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Robert Silverberg: Tiempo de cambios

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Robert Silverberg Tiempo de cambios

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En Borthan, un planeta colonizado cientos de años atrás, la humanidad vive en paz, sin embargo el precio pagado parece demasiado elevado: nada es considerado más obsceno que el compartir los propios sentimientos con otro humano, y se ha prohibido el uso de la palabra “yo”. Kinnall Darival es un hombre que lo tiene todo en la vida para ser feliz. Solo una cosa le perturba: las convenciones sociales le impiden expresar sus sentimientos a la persona amada. Cuando conoce a Scxhweiz, un comerciante de la Tierra, este le ofrece una sustancia mágica capaz de derribar los muros entre las almas de los hombres. El sistema de valores de Darival se trastoca y experimenta cada vez más dudas que le conducirán a ser un proscrito entre los suyos y a provocar el dolor entre aquellos a los que ama.

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Robert Silverberg

Tiempo de cambios

Para Terry y Carol Carr

1

Soy Kinnall Darival, y voy a contártelo todo sobre mí.

Es una declaración que me resulta extraña. Observo la página y reconozco mi escritura — letras estrechas, rojas, verticales, sobre el áspero papel gris —, y veo mi nombre, y oigo en mi mente los ecos del impulso cerebral que engendró esas palabras. «Soy Kinnall Darival, y voy a contártelo todo sobre mí.» Increíble.

Esto será lo que el terrestre Schweiz llamaría una autobiografía. Es decir, un relato de la persona y acciones de uno, escrito por uno mismo. No es una forma literaria que entendamos en nuestro mundo; debo inventar mi propio método narrativo, ya que no tengo precedentes que me guíen. Pero es lo que debe ser. En este planeta mío ahora estoy solo. En cierto sentido he inventado un nuevo modo de vida, seguramente puedo inventar un nuevo tipo de literatura. Siempre me han dicho que tengo talento para las palabras.

Me hallo en una choza de tablas, en las Tierras Bajas Abrasadas, escribiendo obscenidades mientras aguardo la muerte, y alabándome por mi talento literario.

«Soy Kinnall Darival.»

¡Obsceno! ¡Obsceno! En esta página ya he utilizado el pronombre «yo» casi veinte veces, creo. Soltando también, descuidadamente, palabras tales como «mi», «mí», «me», tantas veces que no quiero ni contarlas. Un torrente de desvergüenza. Yo yo yo yo yo. Aunque expusiera mi virilidad en la Capilla de Piedra de Manneran el Día de la Elección del Nombre, no estaría haciendo algo tan detestable como lo que ahora hago aquí. Casi podría reírme. Kinnall Darival practicando un vicio solitario. En este sitio desgraciado y desierto se frota su apestoso ego y grita al viento cálido pronombres ofensivos, con la esperanza de que serán llevados por las ráfagas y ensuciarán a sus semejantes. Anota frase tras frase en la desnuda sintaxis de la locura. Si pudiera, te sujetaría por la muñeca y te vertería cascadas de basura en la oreja, aunque no quisieras. ¿Y por qué? ¿Está de veras demente el orgulloso Darival? ¿Su vigoroso espíritu se ha derrumbado del todo bajo las dentelladas de serpientes mentales? ¿No queda más que su cáscara, sentada en esta mísera choza, haciéndose cosquillas obsesivamente con palabras vergonzosas, murmurando «yo» y «mí» y «me», amenazando turbiamente con revelar las intimidades de su alma?

No. Es Darival quien está cuerdo, y vosotros los que están enfermos, y aunque sé lo descabellado que esto suena, no lo cambiaré. No soy ningún lunático que murmura obscenidades para sacar un poco de placer a un frío universo. He pasado por un tiempo de cambios y he sido curado de la enfermedad que afecta a quienes habitan mi mundo, y escribiendo lo que me propongo escribir tengo la esperanza de curarte a ti también, aunque sé que estás en camino hacia las Tierras Bajas Abrasadas para matarme por mis esperanzas.

Sea, pues.

Soy Kinnall Darival, y voy a contártelo todo sobre mí.

