Juan Miguel Aguilera, Eduardo Vaquerizo
Stranded (Naufragos)
Título original: Stranded (Náufragos)
© 2002
Entre los entusiastas de las grandes aventuras espaciales ¿quién no ha soñado alguna vez con una expedición destinada a explorar el planeta Marte? Se trata del único planeta del sistema solar que algún día podrán pisar los seres humanos. Cuerpo celeste que no está demasiado lejos de la Tierra, a 70 millones de kilómetros en la situación más favorable; que es rocoso como nuestro planeta, al contrario de los grandes planetas exteriores (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) todos gaseosos y por consiguiente imposible de caminar sobre ellos. Marte tiene atmósfera, aunque muy tenue; su temperatura media es del orden de -70° centígrados; y su gravedad la tara-a parte de la existente en nuestro planeta. Todas estas circunstancias hacen de él un planeta bastante inhóspito y sin embargo es el más apropiado para dirigir hacia él naves espaciales tripuladas atando la tecnología lo permita. La Luna está tan cerca de la Tierra en términos astronómicos, que hasta parece que forma parte de nuestro propio planeta. Pero atando los seres humanos pongan sus pies en Marte será el auténtico inicio de la exploración del sistema solar.
La novela «Stranded» es un magnífico ejemplo de las muchas peripecias que pueden ocurrir a un grupo de astronautas y cosmonautas en un viaje al planeta Marte y lo que se pueden encontrar al llegar allí.
El lector comprobará que los autores han sido muy ingeniosos al intentar reflejar en palabras las dramáticas situaciones que se presentan cuando se está indefenso en un mundo tan lejano y tan hostil como nuestro vecino Marte. La lucha por intentar sobrevivir y las sorpresas que se encuentran al iniciar su exploración.
Juan Miguel Aguilera y Eduardo Vaquerizo son dos excelentes escritores de libros de ficción científica. Aunque mucha gente no lo sabe, en España existe un importante plantel de escritores de este tipo de literatura y Juan Miguel y Eduardo son de los más destacados.
El interés por el planeta Marte siempre ha sido y continuará siendo muy grande desde que a finales del siglo XIX el astrónomo italiano Giovanni Schaparelli anunció que con un telescopio situado en la ciudad de Roma había observado un amplio conjunto de líneas rectas que cubrían una parte importante de la superficie de Marte. Algunos periodistas sensacionalistas llamaron a estas líneas «canales» e inmediatamente la imaginación popular se desbordó de forma incontrolada. En Marte -decían muchos de ellos- existía sin duda una civilización avanzada que había construido una amplia red de canales para transvasar agua desde sus zonas polares, donde era muy abundante, hasta las regiones ecuatoriales que eran áridas y secas.
Otros astrónomos como el americano Percival Lowell después de dedicar muchos años a estudiar Marte llegaron también a la conclusión de que nuestro planeta vecino debía estar habitado por una civilización más antigua y más avanzada que la nuestra. De aquí nacieron una serie de novelas de ficción científica en las que aguerridos mercenarios marcianos invadían nuestro planeta y trataban de destruir nuestra incipiente civilización.
Pero estas ideas no eran sólo sueños de imaginativos novelistas sino que en los libros de astronomía que se estudiaban en casi todas las universidades de la primera mitad del siglo pasado nadie se atrevía a decir la última palabra sobre el planeta Marte. Se decía que era posible que en Marte hubiera al menos gran variedad de plantas verdes y hasta animales poco evolucionados.
