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Robert Silverberg: Tiempo de cambios

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Robert Silverberg Tiempo de cambios

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En Borthan, un planeta colonizado cientos de años atrás, la humanidad vive en paz, sin embargo el precio pagado parece demasiado elevado: nada es considerado más obsceno que el compartir los propios sentimientos con otro humano, y se ha prohibido el uso de la palabra “yo”. Kinnall Darival es un hombre que lo tiene todo en la vida para ser feliz. Solo una cosa le perturba: las convenciones sociales le impiden expresar sus sentimientos a la persona amada. Cuando conoce a Scxhweiz, un comerciante de la Tierra, este le ofrece una sustancia mágica capaz de derribar los muros entre las almas de los hombres. El sistema de valores de Darival se trastoca y experimenta cada vez más dudas que le conducirán a ser un proscrito entre los suyos y a provocar el dolor entre aquellos a los que ama.

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Mientras sueña, nuestra mente vive en muchos niveles. En un nivel yo era un observador objetivo que flotaba en un halo de luz lunar cerca del techo de la choza, contemplando mi propio cuerpo dormido. En otro nivel yo dormía. El yo soñado que dormía no notaba la presencia de Halum, pero el yo soñado que observaba la advertía, y yo, el verdadero soñador, los advertía a los dos, y también advertía que todo lo que estabaviendo me llegaba en una visión. Pero inevitablemente estos niveles de la realidad se mezclaban un poco, de modo que no podía estar seguro de quién era el soñador y quién el soñado, ni tampoco lo estaba de que la Halum que se me presentaba con tal resplandor fuese un producto de mi fantasía y no la Halum viva a quien había conocido.

—Kinnall — susurró ella, y en el sueño imaginé que el yo soñado que dormía despertaba y se alzaba sobre los codos, con Halum arrodillada junto al camastro. Halum se inclinó hasta con los senos el hirsuto pecho de aquel hombre que era y me toco los labios con los suyos en una fugaz caricia, y dijo: — Pareces muy cansado, Kinnall.

—No debiste venir aquí.

—Una hacía falta y vino.

—No está bien Entrar sola en las Tierras Bajas Abrasadas en busca de quien te ha traído sólo daño…

—El vínculo que la liga a una contigo es sagrado.

—Bastante has sufrido por ese vínculo, Halum.

—Una no ha sufrido nada — dijo ella, y me besó la sudorosa frente —. ¡Cómo debes de sufrir tú, escondido en este lúgubre horno!

—Es lo que uno se ganó, nada más — repuse.

Hasta en el sueño le hablé a Halum en la forma gramatical cortés. Nunca me había resultado fácil usar la primera persona con ella; por cierto que nunca la usé antes de mis cambios, y después, cuando no quedaba motivo alguno para que fuera casto con ella, seguí sin poder hacerlo. Mi alma y mi corazón habían anhelado decir «yo» a Halum, y el decoro puso un candado a mi lengua y mis labios.

—Mereces mucho más que este lugar — dijo ella —. Debes salir del exilio. Debes guiarnos, Kinnall, hacia un nuevo Pacto un Pacto de amor, de confianza mutua.

—Uno teme haber fracasado como profeta. Uno duda de que valga la pena insistir en estos esfuerzos.

—¡Todo era tan extraño para ti, tan nuevo! — exclamó Halum —. Pero fuiste capaz de cambiar, Kinnall, y de llevar cambios a otros…

—De causar dolor a otros y a uno mismo.

—No. No. Lo que trataste de hacer estaba bien. ¿Cómo puedes darte por vencido ahora? ¿Cómo puedes resignarte a la muerte. ¡Afuera hay un mundo que necesita ser liberado, Kinnall.

—Uno esta atrapado en este lugar. Su captura es inevitable.

—El desierto es ancho. Puedes escabullirte.

—El desierto es ancho, pero las puertas son pocas, y todas están vigiladas. No hay salida.

La muchacha sacudió la cabeza y sonrió, y apretó con urgencia las manos contra mis caderas, y dijo con voz cargada de esperanza:

—Yo te pondré a salvo. Ven conmigo, Kinnall.

El sonido de ese «yo», y luego del «conmigo», saliendo de la imaginada boca de Halum, cayó sobre mi alma que soñaba con una lluvia de clavos herrumbrados, y la impresión de oír esas obscenidades en su dulce voz casi me despertó. Les digo esto para dejar en claro que no estoy plenamente convertido a mi propio modo de vida cambiado, que los reflejos de mi crianza me gobiernan todavía en los rincones más hondos de mi alma. En sueños revelamos nuestro yo verdadero, y mi reacción de entumecida consternación ante las palabras que yo había puesto (porque ¿quién otro pudo haberlo hecho?) en labios de la Halum de mi sueño me decían mucho acerca de mis actitudes más recónditas. Lo que ocurrió después fue también revelador, aunque mucho menos sutil. Para apremiarme a que abandonara el lecho, Halum deslizó las manos por mi cuerpo, abriéndose paso entre la enredada mata que me cubría el vientre, y sus frescos dedos asieron la tiesa vara de mi sexo. Instantáneamente mi corazón retumbó, y la simiente me saltó a chorros, y el suelo se agitó como si las Tierras Bajas se estuviesen partiendo, y Halum lanzó un gritito de miedo. Quise sujetarla, pero se estaba volviendo nebulosa e insustancial, y en una terrible convulsión del planeta la perdí de vista y ya no la encontré más. Había querido decirle tantas cosas, hacerle tantas preguntas. Desperté, atravesando los niveles del sueño. Me encontré, por supuesto, solo en la choza, con la piel pegajosa a causa de mis efusiones, y asqueado por las maldades que había urdido mi vergonzosa mente durante la noche, mientras podía vagar sin trabas.

—¡Halum! — grité —. ¡Halum, Halum, Halum!

Mi voz hizo temblar la cabaña, pero Halum no volvió. Y lentamente mi cerebro nublado por el sueño entendió la verdad: que la Halum que me había visitado era irreal.

Sin embargo, los de Borthan no tomamos esas visiones con ligereza. Me levanté, salí de la cabaña a la oscuridad exterior y me paseé de un lado a otro, arrastrando los pies descalzos en la arena mientras me esforzaba por justificar esas invenciones ante mí mismo. Lentamente me tranquilicé. Lentamente logré un equilibrio. Sin embargo, pasé horas sentado junto al umbral sin dormir, hasta que me tocaron los primeros dedos verdes de la aurora.

Sin duda alguna, convendrán conmigo en que un hombre que ha estado un tiempo lejos de las mujeres, viviendo bajo las tensiones que he conocido desde mi fuga a las Tierras Bajas Abrasadas experimentará ocasionalmente ese tipo de erupciones sexuales mientras duerme, y en ellas no hay nada antinatural. Debo afirmar también, aunque muy pocas pruebas tengo para demostrarlo, que muchos hombres de Borthan se sorprenden abandonándose en el sueño a expresiones de deseo hacia sus hermanas vinculares, simplemente por estar dichos deseos tan rígidamente reprimidos durante la vigilia. Y además, aunque Halum y yo disfrutamos de intimidades espirituales mucho mayores de las que suelen disfrutar los hombres con sus hermanas vinculares, ni una sola vez la busqué físicamente, ni tuvo lugar nunca tal unión. Da crédito a mi palabra, si quieres: en estas páginas te contaré tantas cosas deshonrosas para mi, sin tratar de ocultar lo vergonzoso, que si hubiera violado el vínculo de Halum te lo contaría también. Por eso debes creer que no hice tal cosa. No puedes declararme culpable de pecados cometidos en sueños.

Yo, sin embargo, me sentí culpable mientras la noche se disipaba y comenzaba la mañana, y sólo al purgarme ahora, poniendo por escrito el incidente, abandona mi espíritu la oscuridad. Creo que lo que realmente me ha turbado estas últimas horas no es tanto mi pequeña y sórdida fantasía sexual, por lo cual probablemente hasta mis enemigos me perdonarían, como mi convicción de ser responsable de la muerte de Halum, por la cual no puedo perdonarme yo mismo.

9

Quizá debiera explicar que cada hombre de Borthan, y lo mismo cada mujer, son prometidos al nacer o poco después a una hermana vincular y un hermano vincular. Ningún miembro de una de esas triples uniones puede ser pariente consanguíneo de ningún otro. Los vínculos son dispuestos poco después de ser concebido un niño, y suelen ser motivo de intrincadas negociaciones, ya que habitualmente se tiene más intimidad con un hermano vincular y una hermana vincular que con la propia familia de sangre; por eso un padre tiene hacia su hijo la obligación de establecer los vínculos con cuidado.

Como yo era segundo hijo de un septarca, disponer mis vínculos fue cuestión de gran ceremonia. Habría sido muy democrático, pero poco sensato, vincularme con la hija de un campesino, ya que uno debe criarse en el mismo plano social que su pariente vincular para que la relación produzca algún beneficio. Por otro lado, no se me podía vincular con pariente de algún otro septarca, ya que algún día el destino podía elevarme al trono de mi padre, y un septarca no debe enredarse en lazos vinculares con la familia real de otro distrito, so pena de que su libertad de decisión quede restringida. Era necesario entonces vincularme con hijos de nobles, pero no de reyes.

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