Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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Hubo un largo intervalo de silencio en el que nadie parecía saber qué hacer a continuación. Todo se había detenido de momento. Koos Ich podía oír la sangre de su pecho salpicando sobre la arena, como las primeras gotas de un chaparrón.

De repente, un feroz alarido de guerra rompió aquel momento de silencio y el gladiador azul arremetió lleno de rabia. Descargó un golpe salvaje, que buscaba partir en dos el cráneo de Koos Ich. Pero éste interpuso a su prisionero y fue él quien lo recibió entre el cuello y el hombro. Un solo golpe, pero que le desgarró las arterias e hizo brotar de ellas un violento chorro de sangre.

El guerrero itzá tuvo una breve visión mientras aquel hombre moría entre sus brazos, lo había visto en un par de ocasiones y lo imaginó allí mismo con nitidez: el tentáculo del chu'lel soltándose de su punto de anclaje en la espalda del agonizante y replegándose a toda velocidad como un luminoso miembro amputado.

El gladiador azul dio un respingo y retrocedió, asombrado por lo que acababa de pasar. Su compañero arrojaba sangre por la boca y su vida se extinguía ante sus ojos. No podía ser. Se quedó mirando el cuerpo derribado, temblando de rabia. La multitud también miraba asombrada, casi en silencio. La respiración agitada de los dos combatientes y el jadeo del moribundo eran el sonido más fuerte.

Koos Ich se deshizo del cuerpo inerte y reculó alrededor del disco de piedra. El gladiador azul saltó sobre el cadáver y se abalanzó tras él. Le dio alcance y le atravesó con un golpe de derecha a izquierda. Los dientes apretados, la hiel en la garganta: ¡Muere!

El itzá levantó la mano izquierda y contuvo el descenso del arma en el aire, sujetándola por el mango. Al mismo tiempo, golpeó con la derecha el costado de su enemigo, con la mísera macana de plumas, por lo que no consiguió hacerle ningún daño. El gladiador se zafó y, con toda la rabia acumulada empujando su brazo, descargó un nuevo machetazo directamente en la garganta del extranjero. La pala de madera trazó un arco silbante y se estrelló contra la macana de plumas interpuesta como escudo.

Esta vez el choque fue tan violento que el arma del itzá se partió en dos. Koos Ich se deshizo de aquel trozo de madera astillado y siguió retrocediendo hasta que sus piernas tropezaron con el borde de la piedra del sacrificio y no pudo seguir haciéndolo. El cocom embistió entonces, con el rostro desencajado. Sus ojos relucían con una maníaca alegría tras la máscara de plumas azules. Había comprendido que el itzá ya no tenía escapatoria.

– ¡Ahora muere, maldito! -gritó.

Pero Koos Ich no estaba dispuesto a ponérselo tan fácil. Se inclinó hacia un lado y dejó que la macana pasara rozándole el costado desnudo. Luego, flexionó las piernas para tomar impulso y dio un espectacular salto. El siguiente tajo del gladiador sólo pudo cortar el aire, mientras el itzá , desequilibrado, caía de espaldas sobre la superficie plana de piedra.

Inmediatamente, rodó para alejarse de su enemigo que ya estaba sobre el disco del sacrificio, dispuesto a perseguirlo hasta el fin. Mostrando los dientes con un gruñido y con los ojos llameantes, el cocom lanzaba machetazos que arrancaban esquirlas de la piedra. Golpe. Golpe. Intentaba cazar a su escurridizo y desarmado oponente, que giraba sobre sí mismo, a toda velocidad, para esquivarlos.

Koos Ich alcanzó el otro extremo del disco y se dejó caer al suelo. Se arrastró frenético sobre el polvo. Su objetivo era la macana con filos del gladiador muerto. La tenía casi al alcance de la mano. Estiró un brazo todo lo que pudo… pero era imposible. No llegaba. Por sólo un palmo, la cuerda se lo impedía.

