Robert Silverberg - Por el tiempo

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Por el tiempo: краткое содержание, описание и аннотация

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Una novela de atmósfera ciber-punk sobre los viajes por el tiempo, un tema apasionante que en este libro queda reflejado de una manera bastante decente, en especial todo lo relacionado con las paradojas espacio-temporales. Además, el libro nos aporta una minilección de historia sobre Constantinopla que ameniza la acción. En definitiva un libro agradable, entretenido y rápido de leer cuya única falta estribaría en algunas caracterizaciones de algunos personajes. Aparte de esto, solo mencionar lo deplorable de la edición española, plagada de errores tanto lingüísticos como de traducción. Aún así, es muy recomendable para todos aquellos amantes de los viajes temporales.

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—Vive en Constantinopla desde hace poco menos de un año —dijo Metaxas—, y vuelve a menudo a 2059 para vender objetos. Viene todos los días junto al muro para espiar a la chica y a su dueña durante el paseo de mediodía. La niña es Pulcheria Botaniates, y el palacio de los Botaniates se encuentra precisamente allí. Hace una media hora, Sauerabend se ha acercado a ellas. Le ha dado un flotador a la dueña y ella está planeando desde entonces. A continuación, se ha sentado al lado de la niña y ha empezado a engatusarla. Sabe trabajarse a las niñas.

—Es su pasatiempo favorito —expliqué.

—Mira lo que va a pasar ahora —me pidió Metaxas.

Sauerabend y Pulcheria se levantaron y anduvieron hasta la puerta del muro. Nos ocultamos en las sombras para que no nos vieran. La mayor parte de nuestras paradojas habían desaparecido, saltando a otros puntos de la línea para verificar las cosas. Vimos cómo el hombre y la chica pasaban bajo la puerta y salían al campo circundante.

Me dispuse a seguirles.

—Espera —me dijo Sam—. ¿Ves lo que pasa? Es Andrónico, el hermano mayor de Pulcheria. Un joven de unos dieciocho años se acercó. Se detuvo y miró con aire sorprendido a la dueña que retozaba junto al muro. Le vimos arrojarse hacia ella, sacudirla, ponerla en pie. La mujer, sin fuerzas, cayó de nuevo.

—¿Dónde está Pulcheria? —rugió—. ¿Dónde está?

La dueña siguió riéndose.

Desesperado, el joven Botaniates corrió por la calle desierta e inundada de sol, llamando a su joven hermana. Luego, cruzó la puerta.

—Sigámosle —dijo Metaxas.

Al pasar bajo la puerta, percibió a varios grupos de nosotros mismos que ya estaban al otro lado. Andrónico Botaniates corría a derecha e izquierda. Oí una risa infantil salir aparentemente del muro.

Andrónico también la oyó. En el muro se distinguía una brecha, una gruta que se abría al nivel del suelo y que tendría unos cinco metros de profundidad. Corrió hacia ella. Le seguimos, tropezando con una pequeña multitud constituida por nosotros mismos. Seríamos una quincena, cinco ejemplares de cada Guía.

Andrónico penetró en la brecha y lanzó un grito terrible. Un instante más tarde, miré el interior.

Pulcheria, desnuda, con la túnica bajada alrededor de los tobillos, se encontraba en la clásica postura del pudor, con una mano ante los incipientes senos y la otra delante del pubis. Sauerabend se hallaba a su lado, con la túnica abierta. Su pene estaba al aire, dispuesto para el uso. Creo que estaba colocando a Pulcheria en una posición adecuada cuando le interrumpieron.

—¡Esto es un ultraje! —gritó Andrónico—. ¡Una infamia! ¡Seduciendo a una virgen! ¡Mirad todos! ¡Mirad qué monstruosidad, qué crimen!

Tomando a Sauerabend con una mano y a su hermana con otra, los arrastró fuera.

—¡Miradles! —gritó.

Nos apartamos antes de que Sauerabend pudiera reconocernos, pero creo que estaba tan aterrorizado que no habría reconocido a nadie. La pobre Pulcheria, intentando ocultar lo más posible su desnudez, no era más que una masa caída a los pies de su hermano; pero éste intentaba levantarla, exponerla a todos, aullando:

—¡Mirad a la puta! ¡Miradla! ¡Miradla, miradla!

Una considerable multitud se reunió para hacerlo.

Nos apartamos. Tenía ganas de vomitar. Aquel sucio maníaco, aquel puñetero agente de cambio… enseñarle su rojo artilugio a la pobre Pulcheria, obligarla a soportar aquel escándalo…

Andrónico sacó la espada e intentaba matar a su hermana o a Sauerabend, o a los dos a la vez. Pero los testigos se lo impidieron, lanzándose sobre él y arrebatándole el arma. Pulcheria, desesperada al verse exhibida ante tanta gente, empuñó la daga de alguien e intentó arrebatarse la vida, pero la detuvieron justo a tiempo; un viejo, finalmente, le echó la capa por encima. Aquello era un terrible desorden.

