Francis Carsac - Los habitantes de la nada

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Los habitantes de la nada: краткое содержание, описание и аннотация

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F. Borie es trasnportado en un platillo volante por los humanoides de piel verde, los Hiis, a los mundos extra-galácticos, para que les ayude en su lucha contra las criaturas metálicas devoradoras de soles: los Misliks.

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— Esto es un reob — dijo Souilik —. Espero que pronto tengas el tuyo.

En el interior había dos asientos gemelos, muy bajos. Souilik tomó el asiento del piloto. Despegamos muy rápidamente, sin deslizamos más que unos veinte metros sobre el césped. El reob, muy silencioso, parecía extraordinariamente manejable y seguro. Nos elevamos rápidamente y nos dirigimos en línea recta hacia el Oeste, en dirección a las montañas. Por la experiencia que tenía de nuestros aviones, la velocidad que llevábamos era de unos 600 Km./h. Después tuve ocasión de pilotar yo mismo un reob y puedo decirte que, por poco que uno quiera, alcanza fácilmente velocidades supersónicas.

Como puedes imaginarte, contemplaba con avidez el paisaje que discurría bajo nosotros, íbamos demasiado altos para poder distinguir detalles, pero algo me sorprendió en seguida: la ausencia total de ciudades. Esto me extrañó y lo manifesté a Souilik.

— En Ela — me respondió — stá prohibido construir más de tres casas en un radio de quinientos pasos.

— ¿Cuál es pues la población de Ela?

— Setecientos millones — respondió —. Pero no me preguntes más, pues para transmitir debo volverme, ya que no comprendes nuestra lengua articulada, y debo mirar adonde vamos.

Dejé, pues, de hacer preguntas. Sobrevolamos un bosque, de un curioso color amarillo, después unos riachuelos que se unían a un río que desembocaba en un mar. La cordillera de montañas formaba una gigantesca península. Empezamos a cruzarnos con otros aviones, algunos ligeros como el nuestro, otros enormes. Rodeamos el cabo que formaban las montañas en el mar y empezamos a descender rápidamente. Souilik se volvió, y me transmitió:

— A la izquierda, entre aquellos dos picos, está la Casa de los Sabios.

Entre los picos, el valle que descendía hasta una inmensa playa blanca había sido cerrado con una pared gigantesca, y había sido construida una enorme terraza artificial. En esta terraza, entre bosquecillos de árboles de follaje amarillo, violeta o verde, se levantaban unas alargadas construcciones, bajas y blancas. En el fondo una segunda pared daba lugar a una terraza superior, más pequeña, ocupada en su casi totalidad por un edificio de admirable elegancia que recordaba algo al Partenon.

Aterrizamos en la terraza baja cerca de un tupido bosque de árboles con hojas verdes que, en este mundo extraño, se me antojaron familiares.

Nos dirigimos a la segunda terraza, unida a la primera por una escalinata monumental. Souilik me la designó como «la Escalinata de las Humanidades». Contaba con ciento once peldaños. A cada lado y a nivel de cada peldaño, se elevaban unas estatuas de oro. Representaban unos seres más o menos humanos en filas de tres o cuatro de fondo, dándose la mano y en actitud de subir la escalera hasta la cima donde estaba situada una estatua de metal verde; ésta representaba a un Hiss, con los brazos extendidos en gesto de bienvenida. Algunas de estas imágenes eran muy extrañas y casi producían escalofríos. Vi caras sin nariz, otras sin orejas, otras con tres, cuatro o seis ojos, seres con seis miembros, algunos de belleza esplendorosa, otros inconcebiblemente repelentes, maltrechos y velludos. Pero absolutamente todos, de forma vaga e precisa, recordaban a nuestra propia especie, aunque sólo fuera por la colocación de la cabeza o la posición vertical. Mientras subíamos la escalera, los contemplaba, presa de un vago malestar con la idea de que no se trataba del producto de la imaginación de un artista, sino de la representación, lo más exacta posible, de los ochocientos sesenta y un tipos de humanidades conocidas por los Hiss. Los últimos peldaños estaban todavía vacíos. Souilik me señaló uno, a la cabeza de la extraña procesión:

— Este es tu sitio. Aquí será colocada vuestra humanidad. Y como sea que tú eres el primer representante llegado a Ela, tú serás el modelo. No sé a qué lado te pondrán. En principio debes ir a la derecha, con las razas que no han renunciado aún a las guerras planetarias.