Tras él aterrizó su implacable perseguidor. Avanzó lentamente, sin prisas, con cierta solemnidad. Sabía que esta vez el itzá iba a morir y quería recuperar un poco de la dignidad que había perdido durante aquel estrafalario combate.

El cocom estaba casi sobre él. Koos Ich se volvió y lo miró directamente a los ojos. Pudo ver los restos de la furia irracional que se había apoderado de aquel hombre, que no esperaba ver morir a su compañero a manos de un sacrificado. Y también observó otra cosa: la cuerda que ataba su cintura estaba ahora entre las piernas del cocom…

La ira te reduce a un ciego manojo de reflejos.

Agarró la soga con las dos manos y tiró de ella con todas sus fuerzas.

La cuerda se tensó y golpeó al gladiador en los testículos. Paralizado por el dolor, cayó de rodillas, sin respiración, con los dientes apretados y las dos manos en la zona dolorida.

Koos Ich se incorporó con calma. El gladiador se retorcía en el suelo. Le robó su macana y de un tajo puso fin a su sufrimiento. Después, cortó la soga que todavía lo mantenía unido a la piedra del sacrificio y se volvió hacia sus enemigos, desafiante, con el arma firme entre sus manos.

A su alrededor se había producido un silencio mortal. Nadie quería creer lo que acababa de suceder. El guerrero itzá no soltó la macana. Avanzó con ella en la mano, lentamente, entre las filas de nativos que se apartaban a su paso, y se dirigió a donde estaban los nahual. La sangre le resbalaba por el pecho hacia el estómago. Ni siquiera miró a los engendros cuando le hizo una seña a lo'k'in putum y le dijo:

– Vamos, estás libre. Puedes seguirme.

Lisán parecía perdido en medio de los nahual , los tétricos guerreros cubiertos con la piel de un jaguar. Dio un tímido paso hacia Koos Ich.

– Ven -lo apremió éste.

El andalusí caminó hasta situarse junto al guerrero itzá. Notaba a su espalda la tensión de los nahual , que vibraban de rabia y ganas de saltar sobre él. Pero ninguno de ellos hizo el menor movimiento para detenerlo.

– Estás… herido -le dijo al guerrero.

– No te preocupes por eso. Ahora sígueme en silencio y no apartes los ojos del suelo. ¿Me has entendido?

Beey!

De esta forma, el guerrero y el faquih dejaron atrás a los nahual y caminaron juntos entre los atónitos nativos que se habían congregado para presenciar el sacrificio.

Cuando llegaron frente al Halach Uinich y el Ahuacán , este último les dijo:

– Los dioses te han favorecido hoy, guerrero.

Koos Ich se detuvo pero no miró al sacerdote.

– Su voluntad es que me dejéis marchar con el lo'k'in putum.

– ¿Conoces tú la voluntad de los dioses?

Lisán apenas notaba la ansiedad en las voces. Se obligó a hacer lo que el guerrero le había indicado y no levantó los ojos del polvo del suelo.

– La conozco a través de los sacerdotes de mi pueblo -dijo Koos Ich-. Ellos me dijeron que vencería en esta batalla y que permitiríais que el lo'k'in putum viniera conmigo.

– Entonces, ¿quiénes son los hombres para oponerse a su voluntad? Ve, guerrero, porque lo que hoy has hecho aquí será largamente recordado.

Koos Ich no miró en ningún momento al sacerdote ni al Halach Uinich. Al escuchar las últimas palabras del Ahuacán , asintió con humildad y empujó suavemente a Lisán para que siguiera caminando. Los dos hombres alcanzaron la puerta de la muralla y salieron de la ciudad.

El Halach Uinich contempló cómo desaparecían y luego se volvió hacia el Ahuacán.

– Los dioses nos enviaron al lo'k'in putum con algún propósito -dijo-. No me gusta verlo marchar sin saber cuál era.

El Ahuacán se volvió hacia el Halach Uinich.

– La guerra de los dioses empezó antes de que el propio mundo existiera -dijo-. Esto es un pequeño acontecimiento en su devenir. Hoy, el final de los itzá está definitivamente más cerca.

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