—Su número de serie era diferente del crono con el que Sauerabend empezó la gira. Normalmente nadie nota ese tipo de cosas, pero cuando terminó la gira el controlador era un tipo muy puntilloso y examinó los números de serie. Vio que se había cometido una sustitución y advirtió a la Patrulla.
—¡Oh! —exclamé débilmente— Interrogaron a Sauerabend —dijo Sam—. Intentó protegerse y te echó a ti toda la culpa. Y como no podía explicar la Sustitución de los cronos, la Patrulla obtuvo autorización para verificar todo el desarrollo de la gira.
—¡Oh, oh!
—Lo han controlado todo desde todos los ángulos. Vieron que abandonaste al grupo, vieron que Sauerabend saltaba en tu ausencia, me han visto con Metaxas y contigo devolviéndole a 1204.
—¿Así que los tres estamos en muy mal momento?
Sam sacudió la cabeza.
—Metaxas tiene influencia. Yo también. Saldremos con bien alegando que simplemente quisimos ayudar a un compañero en problemas. Pero con eso, acabamos. No podemos hacer nada por ti, Jud. La Patrulla quiere tu cabeza. Vieron cómo te desdoblaste en 1204 y han empezado a comprender que no eras sólo culpable de negligencia al dejar que se marchase Sauerabend, sino que habías incurrido en varias paradojas intentando ilegalmente enderezar la situación. Los cargos que pesan sobre ti son tan graves que no hemos podido hacer nada, y créeme, muchacho, hemos intentado todo. La Patrulla se ocupará de ti.
—¿Y eso?—pregunté casi sin aliento.
—Han ido a buscarte a 1204 dos horas antes de tu primer salto hacia 1105 para encontrarte con Pulcheria. Otro Guía te ha reemplazado en 1204; vas a ser devuelto al presente, a 2059, para ser juzgado por varios crímenes temporales.
—Así que…
—Así que —siguió Sam—, nunca has saltado a 1105 para encontrarte con Pulcheria. Todo este ligue con ella es un no-acontecimiento, y si la visitas, descubrirás que ella no recuerda haberse acostado contigo. Además, como no saltaste a 1105, evidentemente no has tenido ocasión de regresar a 1204 y darte cuenta de la ausencia de Sauerabend, y de todos modos, éste nunca estuvo en tu grupo. Así que nunca has dado ese salto de cincuenta y seis segundos hacia atrás que provocó la duplicación. Ni tú ni Jud B habéis existido jamás, pues vuestra existencia mutua proviene de un momento posterior a tu encuentro con Pulcheria; ahora bien, nunca la has visitado, pues te retiraron de la línea temporal antes de que tuvieras ocasión de saltar a 1105. Serás proyectado por la paradoja del Desplazamiento Transitorio mientras permanezcas en la línea; Jud B ha dejado de estar al abrigo de ella desde el instante en que volvió al presente y desapareció irremediablemente. ¿Vale?
—Sam —dije, temblando—, ¿qué le pasó al otro Jud… al… al… al verdadero Jud? Al que atraparon, al que devolvieron a 2059.
—Está encerrado: espera que le juzguen por crímenes temporales.
—¿Y yo?
—Si la Patrulla te encuentra, serás devuelto al tiempo actual y automáticamente aniquilado. Pero la Patrulla no sabe dónde estás. Si te quedas en Bizancio, serás descubierto tarde o temprano y será tu fin. Cuando me he enterado de todo esto que te cuento, he vuelto a advertirte. Ocúltate en la Prehistoria. Refúgiate en un período anterior al descubrimiento de la Bizancio griega: hacia el 700 antes de Cristo. Allí podrás arreglártelas. Te llevaremos libros, herramientas, todo lo que necesites. Habrá más gente, quizá nómadas… en todo caso, tendrás compañía. Para ellos, serás como un dios. Te adorarán, te ofrecerán una mujer cada día. Es tu única oportunidad, Jud.
—¡No quiero ser un dios prehistórico! ¡Quiero descender de nuevo al presente! ¡Y volver a ver a Pulcheria! ¡Y…!
