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Robert Silverberg: Por el tiempo

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: Por el tiempo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 1990, ISBN: 84-7813-064-0, издательство: Miraguano Ediciones, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Silverberg Por el tiempo

Por el tiempo: краткое содержание, описание и аннотация

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Una novela de atmósfera ciber-punk sobre los viajes por el tiempo, un tema apasionante que en este libro queda reflejado de una manera bastante decente, en especial todo lo relacionado con las paradojas espacio-temporales. Además, el libro nos aporta una minilección de historia sobre Constantinopla que ameniza la acción. En definitiva un libro agradable, entretenido y rápido de leer cuya única falta estribaría en algunas caracterizaciones de algunos personajes. Aparte de esto, solo mencionar lo deplorable de la edición española, plagada de errores tanto lingüísticos como de traducción. Aún así, es muy recomendable para todos aquellos amantes de los viajes temporales.

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—No estarán allí —contestó Sam— Nunca habrán sido vendidos. Y los compradores no recordarán haberlos recibido. Toda la trama del tiempo quedará restaurada y la Patrulla no se dará cuenta de nada, y…

—Te olvidas de un pequeño detalle —sugerí.

—¿Cuál?

—En toda esta confusión, he generado un segundo Jud Elliott. ¿Qué va a ser de él?

—¡Dios mío! —exclamó Sam—. Me había olvidado de él.

58

Me había pasado mucho tiempo en 1105 y pensé que ya era hora de volver a 1204 para advertir a mi alter ego de lo que pasaba. Descendí por la línea y entré en el albergue a las tres y cuarto de la misma larga noche en la que Conrad Sauerabend desapareció. Mi otro yo estaba derrumbado sobre la cama, examinando las gruesas vigas del techo.

—¿Bien?—preguntó—. ¿Cómo van las cosas?

—Catastróficas. Salgamos al pasillo.

—¿Qué es lo que pasa?

—Agárrate —le pedí—. Hemos encontrado por fin la pista de Sauerabend. Saltó a 1199 y se hizo pasar por posadero. Un año después, se casó con Pulcheria.

Vi cómo se descomponía la cara de mi otro yo.

—El pasado se ha alterado —continué—. León Ducas se ha casado con otra mujer, una tal Euprepia no sé cuántos, que le ha dado dos hijos y medio. Pulcheria es sirvienta en la taberna de Sauerabend. La he visto. No sabia quién era yo, pero me propuso echar un polvo por dos besantes. Sauerabend hace contrabando a lo largo de la línea, y…

—No digas más —declaró—, no quiero oír nada más.

—Todavía no te he dado las buenas noticias.

—¿Hay buenas noticias?

—Vamos a suprimir retroactivamente todo eso. Sam, Metaxas y tú, vais a seguir la pista de Sauerabend desde 1105 hasta el momento de su llegada en 1099, impidiendo que se instale y devolviéndole aquí, esta misma noche. Y toda la historia quedará borrada.

—¿Qué nos pasará a nosotros? —me preguntó mi alter ego.

—Lo hemos discutido, al menos de un modo aproximado —contesté vagamente—. No hay nada seguro. Aparentemente, los dos estamos protegidos por el Desplazamiento Transitorio y seguiremos existiendo aunque Sauerabend sea devuelto a su propia línea temporal.

—Pero, ¿de dónde procedemos? ¡No podemos haber sido creados de la nada! La conservación de la masa…

—Uno de nosotros está aquí desde el principio —le recordé—. De hecho, yo estoy aquí desde el principio. Te creé al volver cincuenta y seis segundos por nuestra línea temporal.

—¡Una leche! —protestó—. Yo estoy en esta línea temporal desde el principio, e hice todo lo que debía hacer. Eres tú quien llegó de ninguna parte. Muchacho, tú eres una paradoja.

—Si es cierto, y lo es, que he vivido cincuenta y seis segundos más que tú, yo tengo que haber sido creado antes.

—Fuimos creados en el mismo instante, el 11 de octubre de 2035 —afirmó—. El hecho de que nuestras líneas temporales se hayan entremezclado a causa de tus memeces no significa, en lo más mínimo, que uno de nosotros sea más real que el otro. La cuestión no estriba en saber cuál de los dos es el verdadero Jud Elliott, sino cómo vamos a poder vivir sin que se junten nuestros caminos.

—Deberemos establecer un reparto muy cuidadoso del tiempo —contesté—. Uno de nosotros debe trabajar como Guía mientras el otro se oculta en la línea. Y debemos evitar encontrarnos juntos en el mismo momento de la línea. Pero ¿cómo…?

—Lo tengo —dijo—. Viviremos en la base temporal de 1105 como Metaxas y para nosotros ése será el continuo. Siempre habrá uno de nosotros viviendo como Jorge Markezinis en la villa de Metaxas a principios del siglo XII. El otro trabajará como Guía durante un período dado, durante el cual tendrá vacaciones y giras…

—… evitando disfrutar de sus vacaciones en 1105.

