón tus cargos contra este caballero, Señora de la Noche.

En tono estridente, Lillith relató cómo Steel se había ofrecido voluntario para llevar los cadáveres de los Caballeros de Solamnia para entregárselos a su padre, con quien tenía una deuda de honor, admitió la hechicera. Ariakan miró fijamente a Steel y demostró su aprobación con una leve inclinación de cabeza. El mandatario conocía la historia del joven, sabía que debía su libertad y posiblemente la vida a Caramon Majere. La deuda estaba ahora saldada.

La Señora de la Noche siguió diciendo que Steel también se había hecho cargo del joven mago, Palin Majere, que había aceptado la palabra de honor del mago de que no escaparía, y que se había comprometido a ocupar el lugar del prisionero en su sentencia de muerte si éste escapaba.

—El caballero guerrero está de vuelta con nosotros, milord —concluyó su exposición la Señora de la Noche—, pero su prisionero no. Brightblade ha fracasado en su misión. Ha permitido que su prisionero escapara. —La mujer se acercó a la mesa y se inclinó sobre el mandatario como si estuviera a punto de descubrir alguna terrible conspiración. Bajó la voz, que sonó ronca, siseante:— Claro que, considerando el linaje de Brightblade, milord, lo que creo es que ayudó a escapar al prisionero.

—Explícate, Señora de la Noche —instó Ariakan con un timbre de impaciencia en la voz. Aunque reconocía y valoraba la importancia de los hechiceros, como le ocurría a la mayoría de los hombres de armas acababa por hartarse de su tendencia a hablar con ambigüedades—. Me desagradan las indirectas y las alusiones inconcretas. Si tienes una queja contra este caballero, exponía claramente, con palabras que podamos entender unos simples soldados como nosotros.

—Creí que lo había hecho así, milord —dijo la Señora de la Noche, que se irguió y miró a Steel con animosidad—. Este caballero lleva al cuello una alhaja elfa. De su cinturón pende una espada de nuestros enemigos. Os digo, milord, que este caballero no es completamente leal a nuestra gloriosa soberana ni a la Visión. Es un traidor a nuestra causa, como lo prueba el hecho de que su prisionero escapó. Me permito sugerir, milord, que se debe hacer pagar a Brightblade la pena que él mismo estuvo de acuerdo en aceptar. Debe ser ajusticiado.

La mirada de Ariakan volvió hacia Steel.

—Conozco a este hombre desde que era un chiquillo. Jamás me ha dado motivo para dudar de su lealtad. En cuanto a la espada y la joya, le fueron entregadas por su padre, un hombre a quien, aunque era nuestro enemigo, honramos por su coraje y valentía. Supe lo de esos regalos desde el primer momento —continuó el mandatario, frunciendo levemente el entrecejo—, y aprobé su uso, como también lo hizo la suma sacerdotisa de Takhisis. ¿Acaso cuestionas nuestra lealtad también, Señora de la Noche?

Lillith estaba conmocionada ante la idea de que Ariakan pudiera imaginar semejante cosa, abrumada por el temor de que se malinterpretaran sus palabras.

—Desde luego que no, milord. Vuestra decisión fue sin duda acertada... en el momento en que la hicisteis. —Puso énfasis en la frase, pronunciándola muy despacio—. Pero os recuerdo, milord, que los tiempos cambian, al igual que los corazones de los hombres. Queda el asunto del prisionero. ¿Dónde está Palin Majere? —Extendió los brazos en un gesto interrogante—. Si se lo trae ante mí, ya sea vivo o muerto, entonces retiraré todas las acusaciones y pediré perdón al caballero.

Sonrió, cruzó los brazos sobre el pecho, y dirigió a Steel una mirada envenenada, triunfal.

—¿Qué respondes a eso, caballero guerrero? —le preguntó Ariakan—. ¿Qué tienes que decir en tu defensa?

—Nada, milord —respondió Steel.

Se alzó un apagado rumor entre los caballeros que habían acudido a presenciar este juicio, y ahora eran muchos más que al empezar, ya que la voz se había corrido rápidamente por el campamento.

—¿Nada, caballero guerrero? —Ariakan estaba asombrado y preocupado. Miró de soslayo a la Señora de la Noche y sacudió levemente la cabeza. El gesto le dijo a Steel con más claridad que las palabras que tenía a Ariakan de su parte—. Oigamos tu versión de los hechos.

Steel podría haberles contado su historia, podría haberse ganado su admiración relatando cómo se había abierto camino a través del terrible Robledal de Shoikan, una gesta que muy pocos en Krynn se atreverían a intentar, y aún menos los que lo habían hecho y seguían vivos para poder contarlo. Podría haberse disculpado diciendo que, indudablemente, Palin Majere había escapado gracias a la ayuda de su tío Raistlin Majere, el poderoso archimago. Una vez que los hechos se conocieran, Steel estaba seguro de que Ariakan emitiría el fallo a su favor.

Pero el caballero se limitó a decir:

—No tengo excusa, milord. Acepté esta misión, y he fracasado. Empeñé mi palabra de honor. Perdí al prisionero que estaba bajo mi vigilancia. Acepto vuestra sentencia, milord.

—Será sentencia de muerte —dijo Ariakan, que frunció más el entrecejo.

—Lo sé, milord —respondió el joven con serenidad.

—Entonces, de acuerdo. No me dejas otra opción, caballero guerrero.

Ariakan puso la mano sobre la empuñadura de la espada. Una expresión de dolor contrajo sus facciones; la espada era un objeto dedicado a Paladine y así castigaba el dios a quienes seguían el camino de la oscuridad. Ariakan no soltó el arma. Despacio, apretando los dientes, dirigió la punta de la hoja hacia Steel. Sólo entonces la soltó el mandatario.

—Steel Brightblade, se te sentencia a morir con esta misma espada que has deshonrado. La sentencia de muerte se ejecutará...

«Se ejecutará ahora», pensó Steel, que había presenciado juicios semejantes con anterioridad. La disciplina debía imponerse rápidamente, debía mantenerse. Intentó prepararse para el encuentro con su soberana. ¿Que le diría? ¿Qué podía decir a quien veía lo que había en su corazón, a quien sabía la verdad?

Su cuerpo se mantenía firme, pero su alma se estremecía, y al principio no oyó las palabras de Ariakan. El murmullo de aprobación de los caballeros presentes, junto con alguna que otra aclamación, hicieron que Steel volviera al mundo de los vivos.

—¿Qué..., qué habéis dicho, milord? —tartamudeó, incrédulo.

—He dicho que la sentencia se ejecutará dentro de un mes —repitió lord Ariakan.

—¡Milord! —La Señora de la Noche protestó con presteza—. ¿Es esto prudente? ¡Ha admitido su traición! ¡Puede hacer mucho daño estando entre nosotros!

—Este caballero ha admitido que perdió a su prisionero —replicó Ariakan—. Se ha sometido voluntariamente al justo castigo. Te recuerdo, Señora de la Noche, que su comandante, invocando la Visión, pidió que se perdonara a este caballero para que combatiera en la inminente batalla. Yo también he consultado la Visión, y de ahí el fallo que he decretado y que mantengo.

La voz de Ariakan era fría y suave, pero todos los presentes percibieron su cólera. La Señora de la Noche agachó la cabeza y se retiró, pero no antes de lanzar a Steel Brightblade una mirada que, si las miradas mataran, ésta habría llevado a cabo la sentencia en ese mismo instante.

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