Robert Silverberg - Muero por dentro

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Muero por dentro: краткое содержание, описание и аннотация

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Muero por dentro es un clásico de referencia y una de las más inspiradas historias de su autor: en ella aborda un tema tan clásico como es la telepatía de manera sutil, ahondando en el lado oscuro del ser humano, rebosa soledad, devastación interior y sensibilidad.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1972.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1973.
Nombrado para el premio Locus en 1973.

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Se hicieron muy amigos. Dos o tres veces por semana salían, comían y bebían juntos. Selig siempre había imaginado que una amistad con alguien de su especie sería extraordinariamente profunda, pero ésta no lo era. Al cabo de una semana dieron por sentada su singularidad y rara vez discutían sobre el don que compartían; y jamás se felicitaron por haber formado una alianza contra el mundo no dotado que los rodeaba. A veces se comunicaban con palabras, otras con el contacto directo de sus mentes. Aquella relación se convirtió en algo frágil y placentero, las tensiones sólo se producían cuando Selig se abandonaba a sus habituales cavilaciones y Nyquist se burlaba de él por sentir tanta pena de sí mismo. Pero ni eso supuso ninguna dificultad hasta los días de la tormenta de nieve. Entonces se acentuaron todas las tensiones dado que estaban pasando demasiado tiempo juntos.

—Pásame tu vaso —dijo Nyquist.

Se sirvió medio vaso de whisky. Acomodado en el sofá, Selig comenzó a beber mientras Nyquist buscaba un par de chicas. Tan sólo tardó cinco minutos. Examinó el edificio de arriba abajo y encontró dos compañeras de cuarto en el quinto piso.

—Echa un vistazo —le dijo a Selig.

Selig entró en la mente de Nyquist. Nyquist había sintonizado la conciencia de una de las chicas (sensual, soñolienta, juguetona) y, a través de los ojos de ésta estaba mirando a la otra, una rubia alta y flaca. La imagen mental doblemente refractada era, no obstante, muy clara: la rubia de piernas largas tenía una voluptuosidad y un porte de modelo.

—Esa es la mía —dijo Nyquist—. Ahora dime si te gusta la tuya.

Saltó, junto con Selig, a la mente de la rubia. Sí, una modelo más inteligente que la otra chica, fría, egoísta, apasionada. Desde su mente, vía Nyquist, le llegó a Selig la imagen de su compañera de cuarto, recostada sobre un sofá con una bata rosada: una pelirroja baja y regordeta, de pechos grandes y cara redonda.

—Claro —dijo Selig—. ¿Por qué no?

Nyquist, revolviendo dentro de sus mentes, encontró el número de teléfono de las chicas, las llamó y utilizó todo su encanto para que aceptaran su invitación. Subieron a tomar unas copas.

—¡Qué tormenta más espantosa!—dijo la rubia, temblando—. ¡Puede conseguir que te vuelvas loca!

Los cuatro se dedicaron a tomar grandes cantidades de alcohol con un acompañamiento de jazz tintineante: Mingus, MJQ, Chico Hamilton. La pelirroja era más atractiva de lo que Selig esperaba, no tan regordeta ni vulgar (la imagen debió de haberse distorsionado con la doble refracción), pero se reía demasiado y en cierta medida eso empezó a disgustarle. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Más tarde, bien entrada la noche, hicieron el amor, Nyquist y la rubia lo hicieron en el dormitorio, mientras que Selig y la pelirroja lo hicieron en la sala.

Cuando por fin estuvieron solos, Selig le sonrió. Nunca había aprendido a reprimir esa sonrisa infantil, que sabía que debía revelar una mezcla de expectación torpe y terror paralizante.

—Hola —le dijo.

Se besaron y puso sus manos sobre los pechos de la chica; al momento, ésta se apretó contra él desenfrenada y deseosamente. Parecía ser algunos años mayor que él, pero tenía la misma impresión con la mayoría de las mujeres. Sus ropas rodaron por el suelo.

—Me gustan los hombres delgados —dijo ella, riendo y pellizcándole su enjuta carne.

Cual pájaros rosados, sus pechos se levantaron hacia él. La acarició con la intensidad tímida de un hombre virgen. De vez en cuando, durante los meses de su amistad, Nyquist le había proporcionado las mujeres que él deseaba, pero hacía ya semanas que no se acostaba con ninguna, y temía que su abstinencia lo precipitara a una calamidad vergonzosa. Afortunadamente no fue así, el alcohol enfrió suficientemente su ardor y logró contenerse, mientras penetraba en ella con solemnidad y energía sin temor a acabar con excesiva rapidez.