—Imposible —declaró Sam, y sus palabras fueron como la hoja de la guillotina—. No existes. Sería un suicidio querer volver al presente. Si intentas acercarte a Pulcheria, la Patrulla te apresará y te llevarán al tiempo actual. Si no te ocultas, Jud, eres hombre muerto.
—¡Pero soy real, Sam! ¡Existo!
—Sólo existe el Jud Elliott que está en la cárcel. Tú eres un fenómeno residual, el producto de una paradoja, nada más. Pese a todo, te aprecio, muchacho, y por eso arriesgo mi propia realidad de negro para ayudarte, aunque no seas real. Créeme. ¡Créeme! Eres tu propio fantasma. ¡Haz las maletas y vete!
Llevo aquí tres meses y medio. Según el calendario que tengo al día, estamos a 15 de marzo de 3060 A.P. Eso es, poco más o menos, mil años antes de Cristo. La vida no es muy desagradable. Los habitantes de la zona son pequeños granjeros; quizá sean los restos del imperio hitita; los colonos griegos llegarán dentro de tres siglos. Empiezo a hablar el idioma local; es indo-europeo y lo aprendo deprisa. Como Sam predijo, soy un dios. Primero, cuando me vieron por primera vez, quisieron matarme, pero los asusté con el crono, saltando justo delante de sus narices y ahora no se atreven a molestarme. Con todo, procuro ser un dios benevolente. He descendido a la orilla del río que un día será llamado Bósforo y he rezado largamente, en inglés, para pedir buen tiempo. Los indígenas lo adoran.
Me dan todas las mujeres que quiero. La primera noche, me ofrecieron a la hija del jefe y, desde aquel momento, me he trabajado a toda la población núbil de la aldea. Creo que quieren que me case con una de las hijas, pero antes he de terminar la inspección.
No huelen muy bien, pero algunas son muy apasionadas.
Me siento terriblemente solo.
Sam ha venido a verme tres veces. Metaxas, dos. Los otros no han venido. No les culpo; los riesgos son muy grandes. Mis dos fieles amigos me han traído flotadores, libros, un láser, una gran caja de cubos musicales y muchas más cosas que, sin duda, dejarán perplejos a los arqueólogos.
—Tráeme a Pulcheria —le pedí a Sam—. Sólo una vez.
—No puedo —me contestó.
Y tiene razón. Sería un rapto y eso podría tener graves consecuencias; la Patrulla atraparía a Sam y me destruiría.
Echo de menos a Pulcheria atrozmente. ¿Sabe? Sólo hice el amor con ella aquella noche de 1204, pero tengo la impresión de conocerla muy bien. Ahora, lamento no haberla poseído en la taberna, cuando era Pulcheria Photis.
Mi bien amada. Mi provocativa tátara-tátara-multi-tátaraabuela. ¡No volveré a verte! Nunca más tocaré tu dulce piel, tu… no, no puedo torturarme así.
Intentaré olvidarte. ¡Ay!
Me consuelo, cuando no estoy atareado con mis deberes de deidad, escribiendo mis memorias. Todo está registrado, todos los detalles del modo en que caí aquí. Es un cuento con moraleja: cómo un joven lleno de futuro puede convertirse en una no-persona en sesenta y dos cortos capítulos. De vez en cuando, seguiré escribiendo. Diré lo que es ser un dios hitita. Veamos, mañana es la fiesta de la fertilidad y las diez hijas más bonitas de la aldea vendrán a la casa del dios para que…
¡Pulcheria!
Tengo mucho tiempo para pensar en ti.
También tengo tiempo para pensar en muchas cosas desagradables sobre mi destino final. No creo que la Patrulla Temporal me encuentre. Pero hay otra posibilidad.
La Patrulla sabe que me oculto en alguna parte de la línea, protegido por el Desplazamiento Transitorio.
La Patrulla quiere aniquilarme porque sólo soy producto de una paradoja.
Y la Patrulla tiene poder para hacerlo. Supongamos que despiden a Jud Elliott del Servicio Temporal antes de que comience el último y nefasto viaje. Si Jud Elliott no estuvo en Bizancio en aquella ocasión la probabilidad de mi existencia alcanza el cero absoluto y no estaré protegido por la paradoja del Desplazamiento Transitorio. La Ley de las Paradojas Menores interviene. Y yo desaparezco.
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