2

Aún me acosan persistentes vestigios de las costumbres contra las cuales me rebelo. Tal vez puedas empezar a comprender cuánto me cuesta encuadrar mis frases en este estilo, retorcer mis verbos para que correspondan a la construcción en primera persona. Hace diez minutos que escribo, y tengo el cuerpo cubierto de sudor, no el sudor caliente del aire abrasador que me rodea, sino el sudor húmedo y pegajoso del esfuerzo mental. Conozco el estilo que debo usar, pero los músculos de mi brazo se rebelan contra mí, y luchan por escribir las palabras al viejo estilo, diciendo: «Hace diez minutos que uno escribe y tiene el cuerpo cubierto de sudor»; diciendo: «Uno ha pasado por un tiempo de cambios, y ha quedado curado de la enfermedad que afecta a quienes habitan su mundo». Supongo que gran parte de lo que escribí podría haber sido expresado al modo antiguo sin problemas; pero estoy en guerra contra la gramática de mi mundo, negadora del yo, y si fuese necesario defenderé con mis propios músculos el derecho de ordenar mis palabras de acuerdo con mis actuales ideas filosóficas.

En todo caso, aunque mis anteriores hábitos me traicionen haciéndome construir erróneamente mis frases, lo que quiero decir traspasará el telón de palabras. Tal vez diga: «Soy Kinnall Darival, y voy a contártelo todo sobre mí», o tal vez diga: «Uno se llama Kinnall Darival y va a contártelo todo sobre él». pero no hay verdadera diferencia. De un modo u otro, el contenido de la declaración de Kinnall Darival es — según tus normas, según las normas que yo quiero destruir — repugnante, despreciable, obsceno.

3

También me inquieta, por lo menos en estas primeras páginas, la identidad de mi público. Supongo, porque debo hacerlo, que tendré lectores. Pero ¿quiénes son esos lectores? ¿Quiénes son ustedes? Acaso hombres y mujeres de mi planeta natal que vuelven furtivamente mis páginas a la luz de una antorcha, temerosos de la llamada a la puerta. O quizá habitantes de otros mundos que leen por diversión, escudriñando mi libro en busca de la percepción que pueda darles de una sociedad extraña y repelente. No lo sé. No puedo establecer ninguna relación fácil contigo, mi lector desconocido. Cuando concebí por vez primera mi plan de poner mi alma sobre papel, creí que sería sencillo, una mera confesión, nada más que una prolongada sesión con un drenador imaginario que escucharía interminablemente y al final me absolvería. Pero ahora advierto que debo adoptar otro enfoque. Si no eres de mi mundo, o si eres de mi mundo pero no de mi época, es posible que encuentres aquí muchas cosas incomprensibles.

Por lo tanto debo explicar. Quizá explique demasiado, y te ahuyente machacándote lo obvio. Perdóname si te instruyo sobre lo que ya sabes. Perdóname si mi tono y modo de ataque presentan incoherencias, y parezco estar hablándole a otro. Es que no serás para mí una figura inmóvil, lector desconocido. Para mí tendrás muchas caras. Ahora veo la nariz ganchuda de Judd el drenador, y ahora la afable sonrisa de mi hermano vincular Noim Condorit, y ahora la suavidad de mi hermana vincular Halum, y ahora eres el tentador Schweiz, de la pobre Tierra, y ahora el hijo del hijo del hijo del hijo de mi hijo, que nacerás dentro de muchos años y ansiarás saber qué clase de hombre era tu antepasado, y ahora eres algún forastero de otro planeta, para quien nosotros, los de Borthan, somos grotescos, misteriosos y desconcertantes. No te conozco, por eso seré torpe al tratar de hablar contigo.

¡Pero, por la Puerta de Salla, antes de que termine este relato me conocerás como nunca ha conocido nadie a un hombre de Borthan!

4

Soy un hombre de edad mediana. Desde el día en que nací, Borthan ha viajado treinta veces alrededor de nuestro sol verdedorado, y en nuestro mundo se considera viejo a un hombre si ha vivido durante cincuenta de esas vueltas, mientras que el más anciano de que he oído hablar murió casi en la octogésima. Acaso eso te permita calcular la duración de nuestras Vidas, en función de la tuya, si resultas ser de otro mundo. El terrestre Schweiz se atribuía una edad de cuarenta y tres años según cómputos de su planeta; sin embargo, no parecía mayor.

Mi cuerpo es fuerte. Aquí cometeré un doble pecado, ya que no sólo hablaré de mí sin avergonzarme, sino que mostraré orgullo y placer por mi yo físico. Soy alto: una mujer de estatura normal apenas me llega a la bóveda inferior del pecho. Mi pelo, que es negro y largo, me cae sobre los hombros. Recientemente han aparecido en él hebras grises, como así también en mi barba, que es abundante y apretada, y me cubre gran parte de la cara. Mi nariz es prominente y recta, con puente ancho y ventanas amplias; mis labios son carnosos y me dan, se dice, un aspecto sensual; mis ojos son de un color pardo oscuro, y están bastante separados. Según me han dado a entender, parecen los ojos de alguien que ha estado habituado durante toda su vida a dar órdenes a otros.

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