Cuando más o menos se percató de que la pelirroja estaba demasiado borracha como para tener un orgasmo, Selig sintió un cosquilleo en el cráneo; ¡Nyquist lo estaba escudriñando! Esta demostración de curiosidad, este husmeo, parecía una extraña diversión en Nyquist que. por lo general, tenía tanto dominio de sí mismo. Espiar es mi truco, pensó Selig. Por un momento, sintió tal perturbación por el hecho de que lo observaran mientras hacía el amor que comenzó a perder la erección. Gracias a un esfuerzo consciente consiguió evitarlo. Esto carece de la menor importancia, se dijo a sí mismo. Nyquist es completamente amoral y hace lo que le place, husmea aquí y allá sin importarle qué es lo correcto, así que ¿por qué dejar que sus exploraciones me molesten? Recobrándose, llegó hasta la mente de Nyquist y le devolvió el escudriñamiento. Nyquist le dio la bienvenida.

“¿Cómo te va, Davey?”

“Bien. Muy bien.”

“Aquí tengo a una apasionada. Échale un vistazo.”

Selig envidió la fría despreocupación de Nyquist. Nada de vergüenza, nada de culpa, ningún tipo de obsesión. Ningún rastro de orgullo exhibicionista ni de ansias de espiar: le parecía absolutamente natural intercambiar tales contactos en ese momento. Sin embargo, Selig no pudo dejar de sentirse un poco incómodo mientras observaba, con los ojos cerrados, lo que Nyquist hacía con la rubia, y cómo Nyquist también lo observaba a él y reflejaba imágenes sucesivas de sus copulaciones paralelas que reverberaban vertiginosamente de una mente a otra. Durante unos instantes, Nyquist se detuvo para detectar y aislar la sensación de incomodidad de Selig y no pudo reprimir burlarse de ella. Te preocupa que en esto haya algún tipo de homosexualidad latente, le dijo Nyquist. Pero creo que lo que realmente te asusta es el contacto, sea del tipo que sea. ¿Cierto? No, dijo Selig, pero sabía que Nyquist había dado en el blanco. Durante cinco minutos más inspeccionaron la mente del otro, hasta que Nyquist decidió que había llegado el momento de acabar, y los tempestuosos temblores de su sistema nervioso arrojaron a Selig, como siempre, fuera de su conciencia. Poco después, aburrido de la pelirroja transpirada que se movía de un lado a otro, Selig dejó que le invadiera su propio clímax y se desplomó a un costado, tembloroso, cansado.

Media hora más tarde, desnudos, Nyquist y la rubia entraron en la sala. Ni siquiera se molestaron en pedir permiso para entrar, ante lo que la pelirroja no pudo disimular su sorpresa; Selig no supo cómo decirle que Nyquist ya sabía que habían terminado. Nyquist puso algo de música y todos se sentaron en silencio, Selig y la pelirroja con una botella de bourbon, Nyquist y la rubia con una de whisky escocés. Hacia la madrugada, cuando la nieve caía con menor intensidad, Selig sugirió con timidez que hicieran el amor por segunda vez, pero ahora cambiando de pareja.

—No —dijo la pelirroja—. No me apetece lo más mínimo, quiero irme a dormir. En otra ocasión, ¿de acuerdo?

Buscó torpemente su ropa. Caando llegó a la puerta, tambaleándose y haciendo eses, hizo un saludo con la mano y dejó escapar algo.

—No puedo dejar de pensar que hay algo extraño en ustedes dos —dijo. In vino veritas —. Por casualidad, ¿no serán un par de maricas?

17

Sereno, anclado, estático. Permanezco en punto muerto. No, eso es una mentira o si no lo es, por lo menos es una equivocación benigna, una agrupación de metáforas erradas. Estoy declinando, declinando sin cesar. Mi marea está descendiendo. Me revelo como una costa rocosa, desnuda y escabrosa, en la que sobre las olas que se retiran flotan oscuras y sucias algas marinas arrastradas por la corriente. Por entre las rocas, los cangrejos verdes se escabullen. Sí, declino, lo que significa que me reduzco, me atenúo. ¿Saben una cosa?, ahora me siento bastante tranquilo con respecto a eso. Por supuesto que mis estados de ánimo varían, pero

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