A la izquierda, en el último peldaño ocupado y ante un macizo gigante de ojos pedunculados y calvo cráneo, se situaba una figura esbelta que me pareció totalmente humana, hasta que me fijé que sus manos sólo poseían cuatro dedos.

(En este momento no pude evitar el mirar a Ulna. Clair sonrió y continuó.)

Llegamos a la segunda terraza, pasando al lado de la estatua del Hiss. Entonces me volví y contemplé el paisaje. Por un raro efecto de perspectiva la terraza inferior parecía construida sobre el mar azul, recorrido por parsimoniosas olas de blancas crestas. Nuestro reob parecía minúsculo al lado del bosquecillo de hojas verdes. Otros aviones habían aterrizado, y algunos Hiss se dirigían a la escalinata. Miré por última vez a aquella estatua:

— ¿Quiénes son estos?

— Estos vienen de casi tan lejos como tú. Con nosotros, son los únicos que saben atravesar el ahun. Vinieron por sus propios medios. No les descubrimos nosotros, sino que fueron ellos quienes nos descubrieron. Se parecen mucho a vosotros los terrestres. De todas maneras, hasta ahora, sólo los Sabios los han visto de cerca. Por esto no puedo darte mayores detalles sobre ellos. Los Sabios ya te informarán si lo juzgan oportuno.

— ¿Qué son los Sabios? ¿Vuestro Gobierno?

— No, están por encima del Gobierno. Son los que saben y pueden.

— ¿Son ancianos?

— Algunos sí. Otros son jóvenes. Como tú, voy a verlos por primera vez. Debo este honor al hecho de haberte traído, aun en contra de la opinión de Aass.

— ¿Y Aass? ¿Qué representa aquí?

— Más adelante probablemente será un Sabio. Ahora vámonos ya. ¡Ha llegado el momento!

Seguimos caminando hasta el seudo-Partenón. Visto de cerca, resultó ser mucho mayor de lo que me había parecido. Una monumental puerta metálica, abierta, nos permitió la entrada. Souilik tuvo que parlamentar unos instantes con un guarda armado con unas ligeras varillas de metal blanco.

Recorrimos un corredor cuyas paredes estaban adornadas con frescos representando diversos paisajes extranjeros. No pude detenerme a contemplarlos. Al llegar al fondo del corredor, entramos en una salita atravesando una puerta de madera parda. Tuvimos que esperar unos momentos, mientras un Hiss, que desempeñaba el papel de Mayordomo, salía por una puerta opuesta a la que habíamos utilizado para entrar. Volvió al cabo de un instante y nos hizo seña de seguirle.

La sala donde penetramos me recordó, por su disposición, a un anfiteatro. Unos cuarenta Hiss ocupaban los asientos de las gradas y en la tribuna central había tres. Vi que algunos de ellos eran de avanzada edad: su piel era de un verde más descolorido, sus cabellos eran blancos y escasos pero, en cambio, ni una arruga surcaba sus caras.

Me hicieron tomar asiento en una de las butacas del anfiteatro. Entonces me sucedió algo que, sin tener ninguna importancia, me humilló considerablemente. Sin darme cuenta apreté un botón situado en el brazo derecho del asiento, y este se inclinó para atrás convirtiéndose en una cama, lo que me hizo dar un tumbo espectacular. Los Hiss son un pueblo alegre y burlón por naturaleza, y por esto el incidente provocó numerosas carcajadas. Más tarde me enteré de que el techo del anfiteatro es una enorme pantalla y los sillones están dispuestos de forma que se pueden seguir las proyecciones con toda comodidad.

Frente a los tres Hiss de la tribuna, Souilik dio su informe, en lenguaje articulado. Por lo tanto yo nada comprendí. El informe fue breve. Me sorprendió el hecho de que, a pesar de que se le veía impresionado por el respeto que infundía aquella asamblea, Souilik no hizo gesto alguno de ceremoniosa reverencia.

Tan pronto hubo terminado, el que ocupaba el centro de la tribuna, cuyo nombre era Azzlem, se volvió hacia mí y sentí que su pensamiento entraba en comunicación con el mío, sin las vacilaciones que a veces hacían dificultosas mis «conversaciones» con Souilik.

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