—Hemos visto lo que pasó después —me dijo tranquilamente Metaxas—, y luego nos hemos vuelto a esperarte. Te diré todo: la chica estaba prometida a León Ducas, pero a éste le resultaba imposible casarse con ella después de que se la considerara como mancillada, aunque Sauerabend no hubiera tenido tiempo de penetrarla. El matrimonio fue anulado. Su familia, para castigarla por haber dejado que Sauerabend la sedujera hasta el punto de que se quitase la ropa, renegó de ella. Sauerabend tuvo que elegir entre casarse con la chica deshonrada o sufrir la pena prevista para su crimen.

—¿Qué es?

—La castración —contestó Metaxas—. Así que Sauerabend se casó bajo el nombre de Heracles Photis, cambiando la trama de la historia hasta el punto de privarte de una genealogía propia. Cosa que ahora mismo vamos a corregir.

—No a mí —dijo Jud B. Yo he visto más cosas de las que puedo soportar. Me vuelvo a 1204. Debo estar allí a las tres y media de la mañana para decirle a aquel muchacho que venga a ver todo esto.

—Pero… —dije.

—No quieras resolver las paradojas —dijo Sam—. Tenemos trabajo.

—Ven a relevarme a las cuatro menos cuarto —dijo Jud B; y saltó.

Metaxas, Sam y yo coordinamos los cronos.

—Remontemos la línea exactamente una hora —dijo Metaxas—. Terminemos con toda esta farsa.

Saltamos.

60

Con gran precisión y enorme alivio, pusimos término a la comedia.

He aquí cómo:

Saltamos al mediodía de aquella cálida jornada de verano de 1100 y ocupamos nuestras posiciones a lo largo del muro de Constantinopla. Esperamos, intentando ignorar las otras versiones de nosotros mismos que pasaban furtivamente por los alrededores cumpliendo su propia misión.

La niña y la atenta dueña se acercaron.

Mi corazón latía dolorosamente de amor hacia la joven Pulcheria, y me dolían también otras cosas al pensar en la voluptuosa Pulcheria en quien se convertiría.

La niña y la confiada dueña pasaron ante nosotros, una al lado de la otra.

Conrad Sauerabend/Heracles Photis apareció. Ruidos discordantes en la orquesta; torsiones de bigotes; silbidos. Examinó a la joven y a la mujer y se dio una palmada en el grueso vientre. Sacó un pequeño flotador y verificó su punta. Con la mirada concupiscente, se adelantó hacia ella, con la intención de meter el flotador en el brazo de la dueña y, mientras ella planeaba una hora, acercarse libremente a la jovencita.

Metaxas miró a Sam.

Sam me miró.

Nos acercamos por detrás a Sauerabend.

—¡Vamos! —ordenó Metaxas. Y entramos en acción.

Sam el negro se abalanzó sobre Sauerabend y su enorme brazo derecho le rodeó la garganta. Metaxas le sujetó la muñeca izquierda y le echó el brazo hacia atrás, lejos de los controles del crono que le podía permitir escapar. Simultáneamente, yo le agarré el brazo derecho y le obligué a soltar el flotador. Toda aquella maniobra apenas duró un octavo de segundo y tuvo como resultado la completa inmovilización de Sauerabend. Mientras tanto, la dueña eligió, sabiamente, huir, acompañada por Pulcheria, de aquella bronca intempestiva.

Sam metió la mano bajo la ropa de Sauerabend y le quitó el alterado crono.

Le soltamos. Sauerabend, que pensaba que le estaban asaltando algunos bandoleros, me vio y balbuceó algunos monosílabos incongruentes.

—Te creías muy listo ¿verdad? —le pregunté.

Él siguió gruñendo.

—Alteraste el crono, te largaste y creíste que podrías vivir haciendo contrabando ¿eh? ¿Pensabas que no te encontraríamos?

No le dije palabra de las semanas de agotadoras búsquedas que habíamos pasado hasta dar con él. Ni de los crímenes temporales que cometimos para localizarle: las paradojas que dejábamos sueltas por la línea, las inútiles duplicaciones de nosotros mismos. No le dije tampoco que acabábamos de terminar con seis años de su vida como tabernero en otro universo que para nosotros no existía. No le dije nada de toda la cadena de acontecimientos que habrían hecho de él el esposo de Pulcheria Botaniates en aquel inexistente universo, privándome así de mi propia genealogía. Sin embargo todas aquellas cosas no habían pasado. No habría un posadero llamado Heracles Photis que vendiera vino y cordero a los bizantinos de los anos 1100 al 1105.

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