Por eso atando en 1957 comenzó la Era Espacial con la puesta en órbita por parte de la antigua Unión Soviética del Sputnik 1, los científicos comprendieron que una de las primeras tareas que había que realizar mediante la tecnología entonces incipiente era explorar Marte. La empresa no es nada fácil. Aunque la mínima distancia entre Marte y la Tierra es de unos 70 millones de kilómetros, por el espacio interplanetario siempre hay que viajar siguiendo una órbita kepleriana y esto obliga a recorrer aproximadamente 250 millones de kilómetros para llegar a ese planeta. Se trata de una enorme distancia en la que pueden surgir todo tipo de problemas y dificultades. A pesar de ello hasta la fecha se han enviado 30 sondas no tripuladas de las cuales sólo 11 han tenido éxito (un 37 %). La primera vez que se intentó fue en el año 1960y lo hizo la antigua Unión Soviética, pero su lanzamiento fracasó. Lo mismo ocurrió con los cinco intentos siguientes aunque dos de ellos tuvieron éxito en el lanzamiento pero fallaron durante su largo recorrido. Por fin en el año 1964 la NASA tuvo el primer éxito con la sonda Mariner 4, que en julio de 1965 sobrevoló el planeta sólo a unos 9.600 kilómetros de altura, una distancia muy pequeña en términos astronómicos pero demasiado grande para la precisión de los sistemas fotográficos espaciales de aquellos años, así es que las 22 fotografías obtenidas por esta sonda dieron muy poca información sobre los accidentes de su superficie que se veía salpicada de cráteres como los de la Luna aunque menos numerosos. Sin embargo esta nave hizo un experimento de ocultación muy interesante que permitió determinar la densidad de la atmósfera de Marte y que indicó claramente que al ser dicha atmósfera muy tenue, debería permitir la llegada a su superficie de la radiación ultravioleta procedente del Sol con una intensidad muy elevada, lo cual haría muy difícil la existencia de la vida.
Todas las otras sondas enviadas a Marte han buscando insistentemente indicios de vida en Marte, aunque fuera muy poco evolucionada, pero hasta la fecha no se han podido encontrar. Incluso las sondas Viking 1 y 2 enviadas también por la NASA que se posaron en su superficie a mediados de 1976, realizaron diversos experimentos bioquímicos pero todos también dieron resultados negativos. Por eso actualmente los científicos tienen puestas sus esperanzas en enviar astronautas y cosmonautas con el fin de poder descubrir lo que puede esconder Marte en su subsuelo en el cual, al amparo de la humedad que se supone debe existir, ya qué en tiempos remotos Marte tuvo grandes mares y caudalosos ríos, pueden encontrarse bacterias vivientes o fósiles de ellas.
«Stranded», sin embargo, no aborda el problema del envío de sondas sin tripular a Marte sino otro mucho más difícil todavía ya que la nave que llega al planeta, como ya se ha indicado, está tripulada por astronautas y cosmonautas.
Los viajes tripulados a cualquier planeta son muy complicados. Para ir a Marte con una sonda no tripulada se elige la posición relativa más favorable entre ese planeta y la Tierra. Entonces se coloca la nave espacial en órbita terrestre y mediante una órbita de transferencia se la envía a una órbita baja alrededor de Marte. La órbita de transferencia que conviene más es la propuesta en 1925 por un famoso ingeniero alemán Walter Homann. Se caracteriza por ser tangente a la órbita de salida y a la de llegada, de esta manera se puede realizar el viaje consumiendo la mínima energía posible y esto es muy importante en los viajes interplanetarios ya que los lanzadores espaciales aunque parecen muy potentes, son muy poco eficaces y no permiten alcanzar grandes velocidades en el espacio interplanetario.
Hasta aquí todo parece sencillo, aunque el viaje desde la Tiara hasta Marte siguiendo esta trayectoria tiene una duración aproximada de 8 ó 9 meses. El problema fundamental, tratándose de vuelos tripulados es que los que exploren Marte deben regresar a la Tierra sanos y salvos y para ello tendrían que esperar hasta que se produzca la siguiente situación favorable entre Marte y la Tierra. Como el año en la Tierra son 365 días y el de Marte son 687, esas posiciones favorables se repiten cada 25 meses aproximadamente, en consecuencia los astronautas deberán esperar en la superficie de Marte 16 meses (25 – 9) y luego hacer un viaje de regreso de 8 ó 9 meses de duración. En total un viaje de estas características duraría 34 meses aproximadamente, casi tres años.
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