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Robert Silverberg: Tiempo de cambios

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Robert Silverberg Tiempo de cambios

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En Borthan, un planeta colonizado cientos de años atrás, la humanidad vive en paz, sin embargo el precio pagado parece demasiado elevado: nada es considerado más obsceno que el compartir los propios sentimientos con otro humano, y se ha prohibido el uso de la palabra “yo”. Kinnall Darival es un hombre que lo tiene todo en la vida para ser feliz. Solo una cosa le perturba: las convenciones sociales le impiden expresar sus sentimientos a la persona amada. Cuando conoce a Scxhweiz, un comerciante de la Tierra, este le ofrece una sustancia mágica capaz de derribar los muros entre las almas de los hombres. El sistema de valores de Darival se trastoca y experimenta cada vez más dudas que le conducirán a ser un proscrito entre los suyos y a provocar el dolor entre aquellos a los que ama.

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Flanquean las Tierras Bajas dos inmensas cordilleras: las Huishtor al este, las Threishtor al oeste. Estas montañas empiezan en la costa norte de Velada Borthan virtualmente a orillas del mar Polar del Norte, y siguen hacia el sur, curvándose gradualmente hacia el interior; ambas cordilleras se unirían no lejos del golfo de Sumar si no las separara la Quebrada de Stroin. Son tan altas que interceptan todos los vientos. Por lo tanto, sus laderas internas son estériles, pero las laderas que dan a los océanos gozan de fertilidad.

En Velada Borthan el género humano ha excavado su dominio en dos fajas costeras, entre los océanos y las montañas. En la mayoría de los sitios la tierra es, a lo sumo, marginal, de modo que nos cuesta mucho conseguir todos los alimentos que necesitamos, y la vida es una lucha constante contra el hambre. Uno suele preguntarse por qué nuestros antepasados, cuando llegaron a ese planeta, hace tantas generaciones, eligieron a Velada Borthan para instalarse; habría sido mucho más fácil cultivar en el continente vecino de Sumara Borthan y tal vez hasta el pantanoso Dabis habría ofrecido más satisfacción. La explicación que se nos da es que nuestros antepasados eran personas severas y diligentes, que gustaban de las dificultades, y temían dejar que sus hijos moraran en un sitio donde la vida pudiera ser insuficientemente dura. Las costas de Velada Borthan no eran inhabitables ni demasiado cómodas, por lo tanto, se adecuaban a dichos fines. Creo que esto es verdad, ya que sin duda la principal herencia que tenemos de esos antiguos es la idea de que la comodidad es pecado, y la facilidad perversión. Sin embargo, mi hermano vincular, Noim, comentó una vez que los primeros pobladores eligieron Velada Borthan porque allí descendió su astronave, y habiendo recorrido las inmensidades del espacio les faltaba energía para atravesar aunque fuera un solo continente más en busca de un hogar mejor. Yo lo dudo, pero el tono burlón de esta idea es característico del gusto de mi hermano vincular por la ironía.

Los primeros en llegar establecieron su colonia inicial en la costa occidental, en el paraje que llamamos Threish, es decir el sitio del Pacto. Se multiplicaron con rapidez, y como eran una tribu empecinada y pendenciera, se dividieron pronto, yendo tal y cual grupo a vivir aparte. Así se originaron las nueve provincias occidentales. Todavía sigue habiendo acerbas disputas fronterizas entre ellas.

A su tiempo se agotaron los limitados recursos del oeste, y los emigrantes buscaron la costa oriental. Entonces no teníamos transporte aéreo; y no es que ahora tengamos mucho: no somos gente aficionada a la mecánica, y carecemos de recursos naturales utilizables como combustible. Por eso fueron hacia el oeste en terramóviles o en lo que entonces hacía las veces del terramóvil. Fueron descubiertos los tres pasos de las Threishtor, y los audaces entraron valerosamente en las Tierras Bajas Abrasadas. Solemos cantar largas epopeyas míticas acerca de las penurias de esas travesías. Subir a las Threishtor para llegar a las Tierras Bajas era difícil, pero salir por el otro lado era casi imposible, ya que el ser humano desde la región de tierra roja tiene una sola ruta para cruzar las Huishtor: la Puerta de Salla, que costó no poco encontrar. Pero la encontraron, e irrumpieron por ella, y establecieron mi país de Salla. Cuando empezaron las reyertas, muchos fueron al norte y fundaron Glin; y más tarde otros fueron al sur para instalarse en la sagrada Manneran. Durante mil años bastó tener sólo tres provincias en el este, hasta que en una nueva disputa se formó el pequeño pero próspero reino marítimo de Krell con una punta de Glin y otra de Salla.