—Exacto. Y cuando ese período de trabajo termine, volverá a la casa de Metaxas y adoptará el nombre de Markezinis, y el otro descenderá por la línea para recuperar su trabajo como Guía…

—… y si todo eso va bien coordinado no habrá razón para que nos descubra la Patrulla.

—¡Soberbio!

—Y el que sea Markezinis —terminé—podrá seguir viendo a Pulcheria sin que ella sepa que hacemos cambios de vez en cuando.

—En cuanto Pulcheria vuelva a ser ella misma.

—En cuanto Pulcheria vuelva a ser ella misma —repetí.

El pensamiento nos desilusionó. Nuestro maravilloso plan para alternar nuestras identidades no significaba que pudiéramos resolver todos los problemas ocasionados por Sauerabend.

Verifiqué la hora.

—Vuelve a 1105 para ayudar a Sam y a Metaxas —le dije—. Vuelve a las tres y media.

—De acuerdo —confirmó antes de marchar.

59

Volvió a su hora con aspecto desalentado y me dijo:

—Esperamos todos nosotros el 9 de agosto de 1100 junto al muro de Blachernae a unos cien metros a la derecha de la primera puerta.

—¿Qué pasó?

—Ven a verlo tú mismo. Me pone enfermo pensar en ello. Ven, haz lo que tienes que hacer y toda esta pesadilla terminará. ¡Vamos! Salta y únete a nosotros ahí abajo.

—¿A qué hora? —preguntó.

Pensó durante un momento.

—A las doce y veinte de la mañana, más o menos.

Salí del albergue y avancé hasta la muralla, luego ajusté el crono cuidadosamente y salté. El paso de la negra noche a la luz del día me cegó durante un instante; cuando dejé de parpadear, vi que me encontraba ante un trío de sombrío semblante: Sam, Metaxas y Jud B.

—¡Dios mío! —exclamé—. ¡No me digas que hemos hecho otra duplicación!

—Esta vez sólo es la paradoja de la Acumulación Temporal —me explicó mi alter ego—. No es tan grave.

—Pero, si estamos aquí los dos, ¿quién vigila a nuestros clientes en 1204?

Yo estaba tan turbado que no podía razonar.

—¡Idiota! —me dijo con voz seca—. ¡Piensa en cuatro dimensiones! ¿Cómo puedes ser yo mismo y ser tan estúpido? Escucha, yo he saltado aquí desde un punto de aquella noche de 1204, y tú has saltado desde otro punto situado un cuarto de hora más tarde. Cuando volvamos, cada uno lo hará a su punto de partida en la línea. Yo debo volver a las tres y media, y tú a las cuatro menos cuarto, pero eso no significa que ahora no esté allí uno de nosotros.

Mi mirada barrió los alrededores. Vi al menos cinco grupos de Metaxas-Sam-Yo formando un gran semicírculo alrededor del muro. Evidentemente, habían elegido aquel instante con mucho cuidado, dando pequeños saltos para verificar lo que pasaba; la Paradoja Acumulativa les multiplicaba.

—Todavía no consigo comprender perfectamente la continuación regular de…

—¡Déjate ya de la historia de la continuación regular! —me espetó el otro Jud—. ¡Mira hacia allí! ¡Hacia allí, hacia la puerta!

Hizo un gesto para enseñarme la dirección.

Miré.

Vi a una mujer de cabellos grises sencillamente vestida. Reconocí en ella una versión un poco más joven de la mujer que escoltó a Pulcheria Ducas a la tienda de especias aquel día, tan lejano, cinco años antes en la línea. La dueña estaba apoyada contra la muralla de la villa, riendo suavemente. Tenía los ojos cerrados.

No lejos de ella se encontraba una niña de unos doce años que no podía ser otra que Pulcheria, más joven que cuando la conocí. La semejanza era chocante. Aquella niña tenía aún cuerpo infantil, y sus senos eran dos pequeños bultos bajo la túnica, pero era casi idéntica a la magnífica Pulcheria.

Cerca de la niña se encontraba Conrad Sauerabend, vestido de bizantino adinerado.

Sauerabend murmuraba a los oídos de la niña. Agitaba ante su rostro una pequeña chuchería del siglo XXI, un pendiente móvil o algo parecido. Su otra mano la tenía debajo de la falda de la niña y le sobaba, evidentemente, los muslos. Pulcheria fruncía el ceño, pero no hacía movimiento alguno para apartar aquella mano. No parecía saber muy bien lo que quería Sauerabend, pero se sentía fascinada por el juguete y quizá los dedos que la acariciaban no la molestaban tanto como a mí.

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