Hubo también algunos que no toleraron la vida en Velada Borthan y se hicieron a la mar desde Manneran para ir a establecerse en Sumara Borthan. Pero no es necesario hablar de ellos en una lección de geografía; mucho tendré que decir sobre Sumara Borthan y su gente cuando empiece a explicar los cambios que entraron en mi vida.

7

Qué miserable es esta cabaña donde ahora me oculto. Las paredes de tablas fueron armadas ya como al descuido, y ahora están torcidas, de modo que se abren huecos en las junturas y ningún ángulo está bien. El viento del desierto pasa por aquí sin encontrar obstáculo. Una fina capa de tierra roja cubre la hoja donde escribo; tengo las ropas apelmazadas, hasta mi pelo tiene un tinte rojizo. Criaturas de las Tierras Bajas reptan libremente junto a mí: veo ahora dos que se mueven por el piso de tierra; una cosa con muchas patas, del tamaño de mi dedo pulgar, y una lerda serpiente de dos colas, más corta que mi pie. Han pasado horas enteras girando ociosamente una alrededor de la otra, como si quisieran ser enemigos mortales pero no pudieran decidir cuál de ellas va a comer a la otra. Acompañantes aburridos para horas de calor.

Pero no debería burlarme de este sitio. Alguien se molestó en arrastrar hasta aquí los materiales para que los cazadores fatigados pudiesen refugiarse en esta inhóspita tierra. Alguien la construyó, sin duda con más cariño que habilidad, y la dejó aquí para mí, y me es útil. Acaso no sea un hogar adecuado para el hijo de un septarca, pero he conocido bastantes palacios y ya no necesito muros de piedra y cielos rasos con aristas. Este es un sitio tranquilo. Estoy lejos de los pescadores y los drenadores y los vendedores de vino, y las canciones de los mercaderes que resuenan en las calles de las ciudades. Aquí un hombre puede pensar; un hombre puede mirar dentro de su alma y encontrar esas cosas que lo han moldeado, y sacarlas afuera, y examinarlas, y llegar a conocerse. En este mundo nuestro la costumbre nos prohíbe dar a conocer nuestras almas a otras personas, sí, pero ¿por qué nadie antes de mí ha observado que esa misma costumbre, sin proponérselo, nos impide llegar a conocernos a nosotros mismos? Casi toda mi vida mantuve las murallas sociales apropiadas entre mí y los demás, mientras esas murallas no cayeron no advertí que también me había aislado de mí mismo. Pero aquí en las Tierras Bajas Abrasadas he tenido tiempo de reflexionar sobre estas cuestiones, y de llegar a comprenderlas. No es este el lugar que yo hubiese elegido, pero no soy desdichado aquí.

No creo que me encuentren, al menos por algún tiempo.

Ya está demasiado oscuro aquí dentro para escribir. Saldré a la puerta de la cabaña y miraré cómo llega la noche volando por las Tierras Bajas hacia las Huishtor. Tal vez atraviesen el crepúsculo algunas aves-punzón que regresan después de una cacería infructuosa. Las estrellas resplandecerán. Una vez Schweiz trató de mostrarme el sol de la Tierra desde una cima en Sumara Borthan, e insistió en que podía verlo, y me rogó mientras señalaba, que siguiera la mano con la mirada, pero creo que estaba jugando conmigo. Pienso que no se puede ver ese sol desde nuestro sector de la galaxia. Schweiz jugaba muchas veces conmigo cuando viajábamos juntos, y tal vez lo vuelva a hacer algún día, si llegamos a encontrarnos de nuevo, si todavía vive.

8

Anoche, en un sueño, mi hermana vincular Halum Helam vino a mí.

Con ella nunca podrá haber más juegos, y sólo conseguirá llegar a mí a través del resbaladizo túnel de los sueños. Por eso, mientras dormía, Halum brilló más en mi mente que cualquiera de las estrellas que iluminan este desierto; pero el despertar me trajo tristeza y vergüenza, y el recuerdo de haberla perdido a ella, que es irremplazable.

La Halum de mi sueño no vestía más que un tenue velo, a través del cual le asomaban los pequeños pechos de puntas rosadas, y los esbeltos muslos, y el chato vientre, el vientre de una mujer que no ha tenido hijos. No era así como solía vestirse en vida, especialmente cuando visitaba a su hermano vincular, pero ésta era la Halum de mi sueño, a la que mi alma solitaria y turbada volvía atrevida. La sonrisa de Halum era cálida y tierna, y los ojos relucientes y oscuros le brillaban